jueves, 18 de junio de 2020

Tuve ganas...



De repente tuve ganas de quererte, de abrir las puertas y comenzar a imaginar tu sonrisa por las mañanas.

De repente, tuve ganas de olvidarme de todos mis amores pasados, de volver a empezar una nueva historia, de sentir tu mano sobre la mía.

De repente, tuve ganas de mirarte y que nadie más estuviera cerca, que el mundo fuera solo para nosotros y aprenderme tu aroma.

De repente, tuve ganas de soñar que otra vez era posible el amor, que a la primavera no le importara la estación del año y sentir que miles de flores abrían un nuevo camino.

De repente, el silencio me envolvió de nuevo, el invierno se impuso a mis deseos y me di cuenta de que no estabas en mi camino.

De repente, tuve ganas de decirte que quizás, que tal vez, que algún día...pero una pared invisible se impuso entre los dos y tuve que callarme mis ganas, mientras te ibas por otro camino. 

De repente, supe que podía volver a amar. Y tuve ganas de darte las gracias, aunque no estuvieras en mi vida.

Imagen tomada de la web
© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020

sábado, 13 de junio de 2020

Pelear contra el cangrejo.



A veces no es ganarle, es simplemente tener la actitud suficiente para presentarle batalla. Es levantarse cada mañana, con una sonrisa, y saber que lo mantuvimos a raya un día más. Aunque, en el fondo, sepamos que avanza.

Pelear contra el cangrejo es burlarse de su poder sobre nosotros, es mirarlo de frente y tomar las armas que tengamos cerca para hacerle saber que, con nosotros, no podrá. Aún cuando la guerra esté perdida.

Pelear contra el cangrejo es tener un día más para abrazar a los que amamos, para leer ese libro que dejamos pendiente para más adelante, escuchar esa música que nos eleva, ir a ese lugar en donde nos sentimos en paz. Es hacer todo eso que siempre postergamos, porque pensábamos que teníamos todo el tiempo del mundo para hacerlo.

Pelear contra el cangrejo es, a veces, rendirse ante la evidencia de que es más fuerte que nosotros, pero sabiendo que dejamos lo mejor de nosotros mismos en cada batalla. Es no mostrarnos víctimas ante nadie.Al cangrejo no hay nada que le guste más que una víctima que se da por vencida en el primer encuentro.

Y si nos toca morir en la última estocada, hacerlo con la frente en alto, con el orgullo de haber peleado hasta el final, aún cuando supiéramos desde el principio cual seria el resultado. Esa, en realidad, es nuestra victoria contra el maldito cangrejo. 

Imagen tomada de la web
© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020

martes, 2 de junio de 2020

Antes de que me olvide. Décimo quinta parte.



¿Alguna vez les conté que rechacé un auto nuevo, por un sándwich de milanesa?

Mi padre supo ser componente en una empresa de colectivos. Lo logró no por tener dineros sino porque era un excelente mecánico y, los dueños de los micros para no pagarle un extra por el trabajo adicional (en esa época era solo chófer), le propusieron ser socio y que los arreglara gratis. 

En el patio de casa siempre había un colectivo (o dos) para que él los revisara, pusiera a punto, ablandara el motor. Incluso, traían unidades de otras empresas para que mi padre les hiciera la mecánica.  Crecí trepando por los pasamanos, sacándole el aire a los frenos y jugando con las herramientas que había en casa.

Una tarde llegó el dueño de una unidad de una de esas empresas, en un hermoso coche nuevo. Era un Peugeot blanco, creo que un 504, divino. Yo, criada entre fierros, quedé impresionada por el auto, que brillaba y era el "último modelo" por aquellos días.

El hombre, de apellido Reales, de pronto reparó que yo tenía en la mano un enorme sándwich de milanesa, recién hecho por mamá. Mención aparte para explicar que, como ya saben por otros capítulos de esta serie de memorias, mamá cocinaba (y sigue cocinando) como los dioses, y que el sabor de sus comidas son únicas. Sobre todo, sus sánguches de milanesa!!!

Recuerdo que Reales, observando mi fascinación por el auto, me propuso un intercambio. Él me daba el auto, a cambio de mi sándwich. Si bien yo tenía entre 7 u 8 años, no era ninguna tonta y sabía perfectamente que no podría manejar el auto, que el señor me mentía descaradamente y que si yo entregaba mi delicioso sánguche perdería doblemente, porque me quedaría sin mi bocadillo y sin el auto. Pero, siempre hay un pero, el imponente aspecto de vehículo me hacía dudar. ¡Qué difícil es tener el corazón dividido entre dos amores!

Pasaron unos pocos minutos en que la extorsión me hacía pensar en que mamá me haría más sándwiches de milanesa, pero que nunca más podría tener un coche tan hermoso como el que estaba estacionado en la vereda de casa. Minutos que se me hacían eternos, entre la mirada de Reales y la media sonrisa de mi padre, que parecía esperar el momento de burlarse de mi credulidad infantil.

"No". Dije de repente. "¿No, qué?", preguntó aquel hombre que de repente se me hizo insoportable. Miré el vehículo por última vez y me fui adentro de casa, a que nadie se diera cuenta de la angustia que me había ocasionado aquella decisión. (Suena muy catastrófico, pero tener un auto era poder llevar de paseo a mamá, y ese era mi máximo anhelo).

"¿Tan rico es ese sánguche, que vale más que un auto?", le escuché decir, mientras tenía ganas de llorar, porque se me había esfumado la posibilidad de tener un auto (lo escribo sonriendo de lo terriblemente trágica que era en esos días, pero sinceramente quería mucho tener un auto de verdad!). 

Y la respuesta es y será si, tan rico era ese sándwich, tan valioso, tan especial y tan sagrado como lo es hoy, que tengo mi propio auto y he podidollevar a mi madre a todos los lugares que quiso (esperamos ansiosas que termine esta cuarentena, para poder ir a ver juntas un ratito el mar, o pasar un ratito debajo de los aromáticos eucaliptos de Camet)!!!

Imagen propia tomada por mamá, yo, con mi famoso sándwich de milanesa. 1979. Sierra de los Padres.

© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020

lunes, 1 de junio de 2020

Horizonte. Crónicas del Coronavirus



Por momentos, angustia pensar que nunca se terminará este tiempo sin tiempo, llamado cuarentena.  Esos días grises, en que  recorres el listado de películas y series vistas, buscando algo nuevo en qué llenar el tiempo, mirando la pila de libros ya leídos y harto de los noticieros que solo hablan de lo mismo.

Por momentos, parece que no hay nada más allá de esta monotonía, que solo se rompe para hacer las compras esenciales, con preparativos dignos de un viaje a la Luna.

En el horizonte, vemos las terrazas de los edificios vecinos, que nos tapan el sol antes del ocaso, y envidiando a quien sube en las redes las fotos de sus parques. Parecería que no hubiera un mañana. Pero también, las distintas horas del día son remotamente iguales, no hay tarde, noche ni sol o lluvia que nos quite esta sensación de eternidad detenida.

Hasta que una mañana nos despertamos con un mínimo rayito de sol en la ventana, que nos anuncia que si, que pronto puede terminar, que el día tiene 24 horas. Y algo nos rompe esta rutina, y nos comienza a circular por las venas una energía que ya no recordábamos tener y, de repente, queremos salir y hacer todas esas cosas que dejamos hace ya tanto tiempo.

Renacemos, volvemos a vibrar con alguna canción sencilla, nos sentimos como adolescentes ante nuestro primer amor, puros e inocentes y sabemos que pronto este encierro acabará.

Algo abremos aprendido. Algo nos hace levantarnos y caminar hacia ese horizonte, que hoy vemos más cerca.

Imagen tomada de la web.
© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020