martes, 27 de junio de 2017

Reflexión.

Este año me dediqué a escribir. A cumplir un sueño que no se si alguna vez serán "éxitos editoriales"...creo que hoy eso es lo que menos me importa, aunque, por supuesto,  si llegasen a estar en la vidriera de una librería...creo que me daría un ataque de la emoción.


Tal vez todo lo anterior fue un ensayo. Fue adquirir la madurez necesaria para poder sentarme frente a la computadora, tener algo que decir, pero además, tener herramientas para decirlo de la mejor forma posible.


Admiro profundamente a quienes pueden armar un universo de la nada y a los que han podido plasmar en palabras historias desde su más tierna edad. Yo vengo practicando hace años, y admito que los blogs, Internet y estos espacios en las redes sociales me ayudaron a afianzarme y poder tirarme a la pileta con esta aventura.


Como escuché decir a Borges en una entrevista, yo escribo fundamentalmente para mi, sin ninguna esperanza de que alguien me lea.  Y eso es la lectura, contarnos a nosotros mismos historias, cerrar las que sabemos inconclusas o darles ese final que nos hubiera gustado que tuviera la real.


Escribir es dejar volar por una enorme ventana abierta todos los sueños y que crucen  todos los cielos con nuestro mensaje. Es decirle al mundo algo que lo haga detenerse por unos momentos de la locura y es al mismo tiempo organizar nuestras mentes y nuestras almas. Es curar viejas heridas,  perdonar y seguir adelante.


Por todo eso este año me dediqué a escribir y estos textos más largos que los de costumbre salieron volando, se sumaron, las ideas tomaron forma y las palabras, al fin, encontraron la manera de contar su historia a quien quiera, a quien sienta curiosidad, a quien necesite distraerse o a quien se sienta identificado con ellas.

domingo, 25 de junio de 2017

La palabra.

La palabra te lleva. Te arrastra a un submundo que no se puede dominar.

La palabra te subleva y te aprisiona en ese plano del que no podes escapar. La palabra, te hace esclavo y te convierte en amo del otro...y de uno mismo.

Una sola palabra tiene el don de elevarte al cielo y hacerte volar como soñaba Oliverio...y puede arrojarte al más profundo de los infiernos, quemándote en un dolor infinito.

La palabra te da vida...y te mata. Tiene el don de resucitarte o ser más filosa que una espada.

La palabra puede provocarte el deseo más ardiente sin siquiera haber rozado una piel. Y puede hundirte, sin final, en tu propio precipicio.

miércoles, 21 de junio de 2017

Perdición.



Aquella tarde tus manos volvieron a recorrerme.  Fuiste quitándome la ropa despacio, lentamente, depositando besos en cada rincón de mi cuerpo.

Aquella tarde te desnudé sin decir una sola palabra. Mirándote a los ojos, aprendiendo de memoria tus cicatrices y tus lunares.

Aquella tarde no fue sólo el reencuentro de dos amantes perdidos, fue el descubrimiento de algo más profundo, de lo inexorable del destino, de la inevitable voluntad divina de cruzar nuestros rumbos.

Dormí sobre tu pecho, abrazada a tu alma y mecida por el sonido de tu voz que me repetía una y otra vez la misma frase que yo no quería escuchar, porque no quería perderme en el abismo que era tu amor.

Pero no puede evitarlo. Caí hasta lo más profundo de tu ser, me perdí en cada huella de tu cuerpo y sucumbí ante tu mirada que me suplicaba una vez más.

martes, 20 de junio de 2017

El hijo que no tuve.



El hijo que no tuve hace malabares en una avenida, se acerca a los coches que esperan detenidos el cambio de semáforo y le hacen gestos a través de las ventanillas cerradas.

El hijo que no tuve los domingos se planta en una ruta a hacer acrobacias, con los pies descalzos y los chóferes de algún ómnibus le regalan una bandeja con golosinas, que les sobraron.

La hija que no tuve recorre los comercios con una mochila rota en la espalda, preguntando si les sobró algo para darle.

La hija que no tuve tiene los bracitos marcados por el cigarrillo y las huellas de los abusos.

Los hijos que no tuve están en las plazas, reunidos con otros hijos más grandes, aprendiendo que la calle es dura y la indiferencia duele más que un puñal.

Los hijos que no tuve perdieron la inocencia atrás de un expediente al que nadie apura para que siga siendo un niño, porque nadie piensa en sus derechos de jugar, de mirar al cielo y reí.

Los hijos que no tuvimos  los que no pudimos tener hijos, están ahí, tan cerca y tan lejos, tan imposibles de alcanzar y, sin embargo, con una firma, tan posibles de ser.

miércoles, 14 de junio de 2017

Ni tú eres Robert, ni yo soy Francesca.



   Aquél domingo no esperaba verte. Comenzaba a ver por enésima vez "Los Puentes de Madison" cuando tu nombre apareció en la pantalla de mi teléfono. Querías verme. Me sorprendí, pero salté del sillón, me cambié y salí con mi auto a tu encuentro.

Fuimos a un hotel de paso, desatamos nuestro deseo y luego nos pusimos a charlar. Mientras nos acomodábamos, encendiste el televisor y comenzaste a cambiar los canales...y te detuviste en esa película. 

Era la escena en la que Robert espera que Francesca se baje de la camioneta de su esposo y, en medio de la lluvia, abandone todo para irse con él. Están parados en un semáforo y el fotógrafo había puesto la luz de giro, indicando qué camino tomaría. Se iba del pueblo donde la encontró, donde pasó los cuatro días más hermosos y apasionados de su vida.

Francesca tomaba el picaporte de la puerta, debatiéndose entre sus emociones, mientras me abrazabas y fumabas tu cigarrillo y seguíamos hablando y voz baja de cualquier cosa. La camioneta de Robert se fue, dejándo a Francesca atrás.

Nuestros caminos se bifurcaron, como los de Robert y Francesca. Cada uno siguió su rumbo, tomó su decisión y hoy, cuando te ví detrás de mi auto, poniendo la luz de giro y haciendo señal con las luces, miré el semáforo en verde y seguí mi rumbo, sabiendo que había tomado la mejor decisón.

domingo, 11 de junio de 2017

Memorias de la amnesia.



                                                                                              Yo no hablo de venganzas ni de perdones,
                                                                                      el olvido es la única venganza y el único perdón.




 Prólogo.


Todo era silencio y oscuridad. No sabía qué estaba haciendo allí, ni tampoco qué esperaba. Parecía que el tiempo era eterno, no había forma de saber cuánto hacía que estaba, ni a qué se debía su presencia en ese lugar, que tampoco podía definir si era un lugar, o la nada misma.

Sentía una enorme confusión y eso era lo único claro que tenía, por paradójico que pareciera.  Dentro de su cabeza había tanto silencio y oscuridad como a su alrededor. Todo lo que sabía era que debía quedarse quieta y esperar. Esperar ¿qué?

No tenía frío ni calor, no sentía hambre o sed, ni sueño, cansancio o dolor. No podía identificar qué lugar era ese, ni si había alguien más cerca.  La única certeza era saber que tenía que esperar, que el momento en que todo se aclare llegaría y sus dudas tendrían respuestas. Era como estar en una cárcel sin rejas, ni carcelero, esperando que llegue la hora de obtener su libertad.

Ignoraba qué la había llevado hasta ahí,  era un sitio en donde no existía el antes ni el después. Ese lugar en el que estaba era la nada misma, el silencio más profundo, la soledad más absoluta, se sentía como una partícula de nada flotando en el espacio infinito.


I                     



                                       La oscuridad comenzó a disiparse. Se sentía mareada, pese a estar con los ojos 
cerrados, la cabeza le daba vueltas y no conectaba una cosa con la otra. Ideas, palabras, imágenes, sonidos, que de repente se esfumaban para perderse junto con esa oscuridad que la había rodeado hasta hace unos momentos. Un sonido, regular y monocorde, fue trayéndola a la luz.

De repente sentía un olor extraño, que le provocaba náuseas. Apenas podía abrir los ojos, pues la luz de una ventana próxima la encandilaba, le costaba distinguir qué lugar era ese. Escuchaba voces, al principio muy lejanas, luego fueron haciéndose más fuertes, pero no comprendía  mucho qué era lo que decían. Oía pasos, ruidos de frascos, cosas que se arrastraban, y el sonido, ese primer pitido, regular y monocorde, que podría decirse que era su primer recuerdo.

Le dolía todo. Intentó decir algo, pero al abrir su boca, un dolor punzante en la mandíbula le hizo dar un grito de dolor. Sintió que alguien se le acercaba, le tomaba un brazo, le abría un ojo, le tomaba del rostro y eso le hacía doler tanto o más que el intento de hablar y mover su boca. Quiso deshacerse de esa mano que, si bien no la apretaba, la hacía sentir como si fuera un animal de investigación, quería que la dejaran en paz, quería volver a ese lugar silencioso y oscuro en donde había estado y le hacía sentir que estaba tan segura.

Poco a poco se fue habituando a la luz y pudo ver que estaba en una habitación, de paredes blancas. Las sábanas de la cama en donde estaba acostada eran igual de blancas, y estaba rodeada de varios aparatos que medían dios sabría qué, todos conectados a su cuerpo. Sentía dolor, frío, calor, hambre, angustia, no sabía en donde estaba, ni qué le había ocurrido. Un dolor más profundo se le instaló en el pecho cuando se dio cuenta de una cosa: no sabía quién era.

Gimió, de dolor y de angustia. Quería levantarse e irse, no sabía a donde, porque no recordaba a qué lugar podría ir.  Intentó quitarse las vías que la ataban a todos esos aparatos que sonaban a su alrededor, diciéndole a alguien que estaba viva, pero las personas que estaban en esa habitación la sujetaron, llamaron a alguien y un pinchazo la volvió a la oscuridad.

Pero fue una oscuridad diferente. No tenía consciencia de que estaba allí, ni se sentía segura, ni esperaba nada. Simplemente dormía. Cuando volvió en sí, continuaba en ese cuarto blanco, conectada a los mismos aparatos que medían sus signos vitales y ella seguía sin recordar quien era. No tenía fuerzas, solo un gran cansancio que le impedía moverse.

Poco a poco  trató de tomar consciencia de su situación. Se daba cuenta de que estaba en un hospital, que algo, no podía saber qué, le había ocurrido, que tenía vendajes  en varias partes de su cuerpo. Giró la cabeza y vio a una mujer vestida de blanco, de espaldas, preparando algo sobre una mesilla. Tenía sed, mucha. Apenas pudo murmurar la palabra agua un par de veces, ella no la escuchó. Seguía de espaldas, preparando vaya a saber qué. Respiró profundo y con las pocas fuerzas que sentía intentó gritar nuevamente pidiendo agua. Solo salió un susurro de su boca, que además le dolía cuando intentaba hablar.

Decidió gemir, gruñir, realizar algún sonido con la garganta que advirtiera a la mujer que ella estaba necesitándola. Esta vez logró su cometido. Con una sonrisa, la mujer se acercó a ella.

-¿Te despertaste, dormilona?- le dijo con cierta dulzura que a ella no le causó ninguna gracia.

-Agua- fue el susurro apenas audible que logró emitir.

La mujer acercó su oído lo más que pudo a su boca y comprendió. Tomó una gasa, la humedeció y la pasó sobre sus labios, que ella relamió como si fuera el más rico manjar.

-No podemos darte agua en forma normal.  Te estamos dando suero con medicación y tenés una terrible fractura de mandíbula, no podes morder y en la medida de lo posible, tratá de no mover mucho la boca.

-¿Qué me paso?- articuló como pudo.

-Tuviste un accidente. Estás viva de milagro. ¿No te acordás?

 Ella movió negativamente la cabeza.

-No importa, ahora descansá, ya vas a tener tiempo para recordar lo que pasó, no te preocupes por nada, ahora lo más importante es que te recuperes bien.



II




                          No soñaba. Su sueño era profundo, pero no tenía ninguna sensación. Sólo cerraba los ojos y, quizás bajo los efectos de algún sedante, dormía. Cuando despertaba no sabía si había dormido unos minutos, horas o varios días.  


Cuando abrió los ojos, estaba la misma enfermera, preparando las medicinas en la mesilla, como anteriormente. Pensó en que sólo había parpadeado un segundo, que no había pasado tiempo. Por la puerta de la habitación entró una mujer de edad, de cuerpo pequeño, estatura baja. En su cara se dibujaba la preocupación, el dolor, la angustia. Se acercó a la cama, tomó su mano y se la besó. Le abrió la palma y la posó sobre su rostro, que estaba bañado en lágrimas.

-Pensé que te  morías. Que no te iba a tener más. Que nunca más iba a verte.

Miró a la enfermera, que se acercó a la mujer.

-Señora, no puede estar acá. Ella necesita reposo.
-Necesitaba verla, saber que está viva, que está bien.
-Se va a recuperar, pero necesita tiempo, el médico ya va a hablar con usted, pero tiene que esperar a que autoricen las visitas.

La mujer volvió a besar su mano, la dejó suavemente sobre la sábana y se fue mirándola y saludándola con pequeños gestos de su  mano.

La enfermera volvió al cuarto, controló los aparatos que decían que ella estaba viva. Le hizo una señal a la mujer, que se acercó a su cara para comprender qué quería decirle.

-¿Querés agua?
Movió negativamente la cabeza. Apenas logró reunir las fuerzas para poder decir una frase:

-¿Quién es?




III




                No podía recordar. Sólo sabía que estaba en ese cuarto de hospital, que había tenido un accidente y más allá de eso, su mente era la nada misma. No tenía historia, ni pasado. Su vida había desaparecido para siempre, al menos hasta ese momento. No tenía idea sobre a quién amaba o a quien había odiado. Si era querida, si tenía amigos. Si había sido una buena persona o habría lastimado a mucha gente.

Un vacío más que profundo, se sentía como cayendo permanentemente en un precipicio sin final, esperando que en algún momento se abriera una puerta y recordase todo de repente. Los médicos decían que había que esperar, tener paciencia, que quizás recuperaría la memoria de a poco, que el shock sufrido la había afectado y quizás nunca recordaría nada. Todo eran posibilidades. Todo eran incógnitas.

Un enorme ramo de flores le llegaba de vez en cuando, sin tarjeta ni nombre. Ninguna de las personas que iba a visitarla parecía ser quien lo enviaba. Se sentía un poco como en una especie de zoológico, en donde pasaban personas que ella no reconocía. Algunos la miraban con lástima, mostrando una pena, hablándole con una conmiseración que a ella le daba un poco de asco, en definitiva había perdido la memoria y tenía varios magullones, pero no había quedado inválida ni en estado vegetativo. Otros le daban ánimos, como si ella supiera quienes eran, le hablaban como si ella recordara todo y, cada tanto usaban el “¿te acordás?”, ignorando su reciente amnesia total.

Sentía una enorme angustia por no recordar a su madre, que la miraba un poco con enojo, otro poco con miedo, otro poco con culpa. ¿Qué había hecho para que ella no la recordara? ¿Cómo podía olvidarse de la persona que le dio la vida?

¿Qué había hecho en su vida anterior? Su único recuerdo era ese cuarto de hospital, sus primeras memorias eran esas personas vestidas de blanco que la atendían a diario y el pitido de los aparatos que medían sus signos vitales la primera música que había escuchado en su nueva vida.



 IV

                Supo que fue un choque. Que quien la embistió, se fugó. Que nadie pudo tomar algún dato de la patente del vehículo, sólo que era una camioneta negra. No podía recordar nada. Ni siquiera un flash que la retrotrajera a ese día, ni un sueño, ni una pesadilla. Su memoria era un enorme lugar oscuro en donde no podía encontrar absolutamente nada.

Llegó el día que las heridas de su cuerpo le permitieron volver a su casa. Todos pensaban que, tal vez,  al ver sus objetos personales, al estar en “su” lugar, los recuerdos volverían. Nada de eso ocurrió. Miró libros, discos, fotos, adornos, muñecos, ropa, perfumes, nada le generaba una emoción en particular. Nada hacía brillar una chispa en su mente que iluminara un poco el enigma que ella era para sí misma.

Las flores misteriosas continuaron llegando, esta vez a su casa, con la misma regularidad. Sin tarjeta, sin firma, sin ninguna pista que le hiciera reconocer en algo a quien fuera que las enviara. Y, sin recuerdos, mucho tampoco le serviría saber quién era.


Poco a poco se fue acostumbrando a esa vida sin pasado. O, mejor dicho, sin pasado hasta el día en que despertó en el hospital. Construyó sus memorias a partir de ese momento. En cierto sentido era como nacer de nuevo.




  V



                   Un día las flores llegaron, pero esta vez con una tarjeta. Había un número de teléfono y una sola palabra “llamame”. Sin nombres, sin otra cosa más que eso. Dudaba sobre qué hacer, pero al menos quería agradecer a quien tan amablemente había puesto una nota de color en su cuarto de hospital y había tenido tanta consideración con ella. Admitía, además, que sentía una enorme curiosidad sobre la identidad de esa persona.

La voz de un hombre sonó del otro lado de la línea.

-Hola, al fin puedo escuchar tu voz.

-Hola, discúlpame pero no se quien sos.

Un silencio se hizo del otro lado.

-¿Cómo que no sabés quién soy?

-No recuerdo nada. Me dijeron que tuve un accidente, perdí la memoria. No recuerdo nada. Sólo llamé para agradecer las flores que me enviaste y preguntar la razón que tenías para hacerlo. ¿De dónde te conozco?

-De la vida. Nos encontramos una vez y por esas cosas no he podido dejarte ir, a pesar de los miles de impedimentos que existen para que estemos juntos.

-Explicame, no entiendo, ¿salíamos? ¿Eras novio mío?

-Algo así.
-¿Y por qué no fuiste a verme ni una sola vez mientras estuve internada? ¿O al menos por qué no escribiste nada en los ramos que mandabas?

-Fui a verte una vez. De noche, dormías o estabas sedada, apenas me enteré del accidente. No podía ir, entendeme, tampoco podía darme a conocer mientras estuvieras en el hospital. Pero siempre me informé sobre tu situación, la evolución de tu estado, no te das una idea de lo mal que lo pasé todo este tiempo sin verte.

No, ella no se daba una idea. No comprendía cuál había sido el impedimento para que alguien que tenía una relación con ella no hubiera ido a verla.

-Quiero verte. Necesito estar con vos, te extrañé horrores y mi hiciste mucha falta.

Dudaba. No sabía qué hacer, porque no sentía nada especial por esa voz que le respondía del otro lado de la línea. Indagaba en su memoria tratando de recordar algún susurro, que esa voz le hiciera vibrar una fibra especial, pero los recuerdos, hundidos vaya a saber en qué lugar de su  cabeza, se negaban a aparecer.

La voz intentaba convencerla.

-Dale, mañana, por la tarde, me hago un lugarcito en el horario de los bancos, así puedo tener apagado el teléfono y dedicarte mi tiempo sin interrupciones.

Ella seguía sin comprender por qué tanto misterio. Finalmente se decidió a aceptar, al fin y al cabo, ese hombre le había estado enviando las flores, sólo quería ver su rostro y ver si descubría algo sobre sí misma.

-Está bien, ¿en dónde querés que nos veamos?

-Te aviso cuando cierro el negocio y paso a buscarte.

La llenaba de dudas la propuesta, pero aceptó. Necesitaba comenzar a saber qué había hecho en su vida pasada.

Al día siguiente recibió un mensaje en donde ese hombre le informaba que pasaría a buscarla en media hora. Un auto gris importado se detuvo en su casa y tocó dos bocinazos. Ella miró por la ventana y supuso que era quien le había mandado los ramos. Al salir, el hombre abrió la puerta y al acercarse ella intentó besarla en la boca.

-No!

-¿Qué te pasa?

-Vine para agradecerte las flores, para ver si puedo recordar algo, pero no pretendas que te bese o demuestre algo que no siento, porque no sé quien sos!

El hombre la miró. Era bastante alto, atlético, con cara de pocos amigos. Sonrió y dijo socarronamente:

-Tengo la intención de llevarte a un lugar en donde seguro te vas a acordar de todo.

   Ella arqueó sus cejas.

-¿Perdón?

Él la miró seriamente.

-¿En serio no te acordás de mí?

-No, no me acuerdo de vos, pero no te sientas ofendido, no me acuerdo de nada. No sé quien soy, qué hice, quienes eran mis amigos, quienes me amaban. Ni siquiera reconozco a mi propia madre, no pretendas que recuerde a alguien que se califica como “algo así” cuando pregunté si éramos novios.

Un silencio incómodo se produjo entre ambos. Ella lo rompió con voz tranquila.

-Si querés, vamos a tomar un café a algún lugar y me contás cómo nos conocimos, qué hacíamos cuando estábamos juntos, cuál era nuestra historia.
Él se pasó la mano por la cabeza.

-No puedo hacer eso.

-¿No podés hacer qué? ¿Qué tiene de malo ir a tomar un café y charlar?

-Vos no entendés.

-Explicame. Tengo todo el tiempo del mundo.

-Vos y yo somos amantes. Tengo una familia. Hace dos años que nos vemos.

-Comprendo.

Ella caminó hacia la puerta de su casa.

-¿Qué hacés?
-La que vos conociste ya no existe. Yo no sé qué sentía por vos, ni qué hacíamos, bueno…perdí la memoria pero si tengo imaginación… Hoy de lo que menos tengo ganas es de sumar problemas a mi vida. Tengo uno muy serio, saber quién soy y si no logro descubrirlo, al menos aprovechar esta oportunidad para corregir todo lo que haya hecho mal. No logro recordar quien sos o qué fuiste en mi vida. No siento nada en este momento por vos, imaginé que verte iba a generar algo en mí como para saber que si quiero que estés en mi vida. Pero no, no hay un latido más fuerte, no hay una vibración interna, no hay nada dentro de mí que me indique que quiero estar con vos.
-¿Me estás pateando?
-Interpretalo como mejor te parezca.
-Te vas a arrepentir. Y cuando te acuerdes y quieras volver, no voy a estar.
-No estuviste cuando más te necesité. Solo estuvieron las flores. Y  no me das la oportunidad de reconstruir mi memoria, porque vos no podes mostrarte conmigo. Lo siento mucho, pero no me interesa.

Volvió a su casa. Cerró la puerta tras de sí y miró por la ventana. Lo vio parado sobre la vereda, mirando la puerta y con cara de no comprender nada. Subió a su auto y se fue. Su madre se acercó y la abrazó.


-¿Qué pasó? ¿Cómo estás?

-Bien, evidentemente no me amaba si decidió irse y no insistir.

-Pero vos lo amabas.

-Pero no lo recuerdo. Y por algo será, no?

-Tampoco te acordás de mí.

Notó una profunda tristeza en el tono de voz de su mamá. Le dio un beso en la frente.

-Es diferente. Yo te vi en el hospital. Te sentí cerca, más allá de no saber quién eras, vos te encargaste de hacerme saber que estabas preocupada. Sé que te duele que no te recuerde, y te aseguro que quisiera recuperar todos los recuerdos que puedo tener con vos. Pero podemos armar nuevos recuerdos, y quien te dice que un día, se encienda una luz en medio de esa oscuridad.

Se abrazaron fuertemente. Su madre no contuvo el llanto que le provocaba la angustia de saber que su hija no pudiera recordarla.




VI


             Pasaron los meses, los recuerdos no volvieron, pero ella reconstruyó de a poco su vida. Los días pasaban entre sus actividades, a las que había retornado, y una vida tranquila en la que ya no buscaba respuestas. Porque el olvido, tal vez, había sido una gran respuesta.

Una mañana, mientras se dirigía a su trabajo, una mujer la miró y la saludó. Se le acercó, mirándola como quien busca algo.  De repente le dijo algo que la descolocó:

-Pero yo te veo bárbara.
La miró sin comprender, no se había presentado y su amnesia le impedía reconocerla.

-Disculpame, tuve un accidente y no recuerdo muchas cosas.
-Sí, me dijeron eso, mi nombre es Amanda, nosotras somos amigas.

Ella la miró. Habían pasado muchos meses desde el accidente y nunca la había visto.

-¿Somos?

De repente algo pasó. Fue como un relámpago. Y supo que si la conocía, que esa mujer la llamaba cuando tenía algún problema o estaba aburrida no tenía con quien salir. Pero nunca la vio en el hospital, ni tuvo conocimiento de que la hubiera llamado para preguntar por ella.

-Quisiera quedarme a charlar, pero la verdad es que no se quien sos y llego tarde a mi trabajo.

Siguió caminando y sintió algo así como una liberación. Descubrió que la pérdida de su memoria la había alejado de personas oportunistas, que la buscaban cuando ellos se sentían solos, únicamente para rellenar un vacío.

Sonrío pensando en qué bueno era haber olvidado a ese hombre que le enviaba flores, a esa mujer que se decía su amiga y vaya a saber cuántas cosas más que era mejor dejar atrás.


Llegó a su casa, miró algunas fotografías, pensando en que algunos momentos podría recordarlos alguna vez, porque seguramente en su pasado habría muchos instantes buenos. La memoria podía ser una buena aliada del perdón para ella misma, para sus propios errores, para darse la oportunidad de volver a empezar y recomponer su propia historia.

Abrió un libro y leyó:

 “el más débil se venga, el más fuerte perdona, el más feliz…olvida".


Pensó en que nada era casual, en que la vida le había ofrecido una gran oportunidad volviendo a renacer, y se repitió a sí mismas las últimas palabras de la frase…”el más feliz, olvida”.