sábado, 3 de febrero de 2018

Inmortal.



Había logrado detener el tiempo.  Ó, quizás,  hacer que su paso se notara menos que en los otros. Su propio ritmo era distinto, más lento, parsimonioso.

Quizás ese era su secreto. Hacer todo más despacio, sin prisas. Al lado de personas de su edad, parecía más joven, apenas pocas canas se advertían en su cabello, que jamás había teñido.

Le preguntaban cómo hacía. Y no sabía qué responder porque no realizaba ninguna cosa en particular. Siempre respondía que tal vez fuera genético.

El mundo volaba a su alrededor, mientras permanecía allí, inmóvil, observando como todo ocurría a una velocidad asombrosa. Sin embargo, algo le impedía subirse a esa loca carrera en la que todos estaban inmersos.

Su vida parecía estancada, caminando por una delgada línea que separaba de la vida y la muerte. Mientras se mantuviera allí, su vida estaría segura, protegida. Si se corría, podría caer del lado de la muerte.

A veces hubiera querido subirse a uno de esos trenes veloces que pasaban a su lado, sin siquiera rozar su cuerpo. Ser alguien normal, vivir y morir a la misma velocidad que el resto.

No le gustaba ver como moría gente a su alrededor. Por cada nacimiento, moría alguien en compensación. Por cada vida,  una muerte, por cada respiración nueva, una exhalación final.

Pero eso no le ocurría. Era simplemente testigo de los milagros del mundo, podía quedarse horas observando como alguien se convertía en un adulto. Lo que para otros eran años, lo vivía como si fuesen pocos segundos.

No sabía por qué,  pero su inmortalidad era el castigo por haber vivido de una manera diferente.