Yo no hablo de venganzas ni de perdones,
el olvido es la única venganza y el único perdón.
Prólogo.
Todo era silencio y oscuridad. No sabía qué estaba haciendo
allí, ni tampoco qué esperaba. Parecía que el tiempo era eterno, no había forma
de saber cuánto hacía que estaba, ni a qué se debía su presencia en ese lugar,
que tampoco podía definir si era un lugar, o la nada misma.
Sentía una enorme confusión y eso era lo único claro que
tenía, por paradójico que pareciera.
Dentro de su cabeza había tanto silencio y oscuridad como a su
alrededor. Todo lo que sabía era que debía quedarse quieta y esperar. Esperar
¿qué?
No tenía frío ni calor, no sentía hambre o sed, ni sueño,
cansancio o dolor. No podía identificar qué lugar era ese, ni si había alguien
más cerca. La única certeza era saber
que tenía que esperar, que el momento en que todo se aclare llegaría y sus
dudas tendrían respuestas. Era como estar en una cárcel sin rejas, ni
carcelero, esperando que llegue la hora de obtener su libertad.
Ignoraba qué la había llevado hasta ahí, era un sitio en donde no existía el antes ni
el después. Ese lugar en el que estaba era la nada misma, el silencio más
profundo, la soledad más absoluta, se sentía como una partícula de nada
flotando en el espacio infinito.
I
La oscuridad comenzó a disiparse. Se sentía
mareada, pese a estar con los ojos
cerrados, la cabeza le daba vueltas y no
conectaba una cosa con la otra. Ideas, palabras, imágenes, sonidos, que de
repente se esfumaban para perderse junto con esa oscuridad que la había rodeado
hasta hace unos momentos. Un sonido, regular y monocorde, fue trayéndola a la
luz.
De repente sentía un olor extraño, que le provocaba náuseas.
Apenas podía abrir los ojos, pues la luz de una ventana próxima la encandilaba,
le costaba distinguir qué lugar era ese. Escuchaba voces, al principio muy
lejanas, luego fueron haciéndose más fuertes, pero no comprendía mucho qué era lo que decían. Oía pasos,
ruidos de frascos, cosas que se arrastraban, y el sonido, ese primer pitido,
regular y monocorde, que podría decirse que era su primer recuerdo.
Le dolía todo. Intentó decir algo, pero al abrir su boca, un
dolor punzante en la mandíbula le hizo dar un grito de dolor. Sintió que
alguien se le acercaba, le tomaba un brazo, le abría un ojo, le tomaba del
rostro y eso le hacía doler tanto o más que el intento de hablar y mover su
boca. Quiso deshacerse de esa mano que, si bien no la apretaba, la hacía sentir
como si fuera un animal de investigación, quería que la dejaran en paz, quería
volver a ese lugar silencioso y oscuro en donde había estado y le hacía sentir
que estaba tan segura.
Poco a poco se fue habituando a la luz y pudo ver que estaba
en una habitación, de paredes blancas. Las sábanas de la cama en donde estaba
acostada eran igual de blancas, y estaba rodeada de varios aparatos que medían
dios sabría qué, todos conectados a su cuerpo. Sentía dolor, frío, calor,
hambre, angustia, no sabía en donde estaba, ni qué le había ocurrido. Un dolor
más profundo se le instaló en el pecho cuando se dio cuenta de una cosa: no
sabía quién era.
Gimió, de dolor y de angustia. Quería levantarse e irse, no
sabía a donde, porque no recordaba a qué lugar podría ir. Intentó quitarse las vías que la ataban a
todos esos aparatos que sonaban a su alrededor, diciéndole a alguien que estaba
viva, pero las personas que estaban en esa habitación la sujetaron, llamaron a
alguien y un pinchazo la volvió a la oscuridad.
Pero fue una oscuridad diferente. No tenía consciencia de
que estaba allí, ni se sentía segura, ni esperaba nada. Simplemente dormía.
Cuando volvió en sí, continuaba en ese cuarto blanco, conectada a los mismos
aparatos que medían sus signos vitales y ella seguía sin recordar quien era. No
tenía fuerzas, solo un gran cansancio que le impedía moverse.
Poco a poco trató de
tomar consciencia de su situación. Se daba cuenta de que estaba en un hospital,
que algo, no podía saber qué, le había ocurrido, que tenía vendajes en varias partes de su cuerpo. Giró la cabeza
y vio a una mujer vestida de blanco, de espaldas, preparando algo sobre una
mesilla. Tenía sed, mucha. Apenas pudo murmurar la palabra agua un par de
veces, ella no la escuchó. Seguía de espaldas, preparando vaya a saber qué.
Respiró profundo y con las pocas fuerzas que sentía intentó gritar nuevamente
pidiendo agua. Solo salió un susurro de su boca, que además le dolía cuando
intentaba hablar.
Decidió gemir, gruñir, realizar algún sonido con la garganta
que advirtiera a la mujer que ella estaba necesitándola. Esta vez logró su
cometido. Con una sonrisa, la mujer se acercó a ella.
-¿Te despertaste, dormilona?- le dijo con cierta dulzura que
a ella no le causó ninguna gracia.
-Agua- fue el susurro apenas audible que logró emitir.
La mujer acercó su oído lo más que pudo a su boca y comprendió.
Tomó una gasa, la humedeció y la pasó sobre sus labios, que ella relamió como
si fuera el más rico manjar.
-No podemos darte agua en forma normal. Te estamos dando suero con medicación y tenés
una terrible fractura de mandíbula, no podes morder y en la medida de lo
posible, tratá de no mover mucho la boca.
-¿Qué me paso?- articuló como pudo.
-Tuviste un accidente. Estás viva de milagro. ¿No te
acordás?
Ella movió negativamente la cabeza.
-No importa, ahora descansá, ya vas a tener tiempo para
recordar lo que pasó, no te preocupes por nada, ahora lo más importante es que
te recuperes bien.
II
No soñaba. Su sueño era profundo, pero no tenía ninguna sensación. Sólo
cerraba los ojos y, quizás bajo los efectos de algún sedante, dormía. Cuando
despertaba no sabía si había dormido unos minutos, horas o varios días.
Cuando abrió los ojos, estaba la misma enfermera, preparando
las medicinas en la mesilla, como anteriormente. Pensó en que sólo había
parpadeado un segundo, que no había pasado tiempo. Por la puerta de la
habitación entró una mujer de edad, de cuerpo pequeño, estatura baja. En su
cara se dibujaba la preocupación, el dolor, la angustia. Se acercó a la cama,
tomó su mano y se la besó. Le abrió la palma y la posó sobre su rostro, que
estaba bañado en lágrimas.
-Pensé que te morías.
Que no te iba a tener más. Que nunca más iba a verte.
Miró a la enfermera, que se acercó a la mujer.
-Señora, no puede estar acá. Ella necesita reposo.
-Necesitaba verla, saber que está viva, que está bien.
-Se va a recuperar, pero necesita tiempo, el médico ya va a
hablar con usted, pero tiene que esperar a que autoricen las visitas.
La mujer volvió a besar su mano, la dejó suavemente sobre la
sábana y se fue mirándola y saludándola con pequeños gestos de su mano.
La enfermera volvió al cuarto, controló los aparatos que
decían que ella estaba viva. Le hizo una señal a la mujer, que se acercó a su
cara para comprender qué quería decirle.
-¿Querés agua?
Movió negativamente la cabeza. Apenas logró reunir las
fuerzas para poder decir una frase:
-¿Quién es?
III
No podía
recordar. Sólo sabía que estaba en ese cuarto de hospital, que había tenido un
accidente y más allá de eso, su mente era la nada misma. No tenía historia, ni
pasado. Su vida había desaparecido para siempre, al menos hasta ese momento. No
tenía idea sobre a quién amaba o a quien había odiado. Si era querida, si tenía
amigos. Si había sido una buena persona o habría lastimado a mucha gente.
Un vacío más que profundo, se sentía como cayendo
permanentemente en un precipicio sin final, esperando que en algún momento se
abriera una puerta y recordase todo de repente. Los médicos decían que había
que esperar, tener paciencia, que quizás recuperaría la memoria de a poco, que
el shock sufrido la había afectado y quizás nunca recordaría nada. Todo eran posibilidades.
Todo eran incógnitas.
Un enorme ramo de flores le llegaba de vez en cuando, sin
tarjeta ni nombre. Ninguna de las personas que iba a visitarla parecía ser
quien lo enviaba. Se sentía un poco como en una especie de zoológico, en donde
pasaban personas que ella no reconocía. Algunos la miraban con lástima,
mostrando una pena, hablándole con una conmiseración que a ella le daba un poco
de asco, en definitiva había perdido la memoria y tenía varios magullones, pero
no había quedado inválida ni en estado vegetativo. Otros le daban ánimos, como
si ella supiera quienes eran, le hablaban como si ella recordara todo y, cada
tanto usaban el “¿te acordás?”, ignorando su reciente amnesia total.
Sentía una enorme angustia por no recordar a su madre, que la
miraba un poco con enojo, otro poco con miedo, otro poco con culpa. ¿Qué había
hecho para que ella no la recordara? ¿Cómo podía olvidarse de la persona que le
dio la vida?
¿Qué había hecho en su vida anterior? Su único recuerdo era
ese cuarto de hospital, sus primeras memorias eran esas personas vestidas de
blanco que la atendían a diario y el pitido de los aparatos que medían sus
signos vitales la primera música que había escuchado en su nueva vida.
IV
Supo
que fue un choque. Que quien la embistió, se fugó. Que nadie pudo tomar algún
dato de la patente del vehículo, sólo que era una camioneta negra. No podía
recordar nada. Ni siquiera un flash que la retrotrajera a ese día, ni un sueño,
ni una pesadilla. Su memoria era un enorme lugar oscuro en donde no podía
encontrar absolutamente nada.
Llegó el día que las heridas de su cuerpo le permitieron
volver a su casa. Todos pensaban que, tal vez,
al ver sus objetos personales, al estar en “su” lugar, los recuerdos
volverían. Nada de eso ocurrió. Miró libros, discos, fotos, adornos, muñecos,
ropa, perfumes, nada le generaba una emoción en particular. Nada hacía brillar
una chispa en su mente que iluminara un poco el enigma que ella era para sí
misma.
Las flores misteriosas continuaron llegando, esta vez a su
casa, con la misma regularidad. Sin tarjeta, sin firma, sin ninguna pista que
le hiciera reconocer en algo a quien fuera que las enviara. Y, sin recuerdos,
mucho tampoco le serviría saber quién era.
Poco a poco se fue acostumbrando a esa vida sin pasado. O,
mejor dicho, sin pasado hasta el día en que despertó en el hospital. Construyó
sus memorias a partir de ese momento. En cierto sentido era como nacer de
nuevo.
V
Un día las flores
llegaron, pero esta vez con una tarjeta. Había un número de teléfono y una sola
palabra “llamame”. Sin nombres, sin otra cosa más que eso. Dudaba sobre qué
hacer, pero al menos quería agradecer a quien tan amablemente había puesto una
nota de color en su cuarto de hospital y había tenido tanta consideración con
ella. Admitía, además, que sentía una enorme curiosidad sobre la identidad de
esa persona.
La voz de un hombre sonó del otro lado de la línea.
-Hola, al fin puedo escuchar tu voz.
-Hola, discúlpame pero no se quien sos.
Un silencio se hizo del otro lado.
-¿Cómo que no sabés quién soy?
-No recuerdo nada. Me dijeron que tuve un accidente, perdí
la memoria. No recuerdo nada. Sólo llamé para agradecer las flores que me
enviaste y preguntar la razón que tenías para hacerlo. ¿De dónde te conozco?
-De la vida. Nos encontramos una vez y por esas cosas no he
podido dejarte ir, a pesar de los miles de impedimentos que existen para que
estemos juntos.
-Explicame, no entiendo, ¿salíamos? ¿Eras novio mío?
-Algo así.
-¿Y por qué no fuiste a verme ni una sola vez mientras
estuve internada? ¿O al menos por qué no escribiste nada en los ramos que
mandabas?
-Fui a verte una vez. De noche, dormías o estabas sedada,
apenas me enteré del accidente. No podía ir, entendeme, tampoco podía darme a
conocer mientras estuvieras en el hospital. Pero siempre me informé sobre tu
situación, la evolución de tu estado, no te das una idea de lo mal que lo pasé
todo este tiempo sin verte.
No, ella no se daba una idea. No comprendía cuál había sido
el impedimento para que alguien que tenía una relación con ella no hubiera ido
a verla.
-Quiero verte. Necesito estar con vos, te extrañé horrores y
mi hiciste mucha falta.
Dudaba. No sabía qué hacer, porque no sentía nada especial
por esa voz que le respondía del otro lado de la línea. Indagaba en su memoria
tratando de recordar algún susurro, que esa voz le hiciera vibrar una fibra
especial, pero los recuerdos, hundidos vaya a saber en qué lugar de su cabeza, se negaban a aparecer.
La voz intentaba convencerla.
-Dale, mañana, por la tarde, me hago un lugarcito en el
horario de los bancos, así puedo tener apagado el teléfono y dedicarte mi
tiempo sin interrupciones.
Ella seguía sin comprender por qué tanto misterio. Finalmente
se decidió a aceptar, al fin y al cabo, ese hombre le había estado enviando las
flores, sólo quería ver su rostro y ver si descubría algo sobre sí misma.
-Está bien, ¿en dónde querés que nos veamos?
-Te aviso cuando cierro el negocio y paso a buscarte.
La llenaba de dudas la propuesta, pero aceptó. Necesitaba
comenzar a saber qué había hecho en su vida pasada.
Al día siguiente recibió un mensaje en donde ese hombre le
informaba que pasaría a buscarla en media hora. Un auto gris importado se
detuvo en su casa y tocó dos bocinazos. Ella miró por la ventana y supuso que
era quien le había mandado los ramos. Al salir, el hombre abrió la puerta y al
acercarse ella intentó besarla en la boca.
-No!
-¿Qué te pasa?
-Vine para agradecerte las flores, para ver si puedo
recordar algo, pero no pretendas que te bese o demuestre algo que no siento,
porque no sé quien sos!
El hombre la miró. Era bastante alto, atlético, con cara de
pocos amigos. Sonrió y dijo socarronamente:
-Tengo la intención de llevarte a un lugar en donde seguro
te vas a acordar de todo.
Ella arqueó sus cejas.
-¿Perdón?
Él la miró seriamente.
-¿En serio no te acordás de mí?
-No, no me acuerdo de vos, pero no te sientas ofendido, no
me acuerdo de nada. No sé quien soy, qué hice, quienes eran mis amigos, quienes
me amaban. Ni siquiera reconozco a mi propia madre, no pretendas que recuerde a
alguien que se califica como “algo así” cuando pregunté si éramos novios.
Un silencio incómodo se produjo entre ambos. Ella lo rompió
con voz tranquila.
-Si querés, vamos a tomar un café a algún lugar y me contás
cómo nos conocimos, qué hacíamos cuando estábamos juntos, cuál era nuestra
historia.
Él se pasó la mano por la cabeza.
-No puedo hacer eso.
-¿No podés hacer qué? ¿Qué tiene de malo ir a tomar un café
y charlar?
-Vos no entendés.
-Explicame. Tengo todo el tiempo del mundo.
-Vos y yo somos amantes. Tengo una familia. Hace dos años
que nos vemos.
-Comprendo.
Ella caminó hacia la puerta de su casa.
-¿Qué hacés?
-La que vos conociste ya no existe. Yo no sé qué sentía por
vos, ni qué hacíamos, bueno…perdí la memoria pero si tengo imaginación… Hoy de
lo que menos tengo ganas es de sumar problemas a mi vida. Tengo uno muy serio,
saber quién soy y si no logro descubrirlo, al menos aprovechar esta oportunidad
para corregir todo lo que haya hecho mal. No logro recordar quien sos o qué
fuiste en mi vida. No siento nada en este momento por vos, imaginé que verte
iba a generar algo en mí como para saber que si quiero que estés en mi vida.
Pero no, no hay un latido más fuerte, no hay una vibración interna, no hay nada
dentro de mí que me indique que quiero estar con vos.
-¿Me estás pateando?
-Interpretalo como mejor te parezca.
-Te vas a arrepentir. Y cuando te acuerdes y quieras volver,
no voy a estar.
-No estuviste cuando más te necesité. Solo estuvieron las
flores. Y no me das la oportunidad de
reconstruir mi memoria, porque vos no podes mostrarte conmigo. Lo siento mucho,
pero no me interesa.
Volvió a su casa. Cerró la puerta tras de sí y miró por la
ventana. Lo vio parado sobre la vereda, mirando la puerta y con cara de no
comprender nada. Subió a su auto y se fue. Su madre se acercó y la abrazó.
-¿Qué pasó? ¿Cómo estás?
-Bien, evidentemente no me amaba si decidió irse y no
insistir.
-Pero vos lo amabas.
-Pero no lo recuerdo. Y por algo será, no?
-Tampoco te acordás de mí.
Notó una profunda tristeza en el tono de voz de su mamá. Le
dio un beso en la frente.
-Es diferente. Yo te vi en el hospital. Te sentí cerca, más
allá de no saber quién eras, vos te encargaste de hacerme saber que estabas
preocupada. Sé que te duele que no te recuerde, y te aseguro que quisiera
recuperar todos los recuerdos que puedo tener con vos. Pero podemos armar
nuevos recuerdos, y quien te dice que un día, se encienda una luz en medio de
esa oscuridad.
Se abrazaron fuertemente. Su madre no contuvo el llanto que
le provocaba la angustia de saber que su hija no pudiera recordarla.
VI
Pasaron
los meses, los recuerdos no volvieron, pero ella reconstruyó de a poco su vida.
Los días pasaban entre sus actividades, a las que había retornado, y una vida
tranquila en la que ya no buscaba respuestas. Porque el olvido, tal vez, había
sido una gran respuesta.
Una mañana, mientras se dirigía a su trabajo, una mujer la
miró y la saludó. Se le acercó, mirándola como quien busca algo. De repente le dijo algo que la descolocó:
-Pero yo te veo bárbara.
La miró sin comprender, no se había presentado y su amnesia
le impedía reconocerla.
-Disculpame, tuve un accidente y no recuerdo muchas cosas.
-Sí, me dijeron eso, mi nombre es Amanda, nosotras somos
amigas.
Ella la miró. Habían pasado muchos meses desde el accidente
y nunca la había visto.
-¿Somos?
De repente algo pasó. Fue como un relámpago. Y supo que si
la conocía, que esa mujer la llamaba cuando tenía algún problema o estaba
aburrida no tenía con quien salir. Pero nunca la vio en el hospital, ni tuvo
conocimiento de que la hubiera llamado para preguntar por ella.
-Quisiera quedarme a charlar, pero la verdad es que no se
quien sos y llego tarde a mi trabajo.
Siguió caminando y sintió algo así como una liberación.
Descubrió que la pérdida de su memoria la había alejado de personas
oportunistas, que la buscaban cuando ellos se sentían solos, únicamente para
rellenar un vacío.
Sonrío pensando en qué bueno era haber olvidado a ese hombre
que le enviaba flores, a esa mujer que se decía su amiga y vaya a saber cuántas
cosas más que era mejor dejar atrás.
Llegó a su casa, miró algunas fotografías, pensando en que
algunos momentos podría recordarlos alguna vez, porque seguramente en su pasado
habría muchos instantes buenos. La memoria podía ser una buena aliada del
perdón para ella misma, para sus propios errores, para darse la oportunidad de
volver a empezar y recomponer su propia historia.
Abrió un libro y leyó:
“el más débil se
venga, el más fuerte perdona, el más feliz…olvida".
Pensó en que nada era casual, en que la vida le había
ofrecido una gran oportunidad volviendo a renacer, y se repitió a sí mismas las
últimas palabras de la frase…”el más feliz, olvida”.