lunes, 3 de septiembre de 2018

Corazón.



Entreabrió los ojos y sólo sintió ese aroma propio de los hospitales. Un pitido constante indicaba que estaba viva. Una máquina la proveía del oxígeno que necesitaba para resistir en una lucha en la que no sabía que estaba participando.

No entendía que hacía allí. En ese cuarto blanco, conectada a tantos sensores, cables, sondas. No podía moverse, no tenía fuerzas. Sólo recordaba que había sentido un enorme cansancio. Y un dolor. Como si su pecho se hubiera partido en dos.

Una enfermera anotaba sus signos vitales en una planilla.  Sonrió al ver que había abierto los ojos. Un gesto amable, pero que no le aclaraba nada de su situación.

Un tumulto vino del pasillo. La enfermera fue hasta la puerta, la abrió y otra camilla ingresó a la habitación. La mujer corrió una cortina para que ella no viera que estaba ocurriendo.

Escuchó la palabra "infarto". Sintió los espasmos de la reanimación cardíaca.  Supo de los electroshocks.  Y sintió un nuevo pitido, que señalaba que esa persona que había llegado había sido salvada.

¿Eso le había ocurrido? ¿Había tenido un infarto? ¿Su corazón no había resistido? No podía hacer preguntas. No sentía fuerzas para hablar.

Un médico corrió la cortinilla. Revisaron sus parámetros y se fueron. La dejaron sola con su nueva compañía.

Giró levemente la cabeza. Sentía curiosidad y quería solidarizarse aunque más no sea con la mirada de la situación que ambos estaban viviendo.

De repente esa persona giró la cabeza hacia donde ella estaba. Ambos se miraron. Ninguno de los dos pudo creer coincidir, después de tantos años,  en esa habitación de hospital, a donde sus corazones rotos los habían llevado.

Un pitido ininterrumpido señaló la hora final para los dos. Ahora si, podrían estar juntos para siempre.

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