Llega un tiempo en que sólo querés sentarte al sol, cerrar los ojos y saber que, al abrirlos, todo seguirá igual.
Tener entre tus manos la de quien te demostró que jamás te falló, quien siempre estuvo y retenerla, que nunca tenga que alejarse. Pero sabés que la vida es así, y comenzás a atesorar esos pequeños momentos de paz.
Llega un tiempo en que ya no querés discusiones, ni enfrentar demonios, dragones o molinos. En que deponés las armas, porque sabés que siempre va a haber algún Quijote por ahí que las tome y te reemplace.
Llega un tiempo en que saborear una taza de café, tomándote todo el tiempo del mundo, oyendo la brisa que alborota a tu alrededor y ver la sonrisa de quien dio todo por vos. Eso no tiene precio.
Llega un tiempo en que madurás, y te vas a dormir sabiendo que jamás lastimaste a nadie, que nunca traicionaste ni siquiera a quien te clavó puñales en tu espalda, que la vida, a su tiempo, sin apurarse, cobra a cada cual los errores que cometió.
Y en ese tiempo sonreís en paz, con el alma plena y habiendo aprendido que la felicidad aparece cuando llega ese tiempo de calma, luego de haber atravesado tantas tormentas.
(Imagen propia, hoy domingo en Parque Camet).
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