martes, 28 de mayo de 2013

Puertas

 
 
     A veces no sabemos a donde conducen. Y otras, dudamos qué podemos encontrar detrás de ellas. Lo que sí sabemos es que nada será igual a partir del momento en que tomemos el picaporte y las abramos..

   Algunas nos conducen a la felicidad, otras a la tristeza y otras, la gran mayoría, a un camino de crecimiento si sabemos apreciarlo. Abrir una puerta implica jugarse a descubrir algo que, tal vez, presentíamos. Significa revelar esa verdad que nos negábamos a ver y a la cual, sí o sí, nos debemos enfrentar. Apretar ese frío metal en nuestras manos es como tirarnos al vacío, sin paracaídas y sin saber si alguien estará para ayudarnos cuando nos golpeemos contra el suelo.

   Hay puertas que parecen herméticamente cerradas, misteriosas y son nuestros miedos, nuestras dudas, las que las mantienen así, porque nos negamos a aceptar lo que se esconde detrás de ellas. Y hay puertas abiertas de par en par, mostrándonos un paisaje bellísimo, aunque a veces traicionero, porque no sabemos mirar más allá.

    Cada vez que una puerta se cierra, nos ofrece otras diez maravillosas oportunidades de aprender, descubrir, apreciar, soñar y, porqué no, amar. Lo que no existe es "la puerta correcta", porque cada puerta que abrimos, más allá de lo que encontremos detrás, es "la correcta" en ese momento de nuestras vidas. Su misterio encierra una enseñanza que necesitamos aprender para nuestro crecimiento, para poder acercarnos a nosotros mismos.

    Allí hay una puerta...adelante...

domingo, 19 de mayo de 2013

Domingo de lluvia

 
Estás ahí, y mientras escribo, siento que me mirás con una ternura infinita. Cebás un mate y me lo alcanzás en silencio, en ese silencio lleno de palabras. Sé que no querés interrumpirme, que pensás que vas a molestarme o a cortar mi inspiración. Y no te podés dar una idea de lo que me gusta que vengas a interrumpirme, de que me demuestres tu cariño con ese mate mudo, lleno de significados.


Mirás por la ventana el diluvio que parece que no termina. Suspirás, porque tenés que irte y en realidad el día dá para quedarse en casa. Me acerco a vos, y te abrazo. Sin decirnos nada. Los dos sabemos lo que nuestro silencio dice. Y nos quedamos mirando la lluvia, esperando que ese minuto se haga eterno.


Encajo perfectamente en vos. En tu mirada. Tu sonrisa fue hecha para la mía. Buscás mis manos, y las llevás hasta tu boca para darles el más dulce de los besos. Tu sensualidad es paciente, y me hace prisionera de algo que va más allá de mi consciencia.

Afuera llueve un diluvio sin fin, pero a ninguno de los dos nos molesta. Al contrario, esa lluvia es la excusa perfecta para quedarnos abrigados en nuestro amor.

sábado, 4 de mayo de 2013

Cortar por lo sano



A veces la vida te pone contra la espada y la pared. A veces, llega un momento en que explotás, hacés catarsis, colisionás contra el  mundo porque ya no das más y vomitar todo lo que guardaste durante años es lo mejor y más sano que podés hacer.


Tomar un tijera y romper todo lo que te genera rabia, bronca, dolor. Cortar con eso que te hace sentir que retrocediste 10 casilleros y volviste al inicio del juego, sin que vos casi ni lo supieras...Alguien tiró los dados por vos, cuando vos no te diste cuenta, pero esta vez no toleraste más la poca vergüenza, la cobardía. Otra vez la vida te ponía ante una prueba de fuego, pero tu reacción fue diferente.

Cortaste por lo sano, tijereteaste ese sentimiento que te hirió, que te quebró la confianza, esa misma que te había costado tanto reconstruir. Desmenuzaste cada centímetro de esa piel imaginaria que tenías entre tus manos, descargando años de impotencia y dolor acumulados.

La montaña de harapos que te rodeaban fueron la prueba de que había finalizado la erupción de ese volcán que se había desatado dentro tuyo, tal vez por primera vez en tu vida. Te despojaste de todo resquicio de violencia que podrías haber escondido. Te vaciaste por completo y cortaste con cada persona que te hizo daño.

Miraste la tijera y la hiciste relumbrar a la luz de la lámpara. Habías hecho justicia. Tu venganza estaba consumada. Un enorme placer te invadió de repente. La última cadena que te ataba a un puente imaginario con algo que no querías, se rompió para siempre. Miraste el camino y viste tu futuro. Un futuro lleno de luz. En ese momento, arrojaste la tijera a un precipicio profundo, porque supiste que jamás ibas a volver a necesitarla.

jueves, 2 de mayo de 2013

La otra




(imagen tomada de la web)




Como todos los días, luego del desayuno, limpiaba las migajas que él había dejado sobre la mesa. Lanzaba un suspiro, mientras con el repasador borraba sus últimas huellas. Lavaba los platos pensando en las responsabilidades cotidianas. El mercado, la limpieza, el almuerzo solitario; porque él regresaba muy tarde; volver a limpiar la cocina, planchar, coser su ropa, mirar alguna que otra telenovela, pensar en la cena y volver a lavar los platos; acostarse y esperar el día siguiente, que vendría con la misma aterradora rutina.

 

   Cerró la canilla con un gesto lleno de agobio. Hacía casi diez años que se habían casado; en abril sería el aniversario y faltaban apenas dos meses. Diez años de agotadora rutina. Al principio había creído amarlo; después había pensado que el amor llegaría con el tiempo; más tarde creyó que con los hijos; finalmente tenía que reconocer que el amor no iba a llegar. Jamás.

 

   Guardando el último plato en la bajomesada, dejó el repasador extendido para que se secara y se dirigió hacia la mesa en donde la esperaba una pila de ropa para planchar. Y pensaba. Pensaba en esos hijos que nunca llegaron, con los cuales tenía la esperanza de cambiar, sólo un poco, la rutina de su vida. Un pantalón, un pañuelo, una camisa...y los hijos que no vinieron. Tal vez fue mejor así, para que no sufrieran, para que no pasasen necesidades. O tal vez, si tan sólo hubiesen tenido uno, uno solito, quién sabe, les hubiera cambiado la vida. Pero ese hijo nunca se anunció.

 

   Buscó la bolsa del mercado, se puso el abrigo y salió. Mientras caminaba, veía a los hijos de sus vecinos jugando en la vereda y en la plaza; y soñaba que uno de esos niños podía ser suyo. Sonrió. La idea era medio loca. O quizás era ella que se estaba volviendo loca.

 

    Pan, cebolla, carne, manteca..., él no había sido malo con ella. Le había dado lo mejor que había podido, dentro de lo que su situación económica le permitía. Y hasta hacía horas extras para que ella no tuviera que salir a trabajar... La lechuga tenía un caracol, había que cambiarla y discutir otra vez con el verdulero. Tal vez poco delicado en ciertas ocasiones, por no conocer en profundidad el alma frágil de una mujer. Quizás algo primitivo en los momentos de intimidad, en los cuales, luego de satisfacer sus necesidades, se daba vuelta y se quedaba dormido. Y a ella le dolía el corazón, porque él no le decía palabras de amor. ¿Hacía cuánto tiempo que no le decía que la amaba? ¿Cuánto que no le hacía sentir que era una mujer más allá de lo físico?

 

   Guardó sus compras cuidadosamente. No tenía ganas de almorzar. Tenía ganas de... de no sabía exactamente qué. Se recostó en su cama y trató de dormir una siesta. Pero su mente se negaba a dormir; divagaba por los oscuros rincones de su alma.

 

   Podría aprender a tejer, o también podría asistir a algún curso de costura; tenía que hacer algo para cambiar un poco, nada más, su rutina. Pero él la miraría y en su cara ella leería sus pensamientos "¿es que no sos feliz?", le preguntaría con los ojos llenos de angustia. Y ella se sentiría desdichada, mala, y terminaría llorando, como siempre.

 

   Intentó dormir, pero un escozor no la dejó. Sentía que la poca juventud que le quedaba se estaba marchitando y, en ese momento, le ardía la sangre, y se le helaba al mismo tiempo. ¿Qué le estaba ocurriendo? Sin duda, sería la menopausia. Pero aún no tenía la edad para ello.

 

   Rutina, rutina, rutina. Esa palabra taladraba muchas veces en su cerebro en forma febril. En el fondo de su alma se sentía harta de la vida que llevaba, pero esa era la vida que ella había elegido. ¿La había elegido ella, realmente? ¿O fue el miedo a quedarse sola, sin una mano que le diera abrigo y protección, el verdadero motivo de semejante elección?

 

  En ese instante recordó a su primer novio. Retornaban a su cabeza las sensaciones adolescentes, las necesidades "prohibidas", hijas de una educación cerrada, que la hacían sentirse culpable de vivir. Tuvo también muchísimo miedo de las posibles consecuencias, y no lo volvió a ver nunca más...

 

    Así acababan siempre las cosas. Una se negaba a "eso" y era no saber más del fulano en cuestión. Pero con su marido no fue así. Ella se hizo respetar y él la llevó virgen ante Dios. ¿Había resultado un triunfo o un fracaso? La noche de bodas terminó desastrosa, convirtiéndose en una viuda de sus ilusiones.

 

   Pero poco a poco se fue acostumbrando. Cerraba los ojos y esperaba el final. A veces, cuando él dormía, lloraba en silencio. Porque se sentía usada. Sentía asco de algo que debería ser hermoso. Porque se le erizaba la piel cada vez que él se le acercaba.

 

   "Tutto l'uommo sono uguale", repetía el estribillo cansador de la abuela, cada vez que se enteraba de las calavereadas del abuelo. Y se resignaba a ello, diciendo que los hombres tenían necesidades distintas, impropias de una mujer decente.

 

   "Todos los hombres son iguales", escuchó decir a su madre bajo similares circunstancias, y aceptando silenciosamente la misma distinción ancestral entre los hombres, con necesidades propias de las bestias, y las mujeres, con virtudes semietéreas.

 

    Ella quería creer que la diferencia entre hombre y mujer no era tan abismal. Ella quería pensar que tenía el mismo don para sentir. Ella, que jamás sintió en sus entrañas el fuego del deseo. Ni siquiera pudo sentir el dulce aleteo de mariposa de un hijo, la tierna fragilidad de otra vida dentro de ella.

 

   Se miró con detenimiento en el espejo. Aún era bonita. No necesitaba de mucho maquillaje y su piel conservaba cierta lozanía. Se desvistió con lentitud, hasta quedar totalmente desnuda y se puso su mejor vestido. Se maquilló con cuidado, como nunca lo había hecho. Cepillo su pelo con delicadeza; un cabello falto de canas, hermoso. Cuando hubo terminado se observó con detenimiento, reconociendo centímetro a centímetro a esa nueva mujer que era. A esa otra mujer que se rebelaba contra su destino de esclava con el nombre de señora, que protestaba contra toda su vida pasada. Se sentía como si todos esos años hubiese sido una serpiente a la que de repente le llegaba la época de mudar la piel. Sonrió a la imagen que le brindaba el espejo. Una imagen totalmente distinta, joven, vital, nuevamente virgen.

 

   Notó un brillo extraño en ese espejo, que la mostraba tan diferente a lo que había sido durante todos esos años. Avanzó un paso, y la imagen del espejo, sonriéndole, extendió la mano; una mano que por un instante se asomó a este lado del mundo, en silenciosa invitación.

 

   Sin dudarlo ella tomó la mano de la otra y, a medida que iba ingresando en el espejo, ambas se fundieron en un mismo ser, hasta perderse en un punto infinito de un universo lejano, del que no se retorna jamás.