Ella quería peras. Él era un olmo. Ella protestaba todos los días por esa falta. Él no sabía qué hacer para darle gusto.
Ella trajo semillas de peras y las sembró en la base de su tronco. Él hizo su máximo esfuerzo por darles vida. Ella sonreía feliz pensando en que iba a lograr cambiarlo. Él sufría porque sentía que ella no lo aceptaba como era.
Ella se fue un día, enojada, cuando pasó el tiempo y supo que jamás él le daría sus peras. Él lloró al verla partir, triste, porque su compañía le hacía feliz y supo que siempre la iba a extrañar.
Un día, sin que él pensará en volver a verla, ella volvió con una bolsa en las manos. Hacia calor, se sentó apoyando su espalda en el tronco y sacó una jugosa y dulce pera de su bolsa. Él, feliz, sacudió sus ramas para ser más frondoso y la protegió del sol con su sombra.
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