domingo, 30 de diciembre de 2018

2018-2019.



Cerrar puertas y abrir ventanas.  Terminar ciclos y comenzar otros. Dejar atrás y volver a empezar. Llorar y reír. Morir y nacer. Concluir y emprender.

Todo año que finaliza deja atrás un montón de cosas, momentos, personas, que nos hicieron pasar por toda una montaña rusa de sentimientos.  A veces negativos, a veces positivos.

Hay años que uno no quiere que terminen, porque llegamos a lograr tantos sueños, alcanzamos esa cresta de la ola en donde nos sentimos que no podemos pedirle nada más a la vida, sólo detener el tiempo y permanecer ahí.  Porque sabemos que, quizás, lo que venga no sea tan fácil, tan feliz ni tan pleno.

Y hay años que, pensamos, nunca deberían haber comenzado, en los que esperamos con ansias el 31 de diciembre a las 23:59:59 para tirar al cesto de residuos cualquier evidencia de su paso por nuestras vidas, quemar todos los almanaques y rogar que a partir de las hora cero del nuevo año, todo se encamine. Estuvimos en lo más profundo del pozo y sólo nos queda comenzar a subir.

La bisagra que representa está fecha siempre se me hizo como un puente, que cruzamos con la profunda esperanza de encontrar ese destino al que estamos designados, ignorando que todo camino es un aprendizaje, que si rechazamos esa enseñanza, la vida nos hará cruzar el mismo puente una y otra vez, como en un círculo vicioso, hasta lograr descubrir realmente hacia donde tenemos que ir.

Les deseo un 2019 lleno de experiencias, de aprendizajes, de caminos aprendidos y puentes cruzados hacia todo lo que sueñan y aman!!! ¡¡Feliz Año Nuevo!

jueves, 27 de diciembre de 2018

Solo.




Hoy estas ante tu mesa vacía.  En silencio. Con ese orden que tanto ansiabas tener.  Una copa de vino, el televisor puesto en un programa que no miras ni te importa, porque sólo está como sonido de fondo.

Te luciste con un plato gourmet, sabiamente elaborado, para que nadie más lo disfrute.  Te sientes un rey, sin embargo no tienes reino. Tus súbditos se fueron, mejor dicho, los alejaste.  Porque olvidaste que eran tu familia, tu núcleo, y los trataste siempre como escoria.

Ya no hay gritos en la mesa. Tus hijos no pelean por tonterías, ni hacen guerra de migas de pan. Nadie vuelca la bebida, ni rompe un plato por accidente. 

En el fondo estás esperando que alguien aparezca de pronto y rompa tu soledad. Una voz grita muy fuerte dentro tuyo que no, que está mal, que nada iguala a una mesa llena de personas que te aman.

Pero los alejaste, los hiciste partir poco a poco, discretamente, dándoles a entender que su presencia te resultaba molesta. 

Ahora estás solo.  Absolutamente solo.  Bebés tu vino, saboreas tu comida, y finges que esto es lo que querías.  Con la satisfacción propia del soberbio que no sabe reconocer que se equivocó. 

Solo.  Sin nadie que te de un abrazo.

Solo.  Sin que te digan cuanto te quieren.

Solo.  Con un frío en el alma que te cala profundamente y que tu orgullo no te permite reconocer.

lunes, 24 de diciembre de 2018

Inoportuna






Viene y se lleva a quien amas sin aviso. Te lo quita enfrente de tus ojos, sin que puedas hacer nada. Se te ríe, como si disfrutara dejarte el desconsuelo y la tristeza.

Hay días en que la muerte no debería trabajar. En que tendría que tomarse un respiro y pasar de largo algunas fechas, algunos momentos, algunas almas.

Hay personas a las que no debería rozar, ni siquiera atreverse a mirarlas a los ojos. No entiendo el criterio que usa, llevándose las almas nobles y puras.

Hay fechas en que la muerte debería tener un poquito de piedad, y esperar que pare el bullicio, la salutación sonriente, para no sentirte el único triste en medio de tanta felicidad. Es como estar del otro lado de un vidrio, en donde todos están de fiesta y tu miras desde la vereda, sólo y muerto de frío, su alegría.

Hay días en que la muerte se equivoca, y lastima más de lo que suele hacerlo en fechas comunes, normales, sin tanto alboroto, sin festejos en los que no se puede encajar porque el dolor es tan profundo, que no te permite ni siquiera pensar en sonreír.

Hay veces que la muerte de equivoca, que es inoportuna, que parece ensañarse y hacerlo a propósito, para clavar el puñal de la tristeza más profundo.

Hay personas con las que la muerte se equivoca, aunque sea el minuto exacto en que deba llevarse sin aviso a quien más nos ilumina la vida. Nos despedaza por dentro, dejando todo nuestro mundo en crisis.

Dedicado a Mariana, Carina, Lorena, Claudia y todas las personas que han pedido un ser amado.

lunes, 17 de diciembre de 2018

Siento frío.





Siento frío. Y no estás ahí, como siempre, para abrigarme en tu abrazo. Te busco en cada lugar que recorrimos, en donde nos besamos, en cada atardecer.

Siento frío y no hay estufa que logre sacarme está sensación de los huesos, ni de mi alma. Miro tus fotos, les hablo, les pregunto dónde estás y sólo me responde el silencio de tu sonrisa, pícara y blanca.

Siento frío, pero es algo más que frío, es una ausencia que me invade, que me roba toda emoción, que me anula. Sólo miro por la ventana, sentada desde un sillón, para descubrir tu sombra entrando al parque.

Siento frío, mucho frío, no hay manta que logre hacerme conectar con algo más que mi tristeza, me envuelvo en ella y, medio dormida, siento tu fragancia.

Siento frío, y lloro porque no puedo tocarte, porque no entiendo que pasó para que no estés aquí, conmigo, riendo a carcajadas de mis torpezas, tomando un café recién hecho y planeando un mañana.

Siento frío, tanto frío que siento que estoy muerta, que ya no tengo más lágrimas, que mi vida no tiene sentido...miro alrededor y todo sigue igual, y todo ha cambiado al mismo tiempo.

jueves, 13 de diciembre de 2018

Felices los dos.



Felices los dos.

Entró de casualidad a ese café. No solía hacerlo a esa hora, pero había tenido que salir muy temprano y ni había podido desayunar.

Mientras pedía algo para tomar, un hombre entró.  Le resultaba familiar. Lo miró disimuladamente mientras buscaba en su mente relacionar ese rostro con algún nombre. De repente lo recordó.  No lo conocía, pero era uno de los mejores amigo de aquél hombre con el que había vivido un romance secreto y había concluido hacía varios años, por la culpa que le generaba engañar a su esposa.

El hombre buscó un sector alejado de las puertas y las ventanas, se sentó y mientras esperaba su café, respondía mensajes con su teléfono. Sonreía.

Una mujer entró a los pocos minutos. Se detuvo en la puerta, buscó con la mirada y se dirigió a la mesa de ese hombre.  Él se levantó, la abrazó y la besó apasionadamente en la boca. No era la esposa del hombre y ella lo sabía.  Se escuchaba la risa de la mujer mientras el hombre le hablaba, acomodándose uno junto al otro.

Parecían novios. Y felices.  Ella sonrió. De repente algo la congeló.  No había podido ver el rostro de esa mujer hasta ese momento.

Recordó cada lágrima de ese hombre al que amó hasta la locura, porque tenía el mundo dividido en dos. Eligió a su compañera de toda la vida y se juraron no verse más.  Ellos lo cumplieron pese a todas las ganas que tenían de llamarse, de buscarse, de sentirse como cada noche en que sólo se miraban, hablando en voz baja.

La mujer se levantó de la mesa, el hombre pagó y se fueron abrazados, como si el mundo exterior no existiera, como si nadie los estuviera mirando.

El mejor amigo y la esposa de ese hombre, al que nunca más había visto,  se besaron en la puerta del aquel bar, sin pensar que eran observados.

sábado, 8 de diciembre de 2018

Confianza ciega.




Cerrar los ojos. Creer que del otro lado está eso que buscás.  Sentir que podés. Caminar por una cuerda floja, confiando que en el otro extremo te esperan.

De repente, un cimbronazo te sacude y estas a punto de perder el equilibrio.  Todo a tu alrededor parece moverse, como si los edificios fueran de gelatina. Tambaleas intentando no caer, pero no tenés de donde agarrarte.

De pronto miras hacia el otro extremo del cable, buscando su mirada para darte valor y confianza, así poder continuar tu recorrido. Y ves que es quien sacude el cable por el que estas caminando, riendo, como si fuera una travesura.

No tenés a donde ir. No podés retroceder porque te alejarte demasiado de lo que era tu puerto seguro.  Sólo te queda avanzar, viendo como juegan con tu vida, tus emociones, tu seguridad. No podés mirar hacia abajo, porque te caes. Sólo te queda respirar profundo y avanzar, muy lentamente.

Sólo querías su abrazo, el que te prometió tantas veces si tenías el valor de cruzar ese espacio que los separaba. El que anhelabas a cambio de vencer tus miedos y sería la recompensa a demostrar tu coraje y tu confianza.

Sentís que te traicionaron, pero a medida que te vas acercando, el zamarreo disminuye, se levanta y te extiende la mano. Queda poco. Levantás la vista y te sonríe como si jamás te hubiera puesto en peligro, como si nunca hubiera jugado a ponerte en riesgo.  Como si no te hubiera pedido que le pruebes tu fe.

Llegás. Te abraza y de repente sentís que el mundo vuelve a su lugar. Pero no le importó tu miedo, sólo saber qué eras capaz de hacer para merecer su amor. Te toma de la mano y se van caminando juntos, sin saber si tenés que sentirte feliz, porque algo muy dentro tuyo te dice que seguís en peligro. Pero cerrás los ojos y te dejas guiar, ignorando que más adelante hay otro precipicio que atravesar, para demostrarle tu amor.

sábado, 1 de diciembre de 2018

Volarás.






Icaro quería volar, su padre, Dédalo, le fabricó dos alas con plumas de aves y las pegó a su espalda con cera, advirtiéndole que no se acercara al Sol, ya que su calor podría ablandar el pegamento y el joven caería al mar. Icaro no hizo caso al aviso de su padre, las alas se despegaron de su cuerpo y murió irremediablemente en las aguas profundas del mar.

Pero vos... naciste con alas, volás en cada giro, en cada paso, en cada gesto de tu cuerpo. Tenés alas en los pies, en las manos y todo tu ser es un ave dispuesta a demostrar que la gravedad no existe. Jugás con las leyes naturales, demostrando que nada es imposible.

Si supieras lo feliz que me hicieron esos pocos minutos que pude verte volar nuevamente    sobre un escenario, que sigas teniendo el mismo don para generar emociones sólo con tus movimientos, si supieras que ya sos tan símbolo como el mate y tan inmortal como el dulce de leche! Tan Buenos Aires como el tango y tan Argentina como la vidala, el chamamé y la zamba!

El ballet sólo fue la excusa, el medio para llegar a tu fin, que la danza clásica, dirigida a las élites fuera vista por todos y que las danzas populares elevarán su fuego para llegar al Colón y mostrar que todo es arte, que mientras se pueda volar, no importa qué música suene.

Vos hiciste magia y volverte a ver bailar, con el mismo don de siempre, es un privilegio que la vida me dio.

¡Gracias, Julio, por existir!

martes, 20 de noviembre de 2018

Sonrisa.




(Foto tomada de la red)

Él lo ilumina todo con sólo un gesto. Tiene en sus manos el movimiento de las aves, suave y aterciopelado, que te hace sentir una brisa fresca en el rostro.

Él sonríe y ya nada más importa.  Sólo la luz que brinda. Y que te hace olvidar que él no sonreía.  Que él era oscuro.  Que él te apagaba.

"Ahora vienes tu de nuevo con un aire de misterio"...y la canción lejana, de la adolescencia, olvidada en un rincón de la memoria asoma como si la estuvieras oyendo directamente en el aire. En algún punto, no podes evitar pensar en el contraste, el juego de las diferencias tiene mucho más que siete.

Él te mira y sus ojos también sonríen, hacen juego con ese aura que lo rodea, que te atrae como una mariposa hacia la luz.

La canción resuena en algún lado nuevamente, sin embargo le hacés tus propios arreglos a la letra. "Ven con tu sonrisa blanca a endulzar lo amarga que 'su' ausencia fue..."

Y sonreís, porque su energía te contagia, te invade y te hace cerrar la puerta a todo lo que pasó hasta ayer.

sábado, 10 de noviembre de 2018

Zapatos.





 Elegimos una pareja de la misma forma en que elegimos un par de zapatos.

Muchas veces nos compramos sin pensar esos hermosos pares que vemos en la vidriera, que están de última moda, llamativos y relucientes, sin darnos cuenta del daño que nos hacen.

No nos importa, porque tenemos el calzado más bonito, que todos admiran, aunque debamos sufrir las consecuencias. Nos empecinamos en ponérnoslos  aunque nos hagan ampollas, nos lastimen o nos hagan doler.

Compramos esos zapatos más pequeños que nuestro talle, sólo porque nos gustan demasiado, sin pensar que debemos deformar nuestro paso para adaptarnos a ellos, cambiar nuestro andar y sonreír a todos mientras nuestro cuerpo padece los traumas que se van formando, sólo por no querer reconocer que nos hacen daño.

Creemos que con el tiempo se van a amoldar a nuestros pies, y que ese sufrimiento inicial vale la pena, porque hemos logrado tener algo que todos buscan. Esperamos demasiado tiempo a que se estiren y nos queden cómodos, cosa que muchas veces no sucede.

Hasta que un día aprendemos a buscar  un zapato que nos quede bien, que no nos lastime ni nos hagan
 ampollas, que no debamos deformarnos para poder andar con él, que no nos haga sentir mal ni que debamos adaptarnos a algo que nos produce la terrible incomodidad de fingir que estamos bien.

(Gracias Valeria por la foto!).

jueves, 25 de octubre de 2018

Te amé.




Te amé con la furia loca de quien no piensa en riesgos. Sin importar si salía malherida y rota. Sin ver lo que tenía enfrente de mí, luchando en contra de todos los molinos de viento a los que creía gigante.

Te amé, con una fuerza desconocida, con una capacidad ignorada  por mi para ofrecer lo más profundo. Te amé a pesar de todo.

Y te amé con el hambre animal de quien encuentra su refugio, su lugar en el mundo, su paz. Te amé a pura inconsciencia, poseída por un valor que no sabía que tenía.

Te amé hasta que no pude más, yendo más allá de mis propias fuerzas, nadando hacia una tormenta de la que no sabía si iba a salir con vida. Y, aún sabiendo eso, te amé.

Corrí todos los riesgos, porque amarte me daba vida, porque valía la pena, porque tras la batalla me esperaba el refugio de tus brazos...

Pero no te alcanzó, y no podía amarte más, porque sólo quedaba darte mi vida para que supieras cuanto te amaba.

Y decidí abrir la ventana y dejarte en libertad, que volaras a otro cielo en donde encontrases un amor que te colmara.

Porque te amé como no podía amar a otro. Porque te amé como no amaré nunca a nadie. Pero ni podía darte más.

sábado, 20 de octubre de 2018

Cuántas Sheilas más habitan el país?



Niños en riesgo. Los vemos todos los días, a cada rato. No necesitamos irnos a algún país lejano para comprobar que existen. Conviven con nosotros, cruzan la calle al lado nuestro y muchas veces viven en la casa de al lado, sin que los veamos hasta que ya es demasiado tarde.

Leo la indignación por la muerte de Sheila Ayala, una nena de 10 años, cuya desaparición movilizó a unos cuantos, pero las circunstancias de su muerte dolió a todos. Perdón, corrijo, las circunstancias de su asesinato.

Leo también que muchos hoy están enojados con los beneficios que los asesinos de la niña recibían por parte del Estado. Mismos beneficios que daba el gobierno anterior y muchos de esos que hoy descubren que algunos progenitores (padres es otra cosa) se gastan la plata de la AUH en drogas y alcohol, pidiendo a gritos que les quiten esos subsidios, antes trataban de gorilas, fachos, insensibles y varios epítetos más a quienes veíamos que ocurría en los suburbios.

Si, una golondrina no hace verano, pero la falta de controles hizo que cada vez hubieran más "golondrinas". Los organismos correspondientes a la entrega del programa de Asignación universal por hijo cada tanto publican que se extiende o prorroga el tiempo obligatorio en el que se deben presentar los certificados médicos y escolares que permitan la continuidad del plan (http://unamiradacomn.blogspot.com/2017/12/ni-chupi-ni-juego-ni-pucho-ni-falopa.html?m=1).

Cuando alguien, hace algunos años, dijo que los padres se gastaban el dinero en juego y alcohol, medio país saltó a defender a los pobres padres estigmatizados por ser pobres, excluidos sociales de las políticas neoliberales de los 90, cuyo gobernante formaba parte de sus propias filas (faltaba ver al mismo turco gritando eso).

El problema es que nadie controla. Nadie se atreve a pedir que se presente un comprobante que demuestre que ese dinero fue utilizado para adquirir alimentos, ropa, útiles o lo que fuera en beneficio del chico que es el verdadero beneficiario final de ese subsidio.

Es intervencionista. No corresponde. Nadie pide que demuestre en que gasto lo que yo gano. Justamente, yo me lo gano y el subsidio tiene un objetivo que, a las vistas, no se cumple, al menos en un grupo de personas.

¿A nadie de ninguna institución estatal se le ocurre preguntar que pasa con los chicos que dejan de percibir la asignación?  Sacando a los que cumplen 18 años y a los niños que fallecen por distintas causas, hay un cúmulo de pibes en un limbo del cual nadie se percata y por el que nadie pregunta. Chicos que quizás se fugaron de sus hogares, que los padres no están en condiciones psicofísicas de cumplir con los tramites. Chicos que dejan de percibir un derecho porque a los que están atornillados en sus puestos, cobrando mes a mes sus sueldos públicos, no se les prende ninguna lamparita.  Sólo se remiten a decir que 50.000, 100.000 o 200.000 asignaciones dejarán de pagarse y a otra cosa. Durante el gobierno de Cristina Kirchner también  pasaba.

Hoy leo que muchos dicen "basta de Sheilas", sin embargo Sheila Ayala es le punta del iceberg que nadie quiere ver.

sábado, 22 de septiembre de 2018

"Sueño erótico para no dormir"



Abro los ojos. No estás. Una tenue luz viene desde el baño. Me envuelvo con la sabana y camino despacio, para no hacer ruido.

Te veo ahí, de espaldas, desnudo frente al lavabo.  Con las manos apoyadas sobre el mármol. Con la cabeza gacha.

Me acerco. Dudo si decirte algo. Extiendo mi mano y apenas rozo tu piel con una caricia. Te estremeces con un sollozo, mientras sigues mirando hacia abajo.

Me acerco y dejo caer la tela que me cubre. Me estrecho a tu cuerpo con toda la dulzura que pueda haber en mí.

Te rodeo con mis brazos, mientras beso suavemente tu espalda. Acaricio lentamente tu pecho, y siento un suspiro profundo, largo, intenso que exhala toda tu tristeza. Mis manos rozan tu vientre, y bajan al centro de tu ser.

Lloras. Te pones tenso y siento una oleada de enojo hacia tu propio ser que te invade. Esta noche no pudiste. No entiendes que no me importa, que no es grave.

Mis manos vuelan a tus hombros y  recorro tus brazos como si fueran las teclas de un piano, mi boca va sembrando besos suaves en cada una de tus vértebras. Desciendo lentamente marcando un camino hacia el infinito.

Me provoca dar leves mordiscos a tus glúteos, mientras te hago cosquillas desde los talones, subiendo por tus pantorrillas, acariciando tus muslos.

Te giro y miro tu rostro, ahora sonríes, con la firmeza que puede dar liberarse de las presiones. Juego, mientras tu mano acaricia mi cabello.

De pronto te inclinas, me tomas por la cintura y me levantas. Me sientas sobre el frío mármol del lavabo. Mientras Bbesas esas mi cuello mis piernas enhebran tu cuerpo, te aprisionan y, ahora si, nos envuelve la melodía desencadenada de nuestros suspiros.

domingo, 9 de septiembre de 2018

Víctimas.



No se si soy una mujer fuerte. Se que renací más de una vez, que caí en los pozos más profundos, de los que pensé que no podría salir.

Sin embargo, salí.  Curé las heridas. Me resbalé, volví a intentarlo, me lastimé otra vez y arremetí contra lo que hubiera enfrente, con la tozudez propia de quien no ve el peligro.

Me dolió, y tuve que dejar de pensar en mis heridas para ser fuerte y ganar las batallas contra mis propios miedos, vencerme a mi misma antes que a los demás, para poder ganar en un mundo que no da tregua.

A veces tuve manos que me ayudaron a salir de esa oscuridad. Y a veces, hubo manos que me empujaban hacia el fondo, porque no querían que viera la luz, porque tenían miedo de que les descubriera en sus mentiras y falsedades.

Tuve que tener paciencia, esperar, recuperar fuerzas y sobrevivir como fuera para preservarme. Tuve que endurecerme para que no llegaran a matar lo mejor de mi misma, resguardarme ante el menor indicio de peligro.

Y aprendí que fui más fuerte de lo que pensé, que superé obstáculos que en su momento no creía que pudiera  vencer y que me gané mi propio lugar en el mundo. Que renací cada vez que intentaron matarme. Que sobreviví en cada naufragio, en cada tormenta.  Que pude salir y aprender a mirar el camino para no caer nuevamente en un pozo. Porque no sé si la próxima vez podría  salir como lo había hecho antes.

Lo que si se es que nunca me creí una víctima. Que jamás me adormecí en esa postura, buscando la lástima de los demás. Que nunca me permití que me miraran con ojos de piedad, porque no podía darles el gusto de verme frágil y vulnerable.

Jamás me dejé ver herida, lastimada o rota en mil pedazos.  Jamás permití que vieran ni una sola de las miles de lágrimas que derramé, ni rogué a nadie para que cumpliera mi voluntad. Todos somos libres, aunque eso signifique que no se quede a mi lado quien prometió estar todo el camino.

No se si soy una mujer fuerte. Sólo se que pude seguir adelante.

lunes, 3 de septiembre de 2018

Corazón.



Entreabrió los ojos y sólo sintió ese aroma propio de los hospitales. Un pitido constante indicaba que estaba viva. Una máquina la proveía del oxígeno que necesitaba para resistir en una lucha en la que no sabía que estaba participando.

No entendía que hacía allí. En ese cuarto blanco, conectada a tantos sensores, cables, sondas. No podía moverse, no tenía fuerzas. Sólo recordaba que había sentido un enorme cansancio. Y un dolor. Como si su pecho se hubiera partido en dos.

Una enfermera anotaba sus signos vitales en una planilla.  Sonrió al ver que había abierto los ojos. Un gesto amable, pero que no le aclaraba nada de su situación.

Un tumulto vino del pasillo. La enfermera fue hasta la puerta, la abrió y otra camilla ingresó a la habitación. La mujer corrió una cortina para que ella no viera que estaba ocurriendo.

Escuchó la palabra "infarto". Sintió los espasmos de la reanimación cardíaca.  Supo de los electroshocks.  Y sintió un nuevo pitido, que señalaba que esa persona que había llegado había sido salvada.

¿Eso le había ocurrido? ¿Había tenido un infarto? ¿Su corazón no había resistido? No podía hacer preguntas. No sentía fuerzas para hablar.

Un médico corrió la cortinilla. Revisaron sus parámetros y se fueron. La dejaron sola con su nueva compañía.

Giró levemente la cabeza. Sentía curiosidad y quería solidarizarse aunque más no sea con la mirada de la situación que ambos estaban viviendo.

De repente esa persona giró la cabeza hacia donde ella estaba. Ambos se miraron. Ninguno de los dos pudo creer coincidir, después de tantos años,  en esa habitación de hospital, a donde sus corazones rotos los habían llevado.

Un pitido ininterrumpido señaló la hora final para los dos. Ahora si, podrían estar juntos para siempre.

sábado, 25 de agosto de 2018

"Justo ahora"




Justo ahora, que después de tanto tiempo te convertiste en una sombra, vuelves a aparecer pidiendo algo con la mirada.

Justo ahora que ya no recuerdo tu aroma, que en aquellas noches perfumaba mi piel, te presentas con las manos en los bolsillos y los hombros hundidos, mirando al piso sin saber qué decir.

Justo ahora, que olvidé todas las cosas que pensaba decirte si volvía  a verte y que el dolor me repetía noche a noche, ahogándome en mi soledad, surges de la nada en mi puerta.

Justo ahora, que tu rostro se me hizo desconocido, apareces para pedirme un no se qué en medio de un murmullo confuso, monosilábico, en frases que no dicen nada en concreto.

Justo ahora, que no se quien eres, que recorrí un camino tan largo que me alejó de tu sombra, de tu espanto, que encontré una mano llena de luz que se extiende ofreciéndome caminar juntos al sol, vuelves para ofrecerme tu caos.

Justo ahora, que ya no me acuerdo de ti, que no consigo encontrar una sonrisa tuya en mi memoria, que mi alma no vibra con tu energía.

 Justo ahora que me fui, vuelves. ¿Para qué

domingo, 12 de agosto de 2018

El paquete.



Está en un rincón, esperando a que otros decidan su destino. No puede moverse si la voluntad ajena así no lo dispone.

No llora, no ríe, no siente. No piensa, ni pide. Está, como algo que molesta, o como un adorno, según con qué lo hayan envuelto.

A veces está vacío, con un papel de color llamativo y cintas que lo destaquen. No tiene nada, sólo ocupa un lugar hasta que otro objeto más hermoso sea destinado a lucirse en ese rincón.

Otras, está lleno de información,de recuerdos, de emociones que alguna vez recorrieron un cuerpo con la fuerza de la vida. Tiene pequeños tesoros que fueron guardados con la ilusión de atrapar un momento del tiempo, un instante que si o si se fugaría, pero que pudo atraparse en esa pequeña memoria que le damos a las cosas.

Los paquetes dependen de que alguien los recuerde, los busque, los abra y les de un sentido. Para luego dejarlos ahí, nuevamente esperando que su dueño los resucite cuando tenga ganas.

viernes, 10 de agosto de 2018

Peras en el Olmo.



Ella quería peras. Él era un olmo. Ella protestaba todos los días por esa falta. Él no sabía qué hacer para darle gusto.

Ella trajo semillas de peras y las sembró en la base de su tronco. Él hizo su máximo esfuerzo por darles vida.  Ella sonreía feliz pensando en que iba a lograr cambiarlo. Él sufría porque sentía que ella no lo aceptaba como era.

Ella se fue un día, enojada, cuando pasó el tiempo y supo que jamás él le daría sus peras. Él lloró al verla partir, triste, porque su compañía le hacía feliz y supo que siempre la iba a extrañar.

Un día, sin que él pensará en volver a verla, ella volvió con una bolsa en las manos. Hacia calor, se sentó apoyando su espalda en el tronco y sacó una jugosa y dulce pera de su bolsa. Él, feliz, sacudió sus ramas para ser más frondoso y la protegió del sol con su sombra.

martes, 7 de agosto de 2018

"Éramos tan flacos".


Éramos tan flacos, tan ingenuos, con sueños y proyectos por delante. Vemos esas fotos viejas, sonrientes, con el futuro entre las manos y creyendo que podíamos comernos el mundo de un bocado.

Éramos tan jóvenes, con las ilusiones intactas, el corazón entero, la piel sin cicatrices. Éramos tercos y obstinados, jugando con el destino que parecía no tener fin.

Éramos tan frescos, recién salidos a la vida, blanditos, dispuestos a todo por cambiar el mundo, por lograr nuestros propósitos.

Y hoy, revisando fotos viejas, nos veo tan distintos  a ellos, que me pregunto si realmente  éramos nosotros esos jóvenes sonrientes, despreocupados, libres.

Y una sonrisa asoma pensando que en cuánto crecimos, cuánto vivimos, en todo los que caminamos para llegar hasta este exacto lugar en el que nos paramos, para mirar hacia atrás, en los miedos a los que les ganamos la batalla, los que nos hicieron caer.

Pienso en las dudas que nos recorrían, las inseguridades que escondíamos en cada prenda de última moda, en los desafíos que nos planteábamos para demostrar a los otros que sí, podíamos hacerlo. Que éramos valientes y audaces. Inconscientes y temerarios.

Pienso en que hoy, que ya no estamos tan flacos, tan sonrientes, tan libres, somos mas fuertes, más seguros, mas sabios. Con las manos cargadas de amores que fueron historias, con lágrimas que trocaron en sonrisas, con el temple que ganamos gracias a la experiencia, a todos los caminos que tuvimos que transitar y al amor que supimos cosechar.

sábado, 4 de agosto de 2018

Ciegos



Tienen los ojos bien abiertos. Se miran, pero no se ven. Se buscan en medio de la multitud y no se encuentran.

Tantean sus cuerpos, se tocan, se huelen, se mezclan en un torbellino de impulsos, que los lleva más allá de lo imaginable. Siguen sin verse, buscando incansablemente lo que no consiguen encontrar.

Se confunden en abrazos, en caricias que experimentan sensaciones anheladas en sus sueños de verano. Se ríen sin saber de qué y se escuchan...pero no se oyen.

Pasan horas hurgando en el otro, socavando los estratos de su pasado, investigando los por qué, los cuándo, los dónde y los cómo, sin preguntar jamás cuál es el límite, hasta qué punto se puede meter el dedo en la llaga que dejaron otros cuerpos, otras historias, uno mismo.

Y la nada hace un hueco enorme, infinito, que explota en medio de ambos,  cuando el perfume pierde su encanto obnubilador, cuando la caricia raspa como el tacto de una espina, cuando todo cae alrededor como la escenografía de un teatro de marionetas.

Al lado ya no queda más que una masa uniforme e imprecisa de un ser del que sólo queremos alejarnos, porque su vacío nos invade de tal forma que hiela hasta la última fibra de nuestro ser.

Y no vemos que ahí, al lado nuestro, esa nada a la que nos aferramos como si fuera la última bocanada de aire fresco, y que ahora hiede en toda su podredumbre, es nuestro espejo.

lunes, 30 de julio de 2018

Esplendor



A veces nos dejamos enceguecer por personas que emanan una luz que se expande, y brilla de tal manera que borra todo a su alrededor.

Nos impide ver qué hay, y vamos caminando a ciegas, tanteando el camino, ignorando si el siguiente paso será sobre seguro o nos conducirá a un precipicio.

Y cuando nos acercamos, cuando podemos ver, notamos que esa flama que nos iluminada era sólo una triste llamita, reflejada en un espejo amplificador.

  Que no tenía nada.  Que ni siquiera quemaba, ni tampoco calentaba un poco el aire a su alrededor. Que simplemente era un fuego fatuo, una puesta en escena, para lograr que nos acerquemos. 

Hay personas que son solamente una imagen que venden, pero que no pueden sostener en el tiempo. Hay personas que son sólo máscaras,llenas  de un enorme vacío.

domingo, 29 de julio de 2018

¿Quién dijo?



¿Quién dijo que la felicidad es lo mismo para todos? Vivimos cumpliendo expectativas ajenas, las principales enlazadas a los momentos más íntimos de nuestras vidas.

Que si tenemos parejas, que cuándo nos casaremos, que si no tenemos hijos pronto luego será más difícil, que si tenemos uno debemos tener otro...Y así siempre alguien diciendo los latiguillos ancestrales de personas que nos quieren bien, pero que desconocen que deseamos...o que nos tiene deparado el destino.

Algunas personas hemos aprendido a esperar, a detener mágicamente el tiempo de nuestros relojes, porque el mundo corre tan vertiginosamente que nos marea. Y la velocidad es embriagadora!! Pero algo interno nos dice que debemos bajarnos de esa vorágine inmediatamente, un click interno nos grita que no, que no es nuestro momento, que nuestro camino es diferente  y debemos saber esperar.

Y tras los amuletos, los rituales, las salidas, las búsquedas eternas en otros cuerpos de aquello que no sabemos bien que es, un día nos damos cuenta. Y nos estalla en la cara como una gran verdad, como una luz enceguecedora pero que nos muestra los que en el fondo siempre supimos, pero las voces de afuera no nos dejaban escuchar.

A veces, el amor, es encontrarse en paz con uno mismo. Es respirar un domingo a la mañana y sentir el equilibrio de estar completos así como estamos, sin depender de nadie. A veces, no seguir los mandatos es el mejor acto de valentía con uno mismo que puede existir.

A veces, la tranquilidad es ese sentimiento que perseguíamos en otra persona y sólo podíamos encontrarla en nuestro interior.

¿Quién dijo que enamorarse de uno mismo era egoísmo? Algunas almas nacimos para volar libres.

domingo, 15 de julio de 2018

La Rosa.




   Hacía muchos años que Adrián había perdido el rastro de Isabel. Nunca había sabido por qué ella decidió dejarlo.  Nunca supo la razón por la que aquella noche, tras cenar en su casa y hacer el amor, ella le dejó una rosa sobre la almohada y se fue mientras el dormía.

  Simplemente desapareció. Aquella noche hicieron el amor de una manera distinta. Ella tenía una sombra en sus ojos, una tristeza particular que no le explicó.  "Cosas de mujeres, sentimetalismo", fue la respuesta que obtuvo cuando le preguntó qué le ocurría.

  Su perfil de las distintas redes sociales había desaparecido. No atendía las llamadas telefónicas. Poco a poco se acostumbró a su ausencia. Conoció a otra mujer, sin misterios, con la que al poco tiempo formó una familia. Sus hijos le hicieron olvidar el dolor que había sentido y era un hombre feliz.

  Encontrarla fue una estampida de sentimientos que no pudo contener. Estaba enojado con ella. ¡La había odiado tanto por no responder sus llamadas! ¡Se había sentido tan sólo! Pero ¿por qué ella estaba en ese sector del hospital?

   De repente notó su aspecto desmejorado, si delgadez extrema, sus manos temblorosas. Su piel ya no tenía aquella lozanía que supo de sus caricias. Sus ojos, grandes, desproporcionados, lo miraron con una mezcla de tristeza y alivio.

-¿Por qué? ¿Por qué te fuiste así?- fue lo único que atinó a preguntarle.

  Ella hizo un gesto mostrando su cuerpo enfermo.

-Por esto. No tenía derecho.

-¿No tenías derecho? ¡Tenías la obligación! Yo tenía derecho a saberlo!

-¿Para qué?- su voz tenía una tranquilidad que lo asombraba.

-Para acompañarte. Para transitar juntos este camino.

  Por primera vez la mirada de Isabel brilló y sonrió con cierta ironía.

-¿Para acompañarme? No, Adrián. No era justo atarte a una mujer enferma que no podía ofrecerte nada. Y no quise tu lástima.

-¿Lástima? ¡Yo te amaba! Desapareciste, te borraste de la faz de la tierra!

-¿Desaparecí? Todos estos años viví en la misma casa.  Sólo apagué unos días el teléfono y salí del mundo virtual. Vos no me buscaste.

- ¿Por qué no volviste a llamarme?

-Porque me olvidaste.

-¿Olvidarte? Ni uno solo de estos años deje de pensar un día en vos.

Isabel respiró profundo. Sonrió. Se acercó a él, le acaricióla mejilla.

-Armaste una familia. Tenes hijos. Saber que sos feliz me dio fuerzas todo este tiempo.

-¿Cómo sabes eso?

-Porque nunca me alejé tanto de vos como para no saber como estabas. Me fui porque mi mayor dolor no eran las molestias de esta enfermedad, sino pensar que iba a ser un peso en tu vida, que decírtelo sería obligarte a vivir un calvario a mi lado.

- No me diste a elegir!!

- Si. Elegiste. Cuando decidiste no buscarme.

  Una enfermera llamó a la mujer. Ella comenzó a caminar hacia el pasillo, sin mirar atrás.

-Mañana voy a venir a verte. Y cada día. Hasta que estés mejor.

  Ella sonrió. Hizo un gesto con una mano en señal de despedida.

   La mañana siguiente Adrián entró entusiasmado a la habitación de donde Isabel había salido. Una enfermera lo cruzó en la entrada.

-¿Y la mujer que está internada en este cuarto?

-¿Es usted familiar?

- Un amigo.

-¿Ella no le dijo?

  Adrián entró al cuarto vacío. Había una rosa sobre la almohada. Adrián la tomó con lágrimas en los ojos.

-Ella me pidió ayer que le comprara esa rosa. Dijo que usted iba a entender. Ella se fue.

https://youtu.be/6UUxVP5gbXs

jueves, 12 de julio de 2018

Apostar.



"Yo se lo que es apostar, jugarse todo dd una vez y verlo que se va como el agua entre los dedos.

Yo se lo que es arriesgarse porque la suerte estaba de mi lado y me había dejado ganar algunas veces.

Comencé apostando poco, un par de monedas, como si no me importara lo que fuera a suceder. La a tiré sin mirar en donde cayeron, como por compromiso, casi por obligación. Y ese par de monedas me dieron una satisfacción pequeña.

Volví a jugar, poco, como quien se arriesga con miedo, sabiendo que nunca un rayo cae dos veces en el mismo lugar. Tímidamente arrojé las mismas monedas para que el azar cumpliera su rol. Y, otra vez, dupliqué los que tenía.

Aposté de nuevo. Esta vez más segura, más firme, decidida a que podía controlar lo que entregaba, jugué un poco más fuerte. Volví a ganar y parecía que, al fin,la buena fortuna se había enamorado de mi.

De pronto noté todo lo que había acumulado. No se si fue codicia, no se si fue capricho, no se si fue certeza, pero tomé todo lo que poseía, lo que llevaba, y me jugué por entero. Aposté hasta mi alma, confiada en que iba a ganar.

Pero no, volví desnuda y descalza, caminando en medio de la noche, con frío y sin comprender qué había ocurrido, ni como me había dejado llevar por la vorágine de ese juego.

Aposté el alma, la piel y mis sueños, para que se fuera todo de repente, así como si cayera a un profundo abismo sin final.  Sola, herida y confundida.

Aposté la vida y perdí todo,  sin haberme guardado nada para mi.  Sin haber tenido el egoísmo de dejarme algo en el bolsillo para resguardarme. Aposté, sin pensar en mi.

martes, 10 de julio de 2018

Precipicio.



Tal vez detrás de esa puerta habrá un nuevo precipicio. Otra vez una nebulosa que no nos permita ver si el próximo paso lo daremos sobre tierra firme o será un salto al vacío.

Tal vez no haya más que una pared que no conduzca a ningún lugar. O quizás nos lleve a ese lugar que tanto esperábamos.

Quizás todo sea cerrar los ojos y lanzarse a la nada, rezando porque está vez no haya golpes, ni se nos rompa el alma, que allá abajo alguien nos espere, con los brazos abiertos.

Quizás sea volver a arriesgarse. A jugarse con los ojos cerrados. A volar.

jueves, 5 de julio de 2018

Azul.


En este momento el amor se me hace que es de color azul, calmo, sensato, paciente. Como una ola de mar que acaricia la playa, sin golpearla, suavemente, mientras la luna besa la espuma que llega a la arena.

Se me hace la huella que una va dejando, mientras camina con los zapatos en la mano, meditando sobre la vida misma. Mirar al océano y regalarle una sonrisa de satisfacción.

Hemos pasado el tiempo de vivir bajo el rojo verdugo de un sol abrasador y ahora nuestra piel necesita un bálsamo, que la haga sentir la paz de estos años en los que observamos a nuestro alrededor con una calma misteriosa.

El azul esconde secretos profundos que de repente vamos descubriendo, porque la vida nos ha enseñado algunas cosas...poco a poco nos vamos poniendo algo más sabios, algo menos necios, quizás más humildes ante la cercanía de nuestro final y mucho menos soberbios que cuando pensábamos que podíamos comernos el mundo de un bocado.

Azul, eterno y abismal. Maduro y pensativo. Reflexivo y vital. Un amor equilibrado que no nos arrastra hacia ninguna parte, que nos acompaña, caminando descalzo por la arena, con los zapatos en la mano y la misma paz en la mirada.

domingo, 1 de julio de 2018

Duermo



Duermo. Tu dedo recorre mi espalda, desde el hombro hasta la cintura. Se detiene allí. Tu mano se abre y se posa en mi piel. Acaricia mi cintura hasta rodearme  por completo.

No duermo, pero finjo que si, para  que me despiertes o a que te acurruques a mi lado. Tu calor me invade y me tapas con la manta de tu cuerpo. Tu boca desliza un suave beso en mi hombro. Retiras un mechón de pelo que te impide llegar hasta mi cuello.

Ya no puedo disimular que duermo. Tus pies se mezclan con los míos, jugando a que son serpientes que se enredan en un paraíso de telas de algodón. Tu brazo me acerca a tu cuerpo, cuyo aroma actúa como una droga que me doblega, sin dejarme pensar en nada. Sólo sentirte como mi refugio, como mi paz, como lo que se siente cuando uno encuentra su lugar en el mundo.

Jugamos. Tu voz me susurra al pido palabras que ya conozco de antes, pero que parecen recién inventadas. Las escucho como si jamás me las hubieran dicho. Como si tuviera la inocencia que perdí en algún recodo del camino, como si me la hubieras devuelto en algún beso que sentí como si fuera el primer beso que me dieron.

Te miro.  Como si nunca te hubiera visto antes. Como si jamás hubiera mirado a alguien. Como si fuera la primera vez. Te miro como se mira a lo más maravilloso del mundo. Como a eso que el destino me marcó para que fuera mi principio y mi punto final. Te miro como si fuera la última vez que pudiera hacerlo.

Despierto. Y no estás. Y tú dedo no recorrió mi espalda y tu voz no me murmuró ninguna palabra al oído, ni tus ojos se quedaron colgados de los míos como tantas veces lo hicieron. Tu aroma no está en el aire y tu lugar de la cama está frío.

Enciendo la luz. Miro la hora. Son las doce de la noche de otro jueves que mi teléfono quedó en modo silencioso. Es otro jueves a la noche que titila la frase "llamada perdida" en mi celular, con un número que no tengo agendado. Otro jueves que borro el mensaje sin contestar.

domingo, 24 de junio de 2018

Desnuda.








Desnuda, frente al espejo, buscando en algún lugar los sueños que quedaron en el camino.

Desnuda, sin mirar atrás, sabiendo que todo puede ser, que nada es imposible, que algo puede ocurrir y seguramente sera un milagro.

Desnuda, mirando el vestido del tiempo que pasó, las huellas que marcaron mi vida hasta este lugar, los miedos que pesaron en cada paso hasta llegar aquí.

Desnuda, mi alma ante mí
más desnuda que nunca, reconociendo mis defectos en toda su plenitud, aceptando que mi imperfección es la mejor obra de mi vida.

Desnuda, sin miedos, sin rencor, sin nada que me ate a lo que ya fue, a lo que vendrá ni a lo que ignoro.

Desnuda, ante el mar, y ante Dios
Imágen tomada de la web
© Cristina Vañecek-Escritora Derechos Reservados 2018


#texto #textgram #textposts #Palabras #palabrasdeamor #letrasenespañol #letras #letrasdeautores #historia #Historias #cuento #cuentos #escritor #escritoresdeinstagram #escritoenespañol #escritoraenespañol #escritodeamor #escritosdeamor #escritos #escritoras #escritores #escritura

Si te gustó este texto, podés usar la opción "compartir" que está debajo de la foto, si lo copias y pegas, por favor, respeta la autoría e incluye mi nombre al hacerlo, muchas gracias).




miércoles, 20 de junio de 2018

Tres canciones, tres hombres, tres amores.



Cada historia que vivimos tiene algo que la caracteriza y la hace única. Un perfume, un lugar, una canción. Los amores, muchas veces, nos dejan una huella que nos vuelve a recordar esos momentos cada vez que sentimos ese aroma,  estamos en ese lugar o escuchamos ese tema musical.

Conocí a Willy hace más de 25 años. Nos cruzábamos todo el tiempo en distintos negocios, por cuestiones de trabajo. Yo era muy estructurada y el divertido. Un día, no se por qué, le dijo a un cliente en común,mientras me pasaba una mano por el hombro, "ella va a ser mi esposa".

Me descolocó.  No supe como reaccionar. Lo miré sin decir nada, porque tenía que digerir esas palabras. Desde aquél día, siempre que nos veíamos (varias veces por día, varios días a la semana) hacia bromas similares. Poco a poco fui armando algunas respuestas, saliendo de mi timidez y aprendiendo a ver que más había en esas bromas.

Una mañana él iba en su camión, yo caminando. Por aquellos días estaba de moda una canción de José Luis "el Puma" Rodríguez, y Willy sacó medio cuerpo a través de la ventanilla y me cantó el estribillo, que bombardeaba las radios. Nunca pasó nada entre nosotros, tuvimos una charla en donde descubrí que eso que nos pasaba no podía ser. No para la que yo era entonces.

Sin embargo, cada vez que escucho esa canción, me descubro sonriendo por la ternura de aquel amor inconcluso.
https://youtu.be/Af-0_xgJlA4

El amor con Adolfo fue a la distancia. Poco a poco, palabra a palabra, hablando de mil temas distintos, fue creciendo algo que para mí era imposible. Un sentimiento que yo no podía explicar, pero que me alertaba de cada mensaje que aparecía en mi correo electrónico, en tiempos en los que no existían las notificaciones.

Adolfo fue descubrir la pasión, las ilusiones, las ganas de armar un proyecto de vida con otra persona, el deseo de tener mi propia familia por primera vez.  También fue sentir que alguien me acompañaba todo el tiempo, pese a estar a 400 kms de distancia...Y sentir esa distancia cada día calándome la piel.

Por aquella época el grupo Los Nocheros habían reflotado una vieja canción que mamá escuchaba todo el día cuando yo era muy pequeña, y que ahora cobraba un sentido en particular.  Escucharla era elevarme y querer ir a donde él estuviera, contándole que había hecho y escuchando como había sido su día.
https://youtu.be/bbIoJg06QiQ

Oscar fue el amor de la madurez. Ese que aparece en los últimos días de nuestro verano, acariciando con su calor nuestra mano y acompañando nuestro camino de una forma más pausada.

Nos encontramos en una fiesta y habría muchas canciones para elegir de esa noche. Sin embargo, la primera noche que pasamos juntos, tras charlar mucho tiempo, cuando él se durmió,  sólo hubo un tema que a mi me vino a la cabeza.

Verlo dormido, tan fragil, tan desnudo,no sólo de cuerpo sino de alma, tan indefenso y expuesto, me provocaba protegerlo de cualquier mal. Sentía la necesidad de abrazarlo, pero temía despertarlo, perturbar su paz, sintiendo su aroma, ahí, tan cerquita y tan lejos.

Y cada noche que compartimos  durante los dos años que compartimos, a pesar de muchas cosas que ocurrieron, al recordarlo vuelve a mi mente esa misma canción.
https://youtu.be/GouA_mJ5Y80

Los tres me enseñaron. Los tres fueron importantes en distinta forma. A los tres los amé con todo mi ser. Por los tres hice cosas que jamás imaginé y hubiera inventado un universo nuevo. A los tres sólo les deseé que fueran felices cuando partieron de mi vida. A los tres les deseo lo mejor. Con el corazón y el alma.

Imagen tomada de la web
© Cristina Vañecek-Escritora Derechos Reservados 2018

viernes, 8 de junio de 2018

Humana.



Soy humana, con todo lo que ello implica. Imperfecta, curiosa, con dudas, con miedos y con certezas. En pleno conocimiento de mi ignorancia en absolutamente todo, aprendiendo día a día de lo que veo, de lo que escucho, de las historias que me cuentan.

En esa humanidad asumo que cometo errores, muchos, todos los que pueda, porque de ellos adquirir conocimiento, me dejó llevar por la furia, por el desconsuelo y por el amor.

No mido  consecuencias, porque mi vida es un constante aprendizaje para ser mañana un poquito mejor que ayer. Lo poco que se, si puedo, intento ofrecerlo a quien lo necesite.

Pero fundamentalmente soy libre. Reniego de las ataduras, de los conflictos y aprendí tanto a reirme de mi misma que no permito que nadie más lo haga.  Cuando amo, defiendo con garras y dientes, me enfrento al mundo y soy capaz de desatar la peor tormenta con tal de cuidar a los míos del más leve rasguño.  Aunque me lleve la vida.

Me reconozco torpe e insensata, dispuesta a todo por lo que creo, pero con un pudo dispuesto a escuchar al de al lado.  Porque soy humana, no doy recetas de como vivir. Cada uno hace lo que puede con su vida. Cada cual toma el camino que mejor le parece.

Y por qué soy así, humana, no busco ganarme ningún otro lugar que el que ocupó aquí en la tierra. Viviendo este momento que es hoy.

martes, 5 de junio de 2018

¿A dónde va el amor?



Hoy el título de esa canción me hizo detener la mirada. Confieso que no recuerdo la letra, ni el intérprete, pero me llevó a hacerme esa pregunta.

Y el amor no se va a ninguna parte. Se hace un bollito en algún rincón del cuerpo, que duele cuando algo nos recuerda a la persona que estaba a nuestro lado.

Se convierte en un monstruo que te muerde las tripas cuando por la noche no tenes su abrazo, su voz, su aroma, y te obliga a doblarte de dolor.

Se convierte en una telaraña que te cubre, como si fueras un mueble, te tapa, con la intención de que nadie más vea tu tristeza, pero a la vez te expone, como un alma purgando su pena.

El amor no se va a ninguna parte. Se nos queda atrapado en la piel, haciéndonos mil preguntas sin respuestas, a las que buscamos una explicación imposible. 

Hasta que un día el amor se transforma. Su voz se acallar, ya no grita , comienza a canturrear suavemente. Ya no nos tapa, poco a poco nos descubre y volvemos a sentir sobre nuestra piel un nuevo sol.

El amor nunca se va, se nos queda bien adentro, porque es lo que nos alimenta cada día para seguir viviendo. El amor sólo se modifica, crece y evoluciona.

jueves, 24 de mayo de 2018

Antes de que me olvide. Décimo cuarta parte.



Cuando el tiempo pasa, cuando crecemos, cuando la vida, los consejos, la experiencia, las obligaciones, el propio cuerpo nos llenan la cabeza de cosas, palabras,números, sonidos y ruidos, podemos olvidarnos de nuestra esencia y de cosas que soñábamos cuando éramos chiquitos y teníamos todo tan claro.

Nos olvidamos cuál era nuestra pasión, nuestro anhelo, eso que tanto queríamos y hubiéramos dado todo por dedicarnos sólo a eso. En aquellos años, además de escribir, yo soñaba con el ballet.

Mis primeras memorias vienen de algún programa cultural que transmitían en alguno de los dos programas locales. Pasaban música clásica, grandes artistas, y obras de teatro extranjero, filmadas para televisión. Así conocí a Richard Clayderman y así conocí el ballet.

Vi El Cascanueces, El Lago de los Cisnes, Arlequín y otras más, en un televisor blanco y negro, supongo que a los tres o cuatro años, escondida detrás de la pared de una chimenea, medio tapada la pantalla por el cuerpo de mi padre, que nos mandaba a dormir, porque en esa época el horario de protección al menor de respetaba a rajatabla y nosotros no podíamos ver tele.

Recuerdo que me metía en la cama y apenas escuchaba los comentarios del presentador, me llevaba mi almohada, me instalaba en ese rincón sigilosamente y miraba las volteretas, los pasos, los vuelos, el arte con que las manos de las bailarinas simulaban mariposas por el aire, los trajes, la música. Absorbía todo lo que podía, hasta el momento exacto en que era descubierta por alguno de los dos (papá o mamá) que decidían levantarse para ir al baño o tomar algo de la cocina y el porche en donde me resguardaba era paso obligado.

Por la mañana siguiente, mi rutina era simular alguno de los pasos que había visto y dar vueltas por toda la casa. Ante la insistencia, mamá me llevó a un instituto de danzas y mientras hablaba con la directora yo miraba extasiada a las niñas con sus mallas azules, sus medias blancas, su zapatillas de baile y sus rodetes encerrados en una redecilla blanca, haciendo pasos apoyadas en una barra frente a un gran espejo (y quizás venga de ahí mi fascinación por los espejos grandes!).

La directora del lugar dijo algo sobre mi edad, sobre deformar mis huesos (en esa época, yo era más parecida a Olivia, la novia de Popeye, no se por qué la naturaleza fue tan cruel después!). Lo único que sé es que la respuestas a mi inscripción a ese lugar había sido un no. Y mamá llevándome del brazo y yo sintiéndome Eva expulsada del paraíso  sin haber siquiera mordido la manzana...

Lloré.  Lloré todas las cuadras que nos separaban de la parada del colectivo.  Lloré mucho. Y ruidosamente.  Pero no era el llanto caprichoso típico de berrinche infantil. Era un llanto profundo, como si me hubieran arrancado las entrañas y dejado en carne viva.

Pasamos con mamá por una zapatillería que aún existe, en calle La Rioja casi Catamarca. Entramos y mamá preguntó si tenían zapatillas de baile. Y me compró mis primeras Kelitas, blancas, transformando mis lágrimas en una enorme sonrisa y la sensación de que el paraíso volvía a abrirme sus puertas. Ahora, con las zapatillas, tenía alas en los pies y podía volar como las chicas que  veía en la tele o las niñas del Instituto. ¿Quién necesitaba de un instituto si tenía alas en los pies?

Llegar a casa, incrustarme las Kelitas y tomar la barra de la cama-cuna para imitar los pasos que le había visto hacer a las nenas de malla azul y medias blancas fue una sola cosa. Que repetía y repetía hasta cansarme.

Los años pasaron naufragué por otros ritmos, dejé por diversas razones, pero el ballet siempre estuvo ahí. Y los ruidos, las palabras, el bullicio, los números, las obligaciones, los problemas, desaparecían cada vez que veía a alguien bailar.

Con el tiempo, que nos hace crecer a todos, me hizo ampliar mi abanico de opciones y la sensación de volar fue creciendo con malambos, con tango, con cualquier arte que incluyera un par de pies haciendo juegos con la gravedad y demostrando que todo baile te invita a volar. Y me abstraigo de la manera más absoluta cuando firuletean unos zapatos, botas o zapatillas, haciendo verdadera magia.

Y como bailarina no pude ser...aquí me tienen escribiendo!!!

martes, 22 de mayo de 2018

Antes de que me olvide. Décimo tercera parte.



Hace mucho que no escribo esta especie de memorias, iniciadas por un vago temor a despertar una mañana sin recordar mi historia, mi vida, o esas pequeñas cosas que fueron armando mi carácter. Quizás un poco el miedo al envejecimiento, esa etapa en donde, a veces por una cuestión genetica, algo nos hace ir perdiendo en una nube y no reconocer ni a nuestros seres más queridos.

Quienes han leído las partes anteriores, más o menos saben que este recorrido no tiene un orden cronológico, no una secuencia lógica, ni nada más que "algo" que despierta en mi la necesidad de contarlo y expresarlo por escrito, tal vez con la secreta fantasía de reencontrarme en estas palabras si alguna vez ese temor se llegara a hacer realidad.

Y hoy le toca salir a la luz mi fascinación por los juegos de porcelana. Quizás porque mamá quiso usar ese juego azul, comprado hace tantos años, cuando yo era apenas una niñita que no llegaba con su altura a mirar las mesas en donde esas maravillas se exhibían.  Quienes habitan está ciudad, y tienen algunos años como yo, recordarán aquél famoso bazar conocido como "El emporio de la Loza", ubicado en la esquina de Luro y Salta, en exacta diagonal con el antiguo autoservicio La Estrella Argentina, que luego fue un local alquilado por la cadena marplatense de supermercados y ahora se dividió en locales, un paseo y la sucursal de una casa de artículos de electrónica. (Confieso que me siento un poco Enrique, el antiguo, el personaje que hiciera Guillermo Francella, cada vez que rememoro los comercios que estuvieron tan de moda y hoy son sólo un recuerdo en la memoria de algunos).

Entrar allí era similar a ingresar al paraíso. Si, también me pasa con las librerías y con los chulengos de la ruta, pero eso va a formar parte de otro anecdotario. Estar dentro, com tantas cosas finas y delicadas era como formar parte de un cuento de hadas o acceder a tener algo que nos distinguiera del resto.

En ese entonces éramos muchos de familia. A casa venían tíos, primos, compañeros o socios de trabajo de mi padre, y los domingos era un batifondo de gente dando vueltas para el asado, la picada, las empanadas, el postre y la sobremesa.  Mamá se volvía loca cocinando y atendiendo, mientras todos comían y tomaban sin preguntar si hacia falta ayuda. En consecuencia, necesitábamos muchos cubiertos y, sobre todo, platos, tazas, fuentes.

Fue así que mamá adquirió en esa maravillosa casa que hoy ya no existe, un juego para 12 personas de porcelana inglesa azul. Uno clásico, que he visto en las fotos de otras personas, pero que no deja de ser "nuestro juego". En aquella época tenía platos playos, platos hondos, pocillos para café, tazas para té, con sus respectivos platitos, una fuente ovalada, un platón grande, azucarera, cremera, tetera, salsera y alguna otra cosa que no recuerdo.  Cada uno de esos elementos era sumamente cuidado por mi madre como si fueran un tesoro y sólo se utilizaban los días festivos, cumpleaños y en alguna reunión importante, para luego ser cuidadosamente guardados en un aparador distinto de donde se guardaban los utensilios de uso diario.

Quizás porque mamá recalcaba siempre el cuidado que debíamos tener con "el juego", casi tratado como si fueran reliquias de incalculable valor, es que me quede siempre con la idea de tener un juego propio. Pero, a diferencia de mi madre, me enamoré a primera vista en aquellos tiernos años de un modelo que ostentaba un delicado color rosa en su decoración.

Es el día de hoy que, al pasar por una tienda especializada en esos productos, me detengo, entro y paso un buen rato buscando aquél juego soñado por mi durante todos estos años y que no he vuelto a ver.

Quizás nunca lo llegue a tener, o quizás sea el momento de aceptar que "mi juego" es este histórico azul, que me acompaña hace más de 40 años y cuyas piezas, con faltantes debido a alguna torpeza, y que siempre acompañaron los momentos más importantes de mi vida.

martes, 8 de mayo de 2018

De repente

"De repente ya no sentir nada. Sólo un enorme vacío en donde alguna vez existió el amor. Darse cuenta, de repente, que ya no se recuerda su aroma, ni su voz, ni la forma en que miraban sus ojos.

De repente no tener de donde agarrarse, porque ese escalofrío que nos corría por la espalda ya no existe. Porque la adrenalina de un encuentro fortuito se desvaneció en el infinito.

De repente saber que no queda nada, que se vació el dolor,  que ya no se siente la inmensa tristeza de su adiós,ni las ganas de verlo llegar pidiendo perdón.

De repente sentir que el corazón enmudeció ante su nombre, que verlo no te sacude como un terremoto cada fibra de tu ser. Preguntarte a donde se fue todo eso que alguna vez sentiste.

Y no saber si te quedaste seca, muerta, inmune a cualquier sentimiento o si simplemente es la vida misma que se abre camino para volver a empezar."

sábado, 3 de febrero de 2018

Inmortal.



Había logrado detener el tiempo.  Ó, quizás,  hacer que su paso se notara menos que en los otros. Su propio ritmo era distinto, más lento, parsimonioso.

Quizás ese era su secreto. Hacer todo más despacio, sin prisas. Al lado de personas de su edad, parecía más joven, apenas pocas canas se advertían en su cabello, que jamás había teñido.

Le preguntaban cómo hacía. Y no sabía qué responder porque no realizaba ninguna cosa en particular. Siempre respondía que tal vez fuera genético.

El mundo volaba a su alrededor, mientras permanecía allí, inmóvil, observando como todo ocurría a una velocidad asombrosa. Sin embargo, algo le impedía subirse a esa loca carrera en la que todos estaban inmersos.

Su vida parecía estancada, caminando por una delgada línea que separaba de la vida y la muerte. Mientras se mantuviera allí, su vida estaría segura, protegida. Si se corría, podría caer del lado de la muerte.

A veces hubiera querido subirse a uno de esos trenes veloces que pasaban a su lado, sin siquiera rozar su cuerpo. Ser alguien normal, vivir y morir a la misma velocidad que el resto.

No le gustaba ver como moría gente a su alrededor. Por cada nacimiento, moría alguien en compensación. Por cada vida,  una muerte, por cada respiración nueva, una exhalación final.

Pero eso no le ocurría. Era simplemente testigo de los milagros del mundo, podía quedarse horas observando como alguien se convertía en un adulto. Lo que para otros eran años, lo vivía como si fuesen pocos segundos.

No sabía por qué,  pero su inmortalidad era el castigo por haber vivido de una manera diferente.