miércoles, 18 de junio de 2014

Uno mismo








Todos los días repetimos la escena. Nos enfrentamos con la única persona de la que nos escondemos, a la que le mentimos y engañamos más que a nadie en el mundo. Cada mañana la vemos en el espejo y, sin embargo, no la miramos a los ojos, no la enfrentamos por temor a los reproches que nos pueda hacer. Y reiteramos el ritual higiénico o estético, sin darle lugar a lo que se oculta en la profundidad de la mirada que nos refleja esa imagen.

Enfrentarnos a nosotros mismos en el espejo puede ser el reto más grande del universo y muy pocos son los que se atreven a realizarlo. Se tiran de puentes, practican paracaidismo, saltan desde un precipicio hacia la nada, pero no son capaces de sumergirse en sí mismos y conocerse.

Cada mañana en el espejo, vemos a esa persona que no terminamos de conocer. A la que nos grita que debemos jugarnos por la felicidad, pero las convenciones sociales, el qué dirán, la rutina acalla su voz. La insatisfacción se nota en el rostro, en cada arruga, en las sonrisas a medias, en los gestos adustos, en las personas cerradas y hoscas que utilizan esos recursos para no enfrentarse a su realidad.

El espejo les devuelve una imagen que no les gusta, siguen con un camino que no desean, pero que se imponen para cumplir con los demás. Prefieren quedar bien ante el mundo, antes que preguntarse qué es lo que realmente quieren, porque escondieron sus sueños en un rincón al que nunca más volvieron.


Cada mañana, al despertar, nos enfrentamos con nuestra imagen, atrapada en un espejo, que nos grita que no hemos logrado ser felices. Cada mañana, nuestros ojos evitan la mirada que nos devuelve el espejo, porque elegimos ser ciegos a nuestros deseos para obtener la aprobación de los demás. Cada mañana, nos perdemos la oportunidad de ser felices.

¿Qué haremos mañana, al despertar? ¿Evitaremos mirarmos a los ojos y recordar cuáles fueron nuestros anhelos?