sábado, 22 de septiembre de 2018

"Sueño erótico para no dormir"



Abro los ojos. No estás. Una tenue luz viene desde el baño. Me envuelvo con la sabana y camino despacio, para no hacer ruido.

Te veo ahí, de espaldas, desnudo frente al lavabo.  Con las manos apoyadas sobre el mármol. Con la cabeza gacha.

Me acerco. Dudo si decirte algo. Extiendo mi mano y apenas rozo tu piel con una caricia. Te estremeces con un sollozo, mientras sigues mirando hacia abajo.

Me acerco y dejo caer la tela que me cubre. Me estrecho a tu cuerpo con toda la dulzura que pueda haber en mí.

Te rodeo con mis brazos, mientras beso suavemente tu espalda. Acaricio lentamente tu pecho, y siento un suspiro profundo, largo, intenso que exhala toda tu tristeza. Mis manos rozan tu vientre, y bajan al centro de tu ser.

Lloras. Te pones tenso y siento una oleada de enojo hacia tu propio ser que te invade. Esta noche no pudiste. No entiendes que no me importa, que no es grave.

Mis manos vuelan a tus hombros y  recorro tus brazos como si fueran las teclas de un piano, mi boca va sembrando besos suaves en cada una de tus vértebras. Desciendo lentamente marcando un camino hacia el infinito.

Me provoca dar leves mordiscos a tus glúteos, mientras te hago cosquillas desde los talones, subiendo por tus pantorrillas, acariciando tus muslos.

Te giro y miro tu rostro, ahora sonríes, con la firmeza que puede dar liberarse de las presiones. Juego, mientras tu mano acaricia mi cabello.

De pronto te inclinas, me tomas por la cintura y me levantas. Me sientas sobre el frío mármol del lavabo. Mientras Bbesas esas mi cuello mis piernas enhebran tu cuerpo, te aprisionan y, ahora si, nos envuelve la melodía desencadenada de nuestros suspiros.

domingo, 9 de septiembre de 2018

Víctimas.



No se si soy una mujer fuerte. Se que renací más de una vez, que caí en los pozos más profundos, de los que pensé que no podría salir.

Sin embargo, salí.  Curé las heridas. Me resbalé, volví a intentarlo, me lastimé otra vez y arremetí contra lo que hubiera enfrente, con la tozudez propia de quien no ve el peligro.

Me dolió, y tuve que dejar de pensar en mis heridas para ser fuerte y ganar las batallas contra mis propios miedos, vencerme a mi misma antes que a los demás, para poder ganar en un mundo que no da tregua.

A veces tuve manos que me ayudaron a salir de esa oscuridad. Y a veces, hubo manos que me empujaban hacia el fondo, porque no querían que viera la luz, porque tenían miedo de que les descubriera en sus mentiras y falsedades.

Tuve que tener paciencia, esperar, recuperar fuerzas y sobrevivir como fuera para preservarme. Tuve que endurecerme para que no llegaran a matar lo mejor de mi misma, resguardarme ante el menor indicio de peligro.

Y aprendí que fui más fuerte de lo que pensé, que superé obstáculos que en su momento no creía que pudiera  vencer y que me gané mi propio lugar en el mundo. Que renací cada vez que intentaron matarme. Que sobreviví en cada naufragio, en cada tormenta.  Que pude salir y aprender a mirar el camino para no caer nuevamente en un pozo. Porque no sé si la próxima vez podría  salir como lo había hecho antes.

Lo que si se es que nunca me creí una víctima. Que jamás me adormecí en esa postura, buscando la lástima de los demás. Que nunca me permití que me miraran con ojos de piedad, porque no podía darles el gusto de verme frágil y vulnerable.

Jamás me dejé ver herida, lastimada o rota en mil pedazos.  Jamás permití que vieran ni una sola de las miles de lágrimas que derramé, ni rogué a nadie para que cumpliera mi voluntad. Todos somos libres, aunque eso signifique que no se quede a mi lado quien prometió estar todo el camino.

No se si soy una mujer fuerte. Sólo se que pude seguir adelante.

lunes, 3 de septiembre de 2018

Corazón.



Entreabrió los ojos y sólo sintió ese aroma propio de los hospitales. Un pitido constante indicaba que estaba viva. Una máquina la proveía del oxígeno que necesitaba para resistir en una lucha en la que no sabía que estaba participando.

No entendía que hacía allí. En ese cuarto blanco, conectada a tantos sensores, cables, sondas. No podía moverse, no tenía fuerzas. Sólo recordaba que había sentido un enorme cansancio. Y un dolor. Como si su pecho se hubiera partido en dos.

Una enfermera anotaba sus signos vitales en una planilla.  Sonrió al ver que había abierto los ojos. Un gesto amable, pero que no le aclaraba nada de su situación.

Un tumulto vino del pasillo. La enfermera fue hasta la puerta, la abrió y otra camilla ingresó a la habitación. La mujer corrió una cortina para que ella no viera que estaba ocurriendo.

Escuchó la palabra "infarto". Sintió los espasmos de la reanimación cardíaca.  Supo de los electroshocks.  Y sintió un nuevo pitido, que señalaba que esa persona que había llegado había sido salvada.

¿Eso le había ocurrido? ¿Había tenido un infarto? ¿Su corazón no había resistido? No podía hacer preguntas. No sentía fuerzas para hablar.

Un médico corrió la cortinilla. Revisaron sus parámetros y se fueron. La dejaron sola con su nueva compañía.

Giró levemente la cabeza. Sentía curiosidad y quería solidarizarse aunque más no sea con la mirada de la situación que ambos estaban viviendo.

De repente esa persona giró la cabeza hacia donde ella estaba. Ambos se miraron. Ninguno de los dos pudo creer coincidir, después de tantos años,  en esa habitación de hospital, a donde sus corazones rotos los habían llevado.

Un pitido ininterrumpido señaló la hora final para los dos. Ahora si, podrían estar juntos para siempre.