viernes, 19 de junio de 2015

Aves del Paraíso.

Algunas mujeres somos aves del paraíso, raras, únicas, libres. Dueñas de una libertad absoluta, lejanas. Hemos escapado de los cánones sociales, de los mandatos. Logramos desoír las órdenes milenarias de cuál es nuestra misión en este mundo y logramos hacer eso que el corazón nos manda y las entrañas nos obligan.


Sin embargo, en alguna que otra oportunidad, los ciclos vitales nos empujan a olvidar nuestra naturaleza, las hormonas nos juegan una mala pasada y pensamos que, tal vez, nuestro destino era muy diferente al camino que veníamos transitando. Y dejamos nuestras alturas, nos sacamos nuestras brillantes alas, nos acomodamos al otro para estar en sintonía con él y buscamos aprender qué era eso que, según tantas personas, nos estábamos perdiendo de vivir.


Y sufrimos. Porque dejamos de ser nosotras mismas, olvidamos nuestra esencia para intentar transformarnos en alguien que no conocemos. Encerramos nuestro ser en un cajón, hacemos oídos sordos a sus gritos, encapsuladas en la fantasía de esa vida en común, embrujadas por una circunstancial debilidad emotiva.


Hasta que un día el ave del paraíso explota dentro nuestro, porque las alas no caben en ese cajón tan pequeño en donde las guardamos, se abren, se expanden y sólo piden volver a volar, recorrer cielos, brillar bajo la luz del sol, dejar esas sombras en donde olvidamos nuestra personalidad.


Y descubrimos que nunca vamos a dejar de ser aves del paraíso, que por más esfuerzos que hagamos, no somos otra cosa que parte de una especie rara, única, libre, dueña de una libertad absoluta, lejana y que tarde o temprano, por más que intentemos esconderla, sale a luz y reclama su identidad

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