martes, 3 de diciembre de 2019

Eva en su paraíso.



No le importó la serpiente, ni Adán, ni el castigo divino. Nada podría hacerla perder el paraíso que había creado en su mente.

Cada mañana se levantaba de la cueva improvisada, salía al sol y sonreía pensando en las mariposas que ya no estaban, en las flores que ya no crecían y en las aves que ya no cantaban.

Le molestaba el rostro de Adán, cansado y hambriento, culpándola por haber sido expulsados del Paraíso. No veía el rencor en sus ojos cada vez que no conseguía comida, ni la tristeza ante el frío intenso, ni la desesperación que él sentía cada vez que las tormentas amenazaban con inundar ese hogar improvisado.

Eva seguía en su mundo, riendo como si los leones fueran gatitos, bailando como si los cocodrilos fueran mansos, recostándose en medio de las piedras como si estuvieran cubiertas de musgo.

Parecía que nada la afectaba, sin embargo, en soledad, Eva maldecía su suerte. Cada vez que Adán de iba, golpeaba sus puños contra las paredes, reclamándole a  Dios por su infortunio. Si no quería que probara la manzana, ¿Para qué había puesto un árbol en medio del Edén? ¿Para que había creado a la serpiente, sabiendo que iba a rentarla? ¿No se daba cuenta Dios de que él era el culpable de todo, pero se vengaba en ella para no reconocerlo?

Adán ignoraba lo que pasaba por la mente de su mujer. Sólo quería comer y dormir, reposar un poco del terror que le provocaba ir sin saber a dónde por algo de comida. Nadie comprendía el pánico que le generaba no tener idea de qué debería enfrentar para alimentar a su familia.

Eva seguía en su mundo, en su paraíso imaginario, escondiendo sus emociones, su dolor, su rabia. Sonriendo mecánicamente a todos, como si hubiera ensayado mil veces un personaje. Pero, en el fondo de sus ojos, de vez en cuando, un brillo asomaba, como si estuviese a punto de explotar.

 Adán necesitaba saber qué pasaba por el alma de Eva, quería ayudarla, llorar juntos lo que perdieron y darse valor mutuamente para enfrentar ese mundo nuevo. Necesitaba a Eva para poder derrumbarse, sentirse consolado, frágil e inocente. 

Sin embargo, ella, como por arte de magia, se tragaba eso que le dolía tanto, lo que jamás demostraría a nadie,  sonreía y salía al sol, dándole la espalda a Adán. Ella no iba a permitir que nadie la sacara de su paraíso, ese lugar en donde no existía el mal, en el que solamente ella reinaba.

Imagen tomada de la web.

© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2019

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