sábado, 4 de agosto de 2018

Ciegos



Tienen los ojos bien abiertos. Se miran, pero no se ven. Se buscan en medio de la multitud y no se encuentran.

Tantean sus cuerpos, se tocan, se huelen, se mezclan en un torbellino de impulsos, que los lleva más allá de lo imaginable. Siguen sin verse, buscando incansablemente lo que no consiguen encontrar.

Se confunden en abrazos, en caricias que experimentan sensaciones anheladas en sus sueños de verano. Se ríen sin saber de qué y se escuchan...pero no se oyen.

Pasan horas hurgando en el otro, socavando los estratos de su pasado, investigando los por qué, los cuándo, los dónde y los cómo, sin preguntar jamás cuál es el límite, hasta qué punto se puede meter el dedo en la llaga que dejaron otros cuerpos, otras historias, uno mismo.

Y la nada hace un hueco enorme, infinito, que explota en medio de ambos,  cuando el perfume pierde su encanto obnubilador, cuando la caricia raspa como el tacto de una espina, cuando todo cae alrededor como la escenografía de un teatro de marionetas.

Al lado ya no queda más que una masa uniforme e imprecisa de un ser del que sólo queremos alejarnos, porque su vacío nos invade de tal forma que hiela hasta la última fibra de nuestro ser.

Y no vemos que ahí, al lado nuestro, esa nada a la que nos aferramos como si fuera la última bocanada de aire fresco, y que ahora hiede en toda su podredumbre, es nuestro espejo.

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