lunes, 26 de octubre de 2020

En paz.


 En paz


De repente siento un aire nuevo en mi interior. Que el tiempo hizo diluir el dolor que sentí alguna vez. Qué la vida hizo su trabajo, que aprendí a ver las cosas desde otro lado. Qué me di cuenta...


De pronto todo tiene un color más suave. Una brisa me acomoda los rulos y el sol entibia mi piel y mi alma. Solo quiero sentarme frente al mar, caminar despacio y sonreír. Ya no quiero cargar con nada que me ate a algo que quedó tan lejos.


No tiene sentido llevar arrastrando cadenas oxidadas por mucho tiempo. Nos demora el camino hacia donde queremos ir y nos pesa todo el doble. Debemos ir livianos, en paz. 


Cuesta comprenderlo, pero también es verdad que vamos dejando reclamos, penas, lágrimas, enojos de a poco, como si fueran las capas de una cebolla. Hasta quedarnos con el corazón en las manos, latiendo solo por nosotros. Porque estamos vivos.


Soy feliz, con esa felicidad extraña que da la paz, la conciencia tranquila y el alma libre. Con la paz que da haberme perdonado a mí misma por todo el daño que me infligí sin darme cuenta.


En paz y libre!!


Imagen tomada de la web.

© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020

domingo, 18 de octubre de 2020

Nueve meses y una vida.




Nueve meses lo acunaste en tu seno. Le hablaste de este mundo, le contaste historias para que supiera de todo lo lindo que le esperaba. 


Nueve meses soñaste con su rostro, su sonrisa, sus gestos. Imaginaste a quien se parecería, qué cosas tuyas heredaría.


Nueve meses preparaste el nido, elegiste colores y formas, te emocionaste con dibujos y colores, armaste un lugar en el que nada pudiera dañarlo.


Y un día, te partiste como espiga, y un dolor profundo e inconcebible te dio la alegría más grande, se mezclaron el llanto con la risa y como un torbellino, una cosa, chiquitita y llorona, se acomodó en tus brazos, llenándote de todo el amor del mundo.


Tu vida cambió de repente, como un rayo se partió en dos, y ya nunca más volverías a ser la misma. Un amor infinito se había apoderado de vos. El amor más inmenso del mundo.


Y esos nueve meses se convirtieron en días y años llenos de risas, de crecimiento, de aprendizaje, de errores y aciertos. De rodillas lastimadas, de cuentos para dormir, de fiebres y partidos de fútbol o clases de baile.


Una vida que salió de tu vientre, de tu alma, independiente de tu cuerpo, pero pendiente de tu corazón, con alas propias, con sueños y metas. 


Hoy se feliz. Hoy pensá en sus risas, en sus travesuras, en los abrazos que te dio. Recordá su primera palabra, sus pasitos imprecisos y cada momento en que estuvieron juntos. Hoy, que quizás no esté con vos, elevá una plegaria al cielo y permití que las lágrimas laven tu dolor. Nadie puede juzgarte.


Un abrazo con el alma a todas esas madres que, por alguna razón, no tienen a sus hijos con ellas.


(Dedicado a mis amigas que hoy tienen el corazón partido)


Imagen tomada de la web

© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020

martes, 29 de septiembre de 2020

Exprimí la vida (Crónicas del Coronavirus)




"Exprimí cada segundo de la vida. Cada abrazo, dalo con todas tus fuerzas. Olé la lluvia. Caminá con los pies descalzos por la arena y dejá que el mar te los bese.


Exprimí cada mirada, cada sonrisa. Grabátelas en la mente y en el corazón. Tatuate en el alma esa caricia furtiva, ese gesto de que puede llegar a ser, aunque nunca sea.


Exprimí el sabor de cada fruta, como si fuera la última vez que la pruebes. Desgustala como el beso de esa persona que extrañás, como si fuera un manjar.


Exprimí la música, la de las guitarras y la del viento. La de los pájaros y la del mar. La de su risa y la tuya dando vueltas por el aire.


Exprimí todo lo que puedas, para que el día que te falte algo de eso, tengas el recuerdo de las mejores cosas del mundo".


© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020.

martes, 8 de septiembre de 2020

No cierres los ojos, niño.




No cierres los ojos, mi niño, déjalos abiertos un ratito más, necesito tu luz para que guíes mis pasos, necesito tu mirada que me llena de paz.


No cierres los ojos, mi niño, alúmbrame está noche en que la oscuridad me quiere alcanzar, dame tu mano, no me dejes sola, quédate un ratito más.


No cierres, mi alma, tus ojos, por favor, rescátame de este abismo con tu inocencia, sácame de este mundo sin piedad.


Llévame contigo, mi niño, a un mundo en donde no exista la noche, no cierres los ojos, por favor te lo pido, quédate conmigo un ratito más.


Cantemos juntos, mi niño, y dame tu risa que necesito olvidar toda esta tristeza que tengo y que mi alma no puede aguantar.


No cierres los ojos, mi niño, ábrelos muy grandes ya, que no soporto no verlos, ábrelos y quédate conmigo un ratito más.


Imagen tomada de la web 

No(Cuadro Niño Durmiendo de Anders Leonard Zorn)

© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020

jueves, 27 de agosto de 2020

Cinco décadas

 



Cuando era chica (de chiquita, niña) pensaba que los cincuenta años estaban lejos, que era algo inalcanzable, que yo nunca iba a llegar.

 Como dicen por ahí, después de los 20/25 "la vida pasa volando". No sé si serán las obligaciones que hace que el tiempo nos parezca corto, que de repente pasaron años enfrascados en un trabajo que no nos compensa, en una relación desbalanceada, con sueños guardados en un cajón y proyectos que se durmieron en un rincón de la memoria.

Pensábamos ser los héroes salvadores del mundo y fuimos los ilustres desconocidos que apenas se salvan a sí mismos. 

Descubrimos, tarde, (aunque nunca es tarde) que hacer mejor nuestro cachito del mundo es la mejor forma de mejorarlo. Que no necesitamos capas ni superpoderes para hacer feliz a alguien o a nosotros mismos.

A veces, solo con un abrazo, un beso, una sonrisa, logramos mucho más que si hubiéramos parado un meteorito con nuestras propias manos. No podemos salvar a la humanidad, pero podemos salvarnos de la frustración, del enojo, de la ambición, de dejar a un lado a los que nos aman solo por llegar a una meta siempre lejana y fría.

Llegar a los 50, no es ni el punto y coma de la vida, como dijo Cacho Castaña, sino un lugar para mirar atrás y darse cuenta de lo mucho que caminamos, de todo lo que logramos, de esas lágrimas que ahora nos causan risa. 

Es un oasis en el camino que nos permite disfrutar un poco con más serenidad los recuerdos, ponerle un manto de piedad a otros y descansar por un momento, para volver a retomar el camino hacia otra etapa.

Es agradecer al amor; al que estuvo, al que se fue y al que vendrá; por las lecciones aprendidas y la experiencias ganadas. Es saber quiénes son amigos, quiénes compañeros, quiénes conocidos y quiénes "mejor cambiarse de vereda".

Es tomar la vida con filosofía y limonada, con historia y cielo despejado, con geografía y ojos brillantes. Es leer aquéllo que no comprendimos a los 20, que nos conmovió a los 30, que nos enojó a los 40. Es saber que vivimos, sentimos, amamos y buscamos hacer las cosas a nuestra manera. Con errores, aprendizajes, subidas, bajadas y muchos sueños por cumplir.

¡¡Gracias por permitirme llegar a los 50, a mi medio siglo, a las cinco décadas con mi sueño de escritora cumplido!!♥️♥️♥️♥️

(Escrito en enero, releído hoy y valorizado como "texto")
Imagen propia
© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020

viernes, 24 de julio de 2020

Volver a empezar. (Crónicas del Coronavirus).


Otra vez barajar y dar de nuevo. Nuevamente volver a empezar. Cuando parecía que la pesadilla poco a poco se estaba yendo, al abrir la puerta descubrimos que aún estaba ahí, acechando.

De vuelta pensar en que no podemos salir, que ese pedacito de libertad que habíamos logrado, se nos escapó como agua entre los dedos. Por culpa de nadie. Por causa de algo que tal vez no terminamos de aprender.

Quizás porque aún tenemos la soberbia de pensar que podemos ganarle a la Naturaleza, que tenemos el secreto para evitar algo que es inevitable. Quizás, porque solo nos queda aceptar que hay algo más fuerte, más grande, y que debemos ser humildes ante ella.

De nuevo reforzar nuestras herramientas, alejarnos en el momento exacto en que pensamos que podíamos tomarnos de la mano, quedarnos solo con mirarnos y esperar.

Va a venir un tiempo mejor. Va a pasar y nos vamos a reír. También vamos a llorar, por lo que perdimos, por los que se fueron, por lo que se alejó para siempre. Pero cuando ese tiempo llegue, que nos encuentre más fuertes, más juntos y mejores!
Imagen tomada de la web.
© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020

viernes, 3 de julio de 2020

Conectados.



Hoy te quiero decir que la vida sin vos no sería la misma. Porque formas parte de un proyecto que nos supera y, sin dudas, el mundo sería distinto si vos no estuvieras en él. 

No te conozco, pero tu aporte hace la diferencia. Que estés pisando este suelo, significa que tenés un destino que cumplir,  tu misión es averiguar cuál es y buscar la manera de realizarlo. 

No me conocés y sin embargo, por algun a razón nos tocó vivir el mismo tiempo. Quizás nos henos cruzado sin prestarnos atención, porque vivimos tan distraídos en los problemas que nos olvidamos de elevar la mirada y descubrir que nos rodea.

Pero si estás leyendo esto,  por más que nunca nos veamos realmente, tené la seguridad que estamos conectados por la magia de algo más grande, que nos abarca y nos supera. 

Imagen tomada de la web
© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020

miércoles, 1 de julio de 2020

Creo en el amor.


" Creo en el amor, porque cada mañana la vida me da razones para sentir que hay una fuerza poderosa, más allá de toda lógica, que nos hace seguir adelante.

El amor es algo más que dos personas mirándose mutuamente a los ojos. Es lo que nos moviliza a hacer lo que nos gusta, a estar con gente acorde a nosotros mismo, es encontrar la sintonía que la vida tiene preparada para nosotros. 

Es la libertad que nos da elegir un camino, ser fieles a nuestro sentir más profundo y, sobre todo, respetar la confianza que depositan en nosotros.

El amor es la energía que cada mañana hace que respiremos y podamos abrir los ojos. Hacer el amor es tomar decisiones que nos hagan felices y tener la convicción de que podemos cumplir nuestros sueños".

Imagen propia
© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020

jueves, 18 de junio de 2020

Tuve ganas...



De repente tuve ganas de quererte, de abrir las puertas y comenzar a imaginar tu sonrisa por las mañanas.

De repente, tuve ganas de olvidarme de todos mis amores pasados, de volver a empezar una nueva historia, de sentir tu mano sobre la mía.

De repente, tuve ganas de mirarte y que nadie más estuviera cerca, que el mundo fuera solo para nosotros y aprenderme tu aroma.

De repente, tuve ganas de soñar que otra vez era posible el amor, que a la primavera no le importara la estación del año y sentir que miles de flores abrían un nuevo camino.

De repente, el silencio me envolvió de nuevo, el invierno se impuso a mis deseos y me di cuenta de que no estabas en mi camino.

De repente, tuve ganas de decirte que quizás, que tal vez, que algún día...pero una pared invisible se impuso entre los dos y tuve que callarme mis ganas, mientras te ibas por otro camino. 

De repente, supe que podía volver a amar. Y tuve ganas de darte las gracias, aunque no estuvieras en mi vida.

Imagen tomada de la web
© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020

sábado, 13 de junio de 2020

Pelear contra el cangrejo.



A veces no es ganarle, es simplemente tener la actitud suficiente para presentarle batalla. Es levantarse cada mañana, con una sonrisa, y saber que lo mantuvimos a raya un día más. Aunque, en el fondo, sepamos que avanza.

Pelear contra el cangrejo es burlarse de su poder sobre nosotros, es mirarlo de frente y tomar las armas que tengamos cerca para hacerle saber que, con nosotros, no podrá. Aún cuando la guerra esté perdida.

Pelear contra el cangrejo es tener un día más para abrazar a los que amamos, para leer ese libro que dejamos pendiente para más adelante, escuchar esa música que nos eleva, ir a ese lugar en donde nos sentimos en paz. Es hacer todo eso que siempre postergamos, porque pensábamos que teníamos todo el tiempo del mundo para hacerlo.

Pelear contra el cangrejo es, a veces, rendirse ante la evidencia de que es más fuerte que nosotros, pero sabiendo que dejamos lo mejor de nosotros mismos en cada batalla. Es no mostrarnos víctimas ante nadie.Al cangrejo no hay nada que le guste más que una víctima que se da por vencida en el primer encuentro.

Y si nos toca morir en la última estocada, hacerlo con la frente en alto, con el orgullo de haber peleado hasta el final, aún cuando supiéramos desde el principio cual seria el resultado. Esa, en realidad, es nuestra victoria contra el maldito cangrejo. 

Imagen tomada de la web
© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020

martes, 2 de junio de 2020

Antes de que me olvide. Décimo quinta parte.



¿Alguna vez les conté que rechacé un auto nuevo, por un sándwich de milanesa?

Mi padre supo ser componente en una empresa de colectivos. Lo logró no por tener dineros sino porque era un excelente mecánico y, los dueños de los micros para no pagarle un extra por el trabajo adicional (en esa época era solo chófer), le propusieron ser socio y que los arreglara gratis. 

En el patio de casa siempre había un colectivo (o dos) para que él los revisara, pusiera a punto, ablandara el motor. Incluso, traían unidades de otras empresas para que mi padre les hiciera la mecánica.  Crecí trepando por los pasamanos, sacándole el aire a los frenos y jugando con las herramientas que había en casa.

Una tarde llegó el dueño de una unidad de una de esas empresas, en un hermoso coche nuevo. Era un Peugeot blanco, creo que un 504, divino. Yo, criada entre fierros, quedé impresionada por el auto, que brillaba y era el "último modelo" por aquellos días.

El hombre, de apellido Reales, de pronto reparó que yo tenía en la mano un enorme sándwich de milanesa, recién hecho por mamá. Mención aparte para explicar que, como ya saben por otros capítulos de esta serie de memorias, mamá cocinaba (y sigue cocinando) como los dioses, y que el sabor de sus comidas son únicas. Sobre todo, sus sánguches de milanesa!!!

Recuerdo que Reales, observando mi fascinación por el auto, me propuso un intercambio. Él me daba el auto, a cambio de mi sándwich. Si bien yo tenía entre 7 u 8 años, no era ninguna tonta y sabía perfectamente que no podría manejar el auto, que el señor me mentía descaradamente y que si yo entregaba mi delicioso sánguche perdería doblemente, porque me quedaría sin mi bocadillo y sin el auto. Pero, siempre hay un pero, el imponente aspecto de vehículo me hacía dudar. ¡Qué difícil es tener el corazón dividido entre dos amores!

Pasaron unos pocos minutos en que la extorsión me hacía pensar en que mamá me haría más sándwiches de milanesa, pero que nunca más podría tener un coche tan hermoso como el que estaba estacionado en la vereda de casa. Minutos que se me hacían eternos, entre la mirada de Reales y la media sonrisa de mi padre, que parecía esperar el momento de burlarse de mi credulidad infantil.

"No". Dije de repente. "¿No, qué?", preguntó aquel hombre que de repente se me hizo insoportable. Miré el vehículo por última vez y me fui adentro de casa, a que nadie se diera cuenta de la angustia que me había ocasionado aquella decisión. (Suena muy catastrófico, pero tener un auto era poder llevar de paseo a mamá, y ese era mi máximo anhelo).

"¿Tan rico es ese sánguche, que vale más que un auto?", le escuché decir, mientras tenía ganas de llorar, porque se me había esfumado la posibilidad de tener un auto (lo escribo sonriendo de lo terriblemente trágica que era en esos días, pero sinceramente quería mucho tener un auto de verdad!). 

Y la respuesta es y será si, tan rico era ese sándwich, tan valioso, tan especial y tan sagrado como lo es hoy, que tengo mi propio auto y he podidollevar a mi madre a todos los lugares que quiso (esperamos ansiosas que termine esta cuarentena, para poder ir a ver juntas un ratito el mar, o pasar un ratito debajo de los aromáticos eucaliptos de Camet)!!!

Imagen propia tomada por mamá, yo, con mi famoso sándwich de milanesa. 1979. Sierra de los Padres.

© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020

lunes, 1 de junio de 2020

Horizonte. Crónicas del Coronavirus



Por momentos, angustia pensar que nunca se terminará este tiempo sin tiempo, llamado cuarentena.  Esos días grises, en que  recorres el listado de películas y series vistas, buscando algo nuevo en qué llenar el tiempo, mirando la pila de libros ya leídos y harto de los noticieros que solo hablan de lo mismo.

Por momentos, parece que no hay nada más allá de esta monotonía, que solo se rompe para hacer las compras esenciales, con preparativos dignos de un viaje a la Luna.

En el horizonte, vemos las terrazas de los edificios vecinos, que nos tapan el sol antes del ocaso, y envidiando a quien sube en las redes las fotos de sus parques. Parecería que no hubiera un mañana. Pero también, las distintas horas del día son remotamente iguales, no hay tarde, noche ni sol o lluvia que nos quite esta sensación de eternidad detenida.

Hasta que una mañana nos despertamos con un mínimo rayito de sol en la ventana, que nos anuncia que si, que pronto puede terminar, que el día tiene 24 horas. Y algo nos rompe esta rutina, y nos comienza a circular por las venas una energía que ya no recordábamos tener y, de repente, queremos salir y hacer todas esas cosas que dejamos hace ya tanto tiempo.

Renacemos, volvemos a vibrar con alguna canción sencilla, nos sentimos como adolescentes ante nuestro primer amor, puros e inocentes y sabemos que pronto este encierro acabará.

Algo abremos aprendido. Algo nos hace levantarnos y caminar hacia ese horizonte, que hoy vemos más cerca.

Imagen tomada de la web.
© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020

miércoles, 27 de mayo de 2020

Miradas. (Crónicas del Coronavirus)



Hoy debemos tomar distancia. No hay cafés o bares en donde propiciar un encuentro casual, no existe una excusa para la aproximación, porque la aproximación está prohibida.

Hoy revalorizamos otros aspectos y la conquista ya no depende de un rostro bonito. Debemos aprender a seducir de otras formas. Habíamos perdido la costumbre de mirar profundamente al otro. Perdimos la costumbre de conocerlo, de sentirlo imposible. Habíamos olvidado lo que era esperar el momento correcto.

Hoy no sabemos cuándo podremos sentarnos a tomar un café. Ni si sería correcto tomarnos de las manos. Mucho menos pensar en un tímido beso, sin que un miedo extraño nos invada. Ese virus maldito, quizás, nos vino a demostrar que había algo que nos estábamos perdiendo. El poder de la mirada.

Y hablar con los ojos, saber algo que está escondido, más allá del barbijo, pero que está madurando, creciendo, volviéndose fuerte y, sobre todo, bueno.

Aprender que el amor es algo más que perderse sin sentido en otro cuerpo y enloquecer al contacto. Que es esto sereno, paciente, calmo, y que espera en el fondo de sus ojos el momento propicio para manifestarse.

Imagen tomada de la web
© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020

domingo, 24 de mayo de 2020

Abrazos clandestinos. (Crónicas del Coronavirus).



Hoy es una tarde rara, fría, lluviosa. El invierno se aproxima y solo nos queda la enorme languidez de quedarnos en casa mirando el aire, mientras de fondo suena el programa de la tele que ya no vemos.

Nos quedamos en silencio, pensativos, cumpliendo reglas de horarios solo para tener una mina rutina en este limbo, que no sabemos cuándo va a terminar.

Miro por la ventana y nada acompaña a que algo mueva un sentimiento más fuerte que sentir la nada misma. Hasta el momento de leer por ahí, en un perfil de una red social, al azar, una frase que se cuela hasta los huesos.

"Abrazos clandestinos", pero no relacionados a una relación prohibida, aunque hoy en día cualquier contacto está vedado. No podemos abrazar a nuestros hijos, a nuestros padres, nuestros abuelos nos miran detrás de las ventanas, los amigos solo nos consuelan a través de una aplicación, en donde lloramos y reímos, pero nada nos da el calor, la seguridad, la  energía de un abrazo sincero, cargado de afecto.

 Me imagino el día en que podamos volver a abrazarnos y se me hace un nudo en la garganta, adivinando los brazos alrededor de mi cuerpo y pudiendo rodear con los míos a alguien más. Nunca pensé que un simple abrazo, que el deseo de estrecharme a alguien, me provocara este revoltijo interno y pienso en cuántos hoy, sin aguantarse, irán corriendo, clandestinamente, a abrazarse.

#CronicasDeLaCuarentena.
#CoronavirusEnArgentina
#QuedateEnCasa
Imagen tomada de la web
© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020

viernes, 22 de mayo de 2020

Al final del camino. (Crónicas del Coronavirus).



Cuando volvamos a abrazarnos, lo haremos con la fuerza del tiempo que pasó, poniendo uno a uno todos los abrazos que nos faltaron darnos todo este tiempo.

Cuando volvamos a caminar, lo haremos despacio, mirando a nuestro alrededor todo como si fuera un mundo nuevo, descubriendo paso a paso las maravillas que siempre estuvieron ahí y jamás observamos.

Cuando podamos ser libres de salir a nuestro gusto, valoraremos más esa libertad que tendremos en nuestras manos, para poder decidir qué hacer, con sabiduría.

Cuando nos saquemos el barbijo, veremos la sonrisa del otro, que todo este tiempo estuvo escondida a nuestros ojos, floreciendo junto con la primavera.

Cuando todo esto termine, cuando el barbijo no sea una barrera, cuando el amor pueda manifestarse, nos daremos ese beso largo y eterno, que nos hará dar cuenta de que la  espera valió la pena.

Cuando el amor vuelva a su cauce, sabremos que estos días fueron para madurar un sentimiento, basado en la pureza de las miradas.

Imagen tomada de la web.
© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020

lunes, 4 de mayo de 2020

Huellas.



No estás solo, aunque parezca. Detrás de ti alguien observa tus actos. Te mira, clavando gestos.

El sendero es sinuoso, por eso debes hacer coincidir lo que dices con lo que haces. Porque te ven, y las contracciones pueden herir las almas que se están formando.

No estás solo, eres la guía que tienen para aprender a caminar. El maestro que moldeará el carácter del futuro. Luego no te preguntes qué hiciste mal, si tú haces las cosas mal.

No estás solo, ellos te siguen. Y te aman.

Imagen tomada de la web.
© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020

viernes, 1 de mayo de 2020

Del otro lado.





Y aquí vamos de nuevo, con el alma llena de preguntas, con la ganas renovadas de sueños, atravesando el puente de mis dudas.

Aquí voy, si saber qué hay del otro lado del puente. Dejando atrás algunos miedos, ignorando si, detrás de las nubes, algo me espera.

Aquí voy, con los puños apretados, temblado y sonriendo a la vez, dispuesta al descubrimiento del misterio que se esconde detrás del velo gris.

Aquí voy, volviendo a soñar con el sol, con el perfume de las flores y el canto de las aves. Aquí voy, imaginando que del otro lado, me espera la primavera.

Imagen tomada de la web
© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020

domingo, 26 de abril de 2020

15 días. (Crónicas del Coronavirus).



Ya perdí la cuenta de hace cuántos 15 días no te veo. El tiempo parece detenido en ese instante en que supimos que, por quince días, no podríamos tocarnos, sentirnos, olernos.

Pero esto que no sabemos qué es insiste en quedarse, en persistir a nuestro alrededor. Inventamos formas de comunicarnos, de hablar, de sabernos cerca.

Toco la pantalla de mi teléfono, mientras una lágrima rueda por mi mejilla. Sonríes mientras me cuentas un chiste, algo gracioso, que me saque de mi melancolía, que solo pide un abrazo tuyo. Ya lo sé, no se puede.

La distancia que nos marca este tiempo es una prueba que no me esperaba. Si, extraño tus besos. Si extraño ese abrazo envolvente que me dabas. Si, extraño ver tus ojos sin la barrera que impone el celular.

Tu voz susurrando en mi oído, el perfume de tu piel (a nadie le digas que conservo un suéter olvidado, que huelo cada noche, para sentirte cerca).

La paciencia nunca fue mi mejor virtud y, sin embargo, me reconozco aprendiendo en esta etapa algo nuevo, impensado, sublime. Aprendo el amor que no se agota en una noche. Aprendo del deseo que significa solo oír tu voz. Aprendo a saber esperar, y saberme esperada.

En quince días, probablemente, dirán que debemos esperar otros 15 días para poder continuar eso que quedó suspendido en medio del coqueteo y el romance.

15 días, nunca hubiera pensado que eso representaría una eternidad.

#QuedateEnCasa

Imagen tomada de la web
© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020

miércoles, 22 de abril de 2020

Elección.



El destino los había unido. Nunca se sabe si el camino compartido será por un trayecto o hasta el final. Solo se disfruta ese tiempo de conocerse y aprender lo que el otro nos viene a ofrecer. Sin embargo, no todos comprenden eso, no siempre se comienza a recorrerlo con la única certeza de que nada es eterno.

A veces nos dejamos llevar por la fascinación de lo nuevo. Por esas ganas de descubrir en el otro algo que aún ni siquiera conocemos de nosotros mismos.  Por el deseo, inconsciente y primitivo, de ser los habitantes de un paraíso terrenal, en donde no haya dioses ni manzanas.

Pero (siempre hay un pero, un maldito pero) llega un momento en que la ruta nos impone decisiones individuales, porque hemos trabajado para lograr algo personal, porque debemos ceder lo que conseguimos para satisfacer al otro, o, simplemente, porque el otro no acepta algo que para nosotros es natural.

"Tus alas o yo", le espetó él, a modo de imposición, pensando que ella se las cortaría en señal de amor.

"Tus alas o yo", exclamó, absolutamente convencido en su soberbia de que ella haría hasta lo imposible por evitar que se vaya.

"Tus alas o yo", volvió a gritar él, sin notar que la ventana estaba abierta, olvidando que la vida la había puesto en situaciones similares tantas veces que ya no tenía dudas sobre lo que quería.

Miró hacia el cielo, abrió los brazos y voló, sabiendo que el aire se había vuelto irrespirable, que la libertad tiene un precio a veces muy alto y que él jamás había comprendido que amar es volar juntos y no cortarle las alas al otro.

Imagen tomada de la web.
© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020

lunes, 20 de abril de 2020

Distancia (Crónicas del Coronavirus)



Estas ahí, del otro lado de un simple vidrio. Y, sin embargo, siento que estás del otro lado del océano, en algún rincón profundo de la galaxia.

No puedo tocarte, ni darte un beso, ni abrazarte. Tengo que imaginar tu sonrisa detrás de un barbijo que nos hace comprender algo que, tal vez, habíamos olvidado: lo que dicen las miradas.

Adivino si esa lágrima que intenta asomae por tus ojos es de alegría o tristeza. Tu voz tiembla, preguntando por todos los que no puedes ver. El teléfono no te alcanza para mitigar la soledad de las noches, y jamás reemplazará tus tertulias hasta la madrugada, en donde charlabas con tus amigos, acompañados de comida y un vino.

Si, mitiga un poco que hayas aprendido a usar algunas tecnologías, pero se que te cansas rápido de ellas. Yo, yo también extraño el calor de tu mano sobre mi hombro cada vez que sentís que desfallezco, que adivinas que algo no está bien y, aunque no te lo diga, me das fuerzas con ese gesto tan simple y que hoy necesito tanto!!

Te veo como a un preso, detrás de ese cristal, que te cuida, te protege y jamás pensé que alguna vez tendrías que cuidarte de mí, que los que te amamos podríamos ser un peligro para vos. Pongo mi mano a la altura de la tuya, hacemos coincide nuestras huellas, como reconociéndonos más allá de los rostros.

Cuando me voy, me destroza saber que,  si giro la cabeza, te veré en esa misma pose, como pidiendo a gritos tu libertad. No quiero que me veas llorar, porque no sé si soportaré verte sufrir y querré romper esa barrera para refugiarme en tus brazos, hasta que todo esto acabe. Hasta el próximo encuentro. Te estoy cuidando.

#QuedateEnCasa

Imagen tomada de la web
© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020

sábado, 11 de abril de 2020

Tiempo. (Crónicas del Coronavirus).



¿No te pasa que tenés que mirar el almanaque más seguido que antes? ¿Que al poner la fecha para algún trámite o documento que tenés que hacer, se te hace increíble que ya sea está fecha? ¿Que haya pasado tanto tiempo desde que saliste a la calle por última vez?

En este domingo eterno, sueño que me despierto y, al ver la hora en el reloj, me angustio porque me dormí para ir a trabajar y, en el mismo sueño, mi madre me tranquiliza diciéndome que hoy es sábado, que no me preocupe.

Me queda clavada en la memoria la hora que vi en la pantalla de mi teléfono, pensando en jugar esas cifras a la lotería...y recuerdo que no hay lotería. Que los significados de los sueños ya no significan nada y que el sábado, el domingo o el lunes se parecen entre sí. Que ya es viernes y tu cuerpo no tiene la menor idea, porque no hay plan, no hay salida, ni programa...aunque eso solo fuera quedarte en casa a descansar!!

No son vacaciones, no es una licencia, no ponemos la mente en blanco y a olvidarnos de todo, porque nuestro cerebro está a la espera de esa noticia que nos inyecte la única emoción esperada: el fin de la cuarentena.

Mientras tanto, seguimos en esta rutina sin rutinas, en este silencio que nos aturde, en este aislamiento que nos prepara para algo que aún no sabemos qué es.

Comemos, cocinamos, tenemos, miramos series, hacemos ejercicios, o simplemente no hacemos nada, esperando ese algo que nos sacuda de este letargo impuesto, pero necesario.

#QuedateEnCasa
Imagen propia.
© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020

miércoles, 8 de abril de 2020

Miradas. (Crónicas del Coronavirus)



A tanto que nos quejábamos de los estereotipos de belleza, esta nueva realidad nos impone un descubrimiento distinto.

Ya no habrá tanto cuerpo expuesto, tanto restregarse uno con el otro, tanto sexo por el sexo mismo como justificación para el amor, para ese amor que te hace sentir solo, vacío, aislado.

Vaya paradoja, que antes, rodeados de tanta gente, nos sentíamos tan solos. Que invadidos de gritos, estábamos aislados. Que llenos de tantas cosas, estábamos vacíos.

Ahora solo nos queda mirar a los ojos. Descubrir una luz, un gesto, un algo que nos indique que detrás de ese trapo que nos tapa la boca, hay algo más...¿Será que es el tiempo de no decir ya nada, y solo observar, para descubrir quienes somos, quién es el otro?

Ahora nos queda mirarnos, de lejos, desearnos sin poder tocarnos, sin la caricia ardiente, sin la piel que se come como una fruta deliciosa.

Ahora es tiempo de dejar madurar las manzanas del deseo, de esperar que la vida nos de permiso para disfrutar del otro. Pero está vez, de verdad. Quizas, el tiempo, nos está regalando una oportunidad que no estamos viendo...

#QuedateEnCasa
Imagen tomada de la web
© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020

martes, 7 de abril de 2020

Vacío. (Crónicas del Coronavirus).



Andar por la calle tiene ese qué sé yo de primer extraterrestre recien bajado de la nave. Es como reconocer, nuevamente, este mundo extraño que nos rodea. Ya casi nadie camina por la calle y aturde tanto silencio.

Poco a poco voy perdiendo la costumbre de mirar si viene algún vehículo cuando cruzo la calle. Simplemente, porque no viene ninguno. Y podría estar horas parada en medio de una avenida hasta que sienta la necesidad de apurar el paso y correr hacia la otra esquina.

Los juegos de las plazas están ahí, inertes, esperando que el viento haga alguna travesura para justificar un poco su movilidad, como si pequeños fantasmas estuvieran hamacándose o treparan por sus escalones. Si fuera el extraterrestre, no comprendería cuál es la función de esos esqueletos, plantados en medio de tanta soledad.

Las flores de los últimos días del verano crecen sin que nadie las huela. Y pocos son los que las observan, fotografiando su belleza. Algunos, afortunados, las ven detrás de un vidrio, añorando el día en que puedan volver a salir.

El extraterrestre del principio hoy no sabría bien quién hizo todo este mundo, lleno de construcciones y estructuras, en donde la naturaleza ha comenzado a ganar espacio y los humanos hemos tenido que acurrucarnos en nuestras madrigueras...hasta nuevo aviso.

#QuedateEnCasa
Imagen tomada de la web
© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020

domingo, 5 de abril de 2020

La extraña gente que me rodea. (Crónicas del Coronavirus).



Salgo a la calle. Tengo que comprar algunas cosas para abastecerme y me asombra el silencio. ¡Tan cotidiano se me había hecho el ruido de motores y bocinas!

Ando unas cuadras. Pocas personas dando vueltas. Algunas más desenfadadas que otras. Unos como que no les importa o no asumen que hay una pandemia. Los otros, aprietan el paso, nerviosos, para llegar rápido a su hogar.

En la fila del supermercado ya se ven caras más serias. Algunos se ocupan de ver sus celulares, otros miran al cielo, a la calle, a los costados. El espacio que impone el distanciamiento social hace que puedan establecerse pocas conversaciones banales, como esas que teníamos antes sobre el clima, el escándalo mediático del día o la última suba de impuestos.

Poco a poco avanzamos y me llega el turno de ingresar. Con un aparato me miden la fiebre y en un segundo pienso en qué ocurriría si me da más de lo normal, en cómo se enteraría mi familia, en que no tengo idea de cómo funciona todo esto. Por suerte doy bien y paso hacia el interior.

La escena se repite. Pocos ruidos, casi nadie hablando entre sí de cosas banales, todos apurados por volver a nuestras casas. Algunos se tapan la cara con barbijos e imagino que, tal vez, nunca más veamos el rostro completo de alguien en la calle. Que quizas sea algo que reservemos solo para los nuestros, los más íntimos.

Regreso a mi casa llena de sensaciones extrañas, pensando en que mundo nuevo nos deparará la vida cuando todo esto acabe. ¿Acabará?

#QuedateEnCasa
Imagen tomada de la web
© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020

jueves, 2 de abril de 2020

Crónicas del Coronavirus



Una se levanta a la mañana todos los días. Lo hace como una rutina, sin prestar atención a los detalles. Se prepara algo rápido para tomar como desayuno, se viste casi sin prestar atención, agarra su cartera, teléfono, llaves y sale a la calle.

En la calle se encuentra con cientos de personas. Nadie se conoce entre sí. Nadie sabe nada del otro. Algún refunfuño por un conductor que hace una mala maniobra, esperar los semáforos, llegar al trabajo, y cumplir con sus obligaciones.

De repente un día te das cuenta de que tus rutinas tenían un valor excepcional. Que cada paso que das tiene un detalle especial. La forma en que preparas el café o el mate, o el té. Como te sentás en la mesa, con quién.

Le prestes más atención a los pasos de tu ritual al vestirte, al peinarte, al salir. Ya no es lo mismo tomar las llaves, el teléfono. Cada objeto ahora es un potencial peligro. Hay que tener en cuenta otras costumbres.

En la calle andan pocos vehículos. Te asombra no tener que estar mirando a los cuatro costados, porque hay espacio de sobra.

Ya no podés saludar con un beso a tus amigos o conocidos. No podés compartir un mate. Cada persona con la que te cruzás es un potencial riesgo de contagio.

Todo cambió. Nada es igual. Aprovechemos a darnos cuenta de las cosas que nos estábamos perdiendo. Rescatemos todo este nuevo mundo que nos abre posibilidades de aprender algo nuevo.

#CoronavirusEnArgentina #MarDelPlataSeQuedaEnCasa
#QuedateEnCasa

El mundo gira. (Crónicas del Coronavirus).

El mundo gira. (Crónicas del Coronavirus).

La vida sigue, a pesar de esta monotonía repetida. Algunos podemos romperla por nuestras tareas. Somos "esenciales", aunque a veces me pregunto bien qué significa eso. Todos los somos, en cierta medida.

Los programas se concentran en los datos de contagios, testeos, muertos. Parece una competencia entre países, a ver quién tiene menos o más víctimas del virus que llegó para ¿quedarse? Ya casi no se habla de otros temas, y los otros pocos asuntos de los que tratan, da vueltas en torno a esta calamidad incontrolable.

Pero el mundo sigue girando. La vida de abre camino y nacen niños. Los cumpleaños se suceden, las tortas ahora son las sencillas, pero no menos exentas de amor. Siguen habiendo milagros, el amor se sucede gracias a las redes y las familias, muchas, reafirmaron un lugar de encuentro al que, tal vez, le restaban importancia. La casa volvió a ser un hogar.

El mundo sigue girando. En algún lugar del planeta está regresando la primavera, la naturaleza está renaciendo y con ella, la esperanza. En algún lugar, alguien llora por un corazón roto; en otro, cuentan los días para volver a verse con esa persona a la que se extraña el aroma, el tacto, la mirada.

El mundo sigue girando. Nos guardamos para protegernos y cuidar a los nuestros. Puertas adentro, te abrazas a esa persona que te ancla a a la tierra, que te salva de toda la locura y sonreís. Porque el mundo sigue girando, a pesar de todo.

Cuidate. #QuedateEnCasa

Imagen tomada de la web
© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020

lunes, 30 de marzo de 2020

No es amor



No es amor si te humilla, si te maltrata. o si te hace chistes hirientes, si te apaga.

No es amor cuando te anula, o te corta las alas. Ni si te pincha los sueños y te degrada.

No es amor cuando te ataca, o te amenaza. Ni cuando le pega a la pared, ni cuando hace que se marcha.

No es amor cuando vuelve arrepentido y no cambia. Ni es amor cuando te pide de rodillas que le abras.

No es amor cuando te manipula para que no salgas, o que no uses maquillaje o faldas.

Entendelo, no es amor cuando te tiembla el alma. Cuando para hacerlo feliz, dejas de hacer lo que amas.

No es amor si te pide que seas menos, si no disfruta de tus logros, si te rebaja.  Ni si en una discusión, te golpea o te mata.

No tengas miedo de denunciarlo, si cuando cortas la relación te persigue, te vigila o te acosa.

 No le tengas lástima a quien, llegado el momento, no le va a importar tu vida y te considera una cosa.

No es amor. Entendelo. No es amor.
 #NiUnaMenos

Me quedo en casa (crónica del coronavirus)



Me levanto y no sé bien si vestirme, quedarme en pijama o qué hacer. Es como un domingo largo y eterno, lleno de siestas, en donde se pierde un poco la noción del tiempo.

No se casi que hora es. Almuerzo si veo que aún hay sol y ceno porque está oscuro. Casi sin ganas, por rutina, escuchando en el fondo las voces de la televisión que, en su estridencia, me dice lo grave que está todo afuera.

Los consejos aparecen por las redes. Limpiar, ordenar, sacar, poner, hacer. Desee afuera nos indican qué hacer en esta rutina sin rutinas, en este limbo en donde solo me despierta el anuncio de un anuncio que tarda horas en llegar y las conjeturas hacen que la incertidumbre sea más fuerte.

No dicen nada más que ya no sepa, que no hayan repetido hasta el cansancio y, de repente, apago todo, pongo algo de música, pienso que esto son unas vacaciones eternas, en las que tengo que pasear por mi interior.

Dejo el silencio que me invada. Miro hacia afuera, la lluvia cae monocorde y el gris se hace más gris en este día que ya dura casi dos semanas.

Imagen tomada de la web.
© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020

miércoles, 19 de febrero de 2020

Adiós.



Ya está. Terminó la fiesta y las luces se apagaron. Ya no somos esos que se deslumbraron al ritmo de una música embriagadora. Volvimos a ser estos dos seres descarnados, normales, sin las plumas del pavo real que nos adornaban.

Ya acabó. Todos se fueron y solo quedamos nosotros, vacíos, sin rumbo, preguntándonos con la mirada qué hacemos ahora con esas promesas que ninguno estaba dispuesto a cumplir. Qué hacemos con las palabras que usamos sólo para poder tener unos minutos de  algo parecido al amor.

Ya fue. Nunca fuimos ni seremos uno para el otro. Tu camino y el mío jamás coincidirán más que en este cruce inesperado. Vos seguirás tu sendero, sin mirar atrás, sin acordarte de mí, olvidándome en otros cuerpos. Yo deberé recorrer mi ruta, levantándome una vez más, cuando ya nada duela, cuando seas una sombra en mis recuerdos, cuando cuente nuestra historia y no logre decir tu nombre.

Ya no más. Ya basta para mí. Basta de la mentira en donde todo parecía color de rosa, hasta que tus manos se volvieron frías y tu sonrisa un gesto parco. Yo quiero al otro, a ese cuya carcajada me hizo estremecer, al que me hizo sentir como una corriente recorriendo mi cuerpo, al que me dio el beso más dulce del mundo, al que me abrazo y me hizo sentir que su pecho era mi lugar en el mundo.

A este despojo sin sentimientos que  queda luego de la fiesta, al que se sienta en una silla sin mirar a su alrededor, al que no le importa qué necesito hasta que me necesite, al que me hace sentir invisible, sola, no lo puedo aceptar.

Por eso, me quito los zapatos, tomo mis cosas y me marcho. Me llevo los fantasmas que fuimos en mi bolso, te dejo los besos que jamás volveré a dar y cierro la puerta tras de mí, para nunca más volverte a ver.

Imagen tomada de la web.
© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020