sábado, 10 de agosto de 2019

Lazos eternos.



Más que primas fueron amigas. Fueron compinches.  Fueron hermanas.

Se llevaban unos 15 años de diferencia, pero eso nunca fue un impedimento para que no fueran a comer, no se juntaran a jugar a las cartas, a charlar o pasar un buen momento.

Fueron tan simbióticas que, sin saberlo ellas, una se enfermó detrás de la otra. Casi de lo mismo. Y, mientras una estaba aún luchando por su vida, la otra moría. Y, sin que nadie le contara este acontecimiento, la otra falleció pocos días después.

Quiero creer que la siguió, porque no iba a soportar este mundo sin su otra parte, sin esa mitad que siempre tuvo en ella. Pienso que la primera en partir la llamó, diciéndole qué buen lugar era ese al que había llegado.

Quiero creer que hay almas que están juntas más allá de toda lógica, unidad por un lazo más fuerte que cualquier cosa que podamos imaginar.

Dedicado a N. y M.

lunes, 5 de agosto de 2019

Vigésimo octava forma de enamorarse.



(Mini homenaje al libro "27 maneras de enamorarse", de Santiago Craig).

Encendé estrellitas de colores. Prendé sahumerios de lirios y abrí las ventanas del cielo. Subí al paraíso.  Mirá desde allá todo lo que dejaste atrás.

Ni te preguntes si vale la pena. Vale la vida. Vale el riesgo. Vale cada uno de tus días vividos. Cada latido de tu corazón.

Servite un jugo de cualquier fruta mezclado con arándanos.  Comé una porción de esa torta que siempre mirás por el vidrio de la pastelería.  Olfateá el aroma del pochoclo recién hecho.

No te olvides de llenar la bañera hasta el tope.  Ponele sales aromarizadas con jazmín.  Y bastante espuma. Jugá con las burbujas. Rompelas con los dedos mientras suena Extraños en la noche, o No se tú, o la canción que más te guste.

Abrí la botella de esa bebida especial que guardabas para esa persona especial. Tomala mientras bailas con tu sombra, a la luz de las velas. Subite a una silla y cantá, aunque desafines, a los cuatro vientos.

Mirate en el espejo. Sonreíte. Pensá cuantas veces te dejaste de lado. Ponete la ropa aquélla que nunca usaste. Abrazate fuerte y salí a caminar con el ser más importante de tu vida. Vos.

 Imagen tomada de la web.

©Cristina Vañecek- Derechos Reservados 2019

domingo, 4 de agosto de 2019

Héroes.



A veces nos salva quien menos lo pensamos. Cuando no damos más, cuando llegamos al límite, cuando la mochila nos pesa tanto que seguir con ella a cuestas nos puede costar la vida.

Caminamos sin rumbo, a ciegas, llenos de incertidumbre porque debemos soltar, sí o sí, todo aquello a lo que nos aferramos durante tanto tiempo, lo que nos lastimaba pero, a su vez, nos daba seguridad.

Era nuestra incómoda zona del confort, nuestro espacio de autocompasión, el reducto secreto en donde nuestra alma se regocijaba en un dolor mortal, deteniéndonos en un instante temporal que eternizamos por tercos, por obstinados, por una irracional manera de sostenernos a algo, aunque nos hiciera daño.

Y aparece alguien que nos rescata, tal vez de un sopapo, quizás sin que nos demos cuenta, que nos prende la luz de a poquito, que nos muestra que detrás del muro hay algo más, que nos estamos perdiendo eso que pasa mientras dejamos que la vida transcurra.

Tenemos, sin saberlo, nuestro propio héroe anónimo y enmascarado, que mete mano en nuestra vida sin pedir permiso, que nos cuida desde lejos, que nos rescata de la muerte, tira la mochila a la basura y, sin saberlo nosotros, quedamos livianos y nuevos.

El héroe se va. O se queda observando.  O, simplemente, ignora la misión que tuvo en nuestras vidas y sin saber su nombre ni conocer su rostro, lo reconocemos por el perfume a paz que transmite. Aunque en su alma se debata la más atroz de las tormentas.

Imagen tomada de la web.

©Cristina Vañecek- Derechos Reservados 2019

sábado, 3 de agosto de 2019

No quiero ser la mujer maravilla.

No quiero ser la mujer maravilla.

Hoy quiero ser frágil.  Dejar las armas y sentarme en un rincón, taparle los oídos y cerrar los ojos hasta que todo pase.

Hoy no quiero ser la mujer maravilla, que todo soporta, que todo enfrenta y no necesita a nadie. Hoy quiero que me sostengan, que me contengan y me abracen.

Esto de hacerse la heroína suele dejarte muy sola. Te ponen en la cima de la montaña, te admiran, pero al mismo tiempo creen que no necesitas nada ni a nadie de qué aferrarte. Como si tu columna vertebral fuera de acero, como si tu piel fuera indestructible, como si nunca jamás el cansancio o el dolor pudieran afectarte.

Me cansé de resistir golpes y balas, de salir corriendo a salvar a todos y no contar con nadie que quiera salvarme a mi, porque me ven tan fuerte que piensan que no me hace falta. Que sola puedo todo.

No, no puedo todo. Debo admitir ante mi propio espejo que yo también compré el disfraz, que me convencí de ese discurso autosuficiente, que levanté paredes a mi alrededor para que nada me lastimara. Que me defendí de hasta quien no iba a herirme.

Duele quitarse cada parte del traje de superheroína, porque lo llevé puesto tanto tiempo que se me grabó en la piel.  Duele aprender a no estar a la defensiva, y no salir corriendo ante la más mínima señal de peligro. Duele dejar de salvar a los demás.

Hoy tengo que salvarme a mi misma, tengo que aprender a pedir ayuda, a decir "no puedo", a sentirme débil y aceptar que otros salgan al rescate por mi.

Imagen tomada de la web.

©Cristina Vañecek- Derechos Reservados 2019