sábado, 27 de mayo de 2017

Abuelas.

Por naturaleza, todos tenemos cuatro abuelos, dos por cada padre (como los cromosomas, viste?). Con el único que tenía una relación normal "abuelo/nieta" fue con mi abuelo Elías (y debo ser la única que lo llamaba así, porque todos le decían su otro nombre, Enrique), de modo que el segmento masculino fue cubierto ampliamente, pese a su pronta partida cuando yo contaba con apenas 8 años. A mi otro abuelo, Mateo o Matías, según quien tradujera su dni, lo vi dos veces, una vivo y la otra en un cajón de madera rodeado de cirios.

Mis abuelas (menos problemáticas con los nombres), son más numerosas. Las sanguíneas fueron Francisca, quien falleció varios años antes de que yo naciera y sólo conocí por las historias que contaba mamá, y María, señora de Elías, madre de mi padre, bastante insoportable y celosa de que yo hubiera sido la única nieta que captara la atención del marido.

Su frase favorita para describirme era "muchachita de porquería" y su hobby clavarme las uñas en el estómago cuando me veía preguntándome si tenía lugar en la panza para un sandwich...a lo que respondía negativamente y decir que yo rechazaba un sándwich era algo así como renunciar a respirar. (Confieso que había algún aroma en la casa que me repelía y la vieja tenía menos mano para cocinar que Yiya Murano). Y un dia desapareció junto a su hijo favorito, mi padre, y no voy a contar más de esa historia.

Pero tuve otras abuelas. Una fue una señora llamada Enedina, con hermosos ojos celestes, y una voz que te convencía de cualquier cosa. Cuando falleció Pedro, su marido, se fue a vivir a México con su hijo y nunca más supe de ella. Los admiraba porque ellos eran esa clase de amor que me gustaría lograr en la vida.
Pero siempre la vida me pone una abuela en el camino.

 Y Lidia, o Ludmila (ahora que lo escribo me doy cuenta de que cumple el requisito de los dobles nombres!)es la abuela de la que quiero hablar.

Lidia fue la mujer que crió a mi mamá cuando mi abuelo la subió a un tren rumbo a Capital Federal con apenas 11 añitos y la mando junto a mi tía Emilia a trabajar a una casa de familia. Le enseñó a peinarse, le compró ropa, le explicó que eso que le pasaba una vez al mes no era ni culpa de las uvas que había comido, ni que iba a morirse por ello. Y si bien mamá trabajaba en esa casa, Lidia le brindó todo el cariño que hasta ese momento mamá no había recibido.

Lidia había decidido hacerle un vestido a mamá para regalarle el día que cumpliera 15 años. Tenía dos hijos varones y mamá era esa hija que ella no había tenido. Pero mamá nunca pudo llegar a estrenarlo, porque mi abuelo apareció un día, le dijo a mi madre que juntara sus cosas y la llevó a otra casa donde le pagarían más dinero (Mateo exigía que se le enviara el sueldo que le pagaban a mamá, diciendo que eran chicas y no sabían administrarlo, Lidia había decidido enviarle sólo la mitad, ya que mi madre necesitaba comprarse ropa, zapatos, cosas para ella, hubo pelea pero ganó Lidia).

Por esas cosas de la vida, mamá no volvió a ver a está mujer hasta hace unos años. Se reencontraron, charlaron hasta por los codos y yo conocí a mi abuela durante unos diez dias que vino a quedarse en casa.
Creo que con Lidia supe lo que era "tener una abuela". Me mimó, me alabó hasta recién levantada y con el pelo totalmente desbaratado. Tomaba su copita de vino tinto por la noche y su semilla de cáscara sagrada, mientras se quedaba leyendo revistas hasta no se qué horas. Nos dimos flor de susto el día que no se despertaba y nos quedamos escuchando junto a mamá detrás de la puerta para saber si seguía respirando. Generosa, buena y brava.

Me exigió que le dijera "abuela" porque para ella mi madre era su hija y yo su nieta. Y si bien esa fue la única vez que la vi, me encantaría poder volver a abrazarla.

Esta noche me llamó. A sus casi 90 años vive sola, y las conversaciones telefónicas son de lo más desopilantes porque ella es sorda y se olvida de cargarle las pilas a sus audífonos. Me habla, no me entiende, y busco la manera de explicarme hasta que me pregunta si estoy enojada porque grito, o porque le digo que corte así la llamó yo y ella no gasta.

Su voz es la voz de mi sangre, aún sin ser familia . Su acento tan particular, de su Checoslovaquia natal, me suena a música, a que me gustaría escucharla contarme todas esas historias que debe tener guardadas, a que quisiera oírla horas hablar de todas esas cosas inconexas, porque salta de un tema a otro.

Me causa ternura y me genera algo muy especial que nunca sentí: que tengo una abuela. Y ojala algún día pueda decirle que le doy gracias a la vida por haberla conocido, por haber cuidado a mi mamá y por haberme adoptado como nieta. ¡Te quiero, Abue Lidia!

Soy.

"No soy la mejor, ni la única, ni tampoco creo saber todo sobre todo.

Soy, simplemente, una aprendiz de la vida, que a veces ha repetido algunas lecciones porque no siempre comprendió la enseñanza que había en ellas.

Soy, lo que se dice, un experimento andando sobre mi misma, rebatiendo certezas y descartando imposiciones. Soy mi propia historia, repetida cientos de veces en miles de historias, que se entrecruzan sin querer, sin pensar, sin saber.

Soy quien se mira cada mañana al espejo y se pregunta ¿qué más? Y sale a la calle dispuesta a todo, aún sabiendo que puedo regresar con nada.

Soy, simplemente, quien siempre quise ser, llena de las mismas dudas que todos, pero buscando perder los miedos y conociendo las posibles respuestas."