jueves, 30 de noviembre de 2017

A veces.




A veces me invade una profunda tristeza, la sensación de estar sola en medio de tanta gente, tanto ruido. Como si todo fuera a una velocidad en la que yo no encuentro la sintonía y me siento inarmónica con el resto.

A veces me pregunto en donde puedo encontrar todos los defectos que te amé, cada lunar que te interrumpía, aquélla cicatriz que besé tantas veces.

A veces me pregunto si soy yo, que cada vez que te olvido, tu recuerdo se me presenta sin que lo convoque, sin que nadie lo llame, con la justa oportunidad para descubrir qué es lo que no quiero.

A veces mi memoria me juega malas pasadas, y pienso que te olvido y tu olvido desaparece, se transforma, muere como cada día por la noche y revive con cada amanecer.

A veces, como el sol y la luna, siento que estamos jugando a escondernos, a alejarnos, a separanos hasta donde el universo ponga la distancia más infinita y es ahí en donde volvemos a encontrarnos, a mirarnos a los ojos, a saber que sabemos, pero nos mentimos descaradamente nuestra indiferencia.

A veces, el aire me trae el rastro de tu fragancia, de no se dónde, y como un fantasma percibo tu energía, pero a veces, recuerdo que te fuiste, que cortamos el lazo que nos unía y que estás del otro lado de un abismo que ninguno va a cruzar jamás.

martes, 28 de noviembre de 2017

Antes de que me olvide, décimo segunda parte.



Las mujeres solteras que vivimos con nuestras madres tenemos la mala fama de no saber realizar tareas domésticas. La fantasía suele ser que mientras ellas se desviven por cumplir con todos los quehaceres, nosotras nos quedamos sentaditas en una especie de nube cósmica para que no se nos estropee el esmalte de uñas ni se nos arrugue la ropa, mientras vemos la vida pasar.


Y no, las mujeres solteras debemos aprender a hacer todo lo que cualquier ser humano necesita para subsistir y aprender a hacerlo sabiendo que, a futuro, probablemente no contemos con la ayuda de nadie para mantener nuestras casas y a nosotras mismas.

Pero confieso que sí, que tengo mi debilidad, el punto débil, la actividad que prefiero antes que otras, si puedo elegir realizarla, y es cocinar. De pequeña veía a mi madre,  con su metro cincuenta y cinco, multiplicarse y expandirse en ese universo de aromas y elementos mágicos con los que luego nos deleitaría en la comida.

Debo advertir que para mi madre la cocina es algo así como “su reino”, el espacio en donde no quiere ser invadida y, si bien fue enseñándome las distintas preparaciones, siempre fue muy celosa de ese territorio. Pero, poco a poco, fue cediéndome la posta, al  ver que yo estaba más o menos encaminada en lo que quería preparar.


Por cuestiones de salud familiares, tuve que aprender a cocinar sin utilizar sal y, por consiguiente, encontrarle “sabor” a la comida. Y el mundo se me abrió en los aromas de las especias y las hierbas, muchas de ellas existentes en mi propio jardín. Sin ir más lejos, siempre digo que mi cocina perfecta debería tener un espacio importante para una gran estantería llena de frasquitos con todos los condimentos existentes, para poder hacer mi propia “magia”.


Mi problema es que casi no sigo recetas. Abro los estantes y la heladera y busco qué usar y como combinarlos. Mezclo sabores y mi mejor ingrediente es alejarme del mundo escuchando música mientras cocino. Bailotear mientras deambulo entre la mesada y la alacena, al compás de alguna melodía y al ritmo de la cebolla que se va saltando.


Alguna vez leí lo que siempre supe, cocinar es nutrir al otro, alimentarlo, es la mejor forma de dar amor y, reconozco, los días en que usurpo ese territorio materno es porque necesito imperiosamente decirles a los míos que los quiero de una forma diferente.


Cocinar es como una manera de escaparme del mundo, de olvidarme de la tele, las redes, el ruido, los problemas, el mundo y cualquier cosa que exista “allá afuera”. Mi estilo es diferente, porque mientras ella pareciera ser un pulpo con mil brazos y realizar todo al mismo tiempo, yo preparo los ingredientes, los corto, los acomodo en platitos y fuentes, para luego cocinar tranquila y relajada, sin otra preocupación que ver como se amalgaman los distintos elementos para una comida diferente.



En lo personal, cocinar es dar amor, es el acto más íntimo y supremo que podemos realizar para  expresarle al otro que lo cuidamos, que lo nutrimos y, además, una de las formas más sublimes de placer.