domingo, 20 de enero de 2019

Ausencia.




Sola. Desorientada. Perdida en medio de los lugares más amados. Con todo cerca y, sin embargo, tan lejos.

Sin voz para pedir ayuda. Con un grito que se ahoga en la garganta. Con los ojos cargados de todas las lágrimas que jamás derramé.  Con las manos frágiles, con el cuerpo inerte, con la cabeza vacía y, al mismo tiempo, cargada de mil cosas.

Sin querer pensar. Sin querer sentir.  Pensando sólo en dormir, en dormir mucho. Sin las fuerzas suficientes para salir corriendo hacia ningún lugar. Sin saber a donde ir.

En silencio. Con el alma rota en mil pedazos, y cada pedazo roto en otros en mil pequeños fragmentos, hasta llegar a pulverizar cada molécula de toda emoción.

Esperando que por alguna parte aparezca algo, alguien, una señal, una huella, una marca, que permita saber el rumbo. Esperando una voz, una mano, un algo.

Sola como cuando sentís que se olvidaron de buscarte. Como cuando ves que el barco en el que debías partir se va sin vos. Como cuando miras a tu alrededor y todo lo que amabas ya no está.