miércoles, 19 de febrero de 2020

Adiós.



Ya está. Terminó la fiesta y las luces se apagaron. Ya no somos esos que se deslumbraron al ritmo de una música embriagadora. Volvimos a ser estos dos seres descarnados, normales, sin las plumas del pavo real que nos adornaban.

Ya acabó. Todos se fueron y solo quedamos nosotros, vacíos, sin rumbo, preguntándonos con la mirada qué hacemos ahora con esas promesas que ninguno estaba dispuesto a cumplir. Qué hacemos con las palabras que usamos sólo para poder tener unos minutos de  algo parecido al amor.

Ya fue. Nunca fuimos ni seremos uno para el otro. Tu camino y el mío jamás coincidirán más que en este cruce inesperado. Vos seguirás tu sendero, sin mirar atrás, sin acordarte de mí, olvidándome en otros cuerpos. Yo deberé recorrer mi ruta, levantándome una vez más, cuando ya nada duela, cuando seas una sombra en mis recuerdos, cuando cuente nuestra historia y no logre decir tu nombre.

Ya no más. Ya basta para mí. Basta de la mentira en donde todo parecía color de rosa, hasta que tus manos se volvieron frías y tu sonrisa un gesto parco. Yo quiero al otro, a ese cuya carcajada me hizo estremecer, al que me hizo sentir como una corriente recorriendo mi cuerpo, al que me dio el beso más dulce del mundo, al que me abrazo y me hizo sentir que su pecho era mi lugar en el mundo.

A este despojo sin sentimientos que  queda luego de la fiesta, al que se sienta en una silla sin mirar a su alrededor, al que no le importa qué necesito hasta que me necesite, al que me hace sentir invisible, sola, no lo puedo aceptar.

Por eso, me quito los zapatos, tomo mis cosas y me marcho. Me llevo los fantasmas que fuimos en mi bolso, te dejo los besos que jamás volveré a dar y cierro la puerta tras de mí, para nunca más volverte a ver.

Imagen tomada de la web.
© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020