jueves, 16 de abril de 2015

Astronauta




Él  la miraba. Se llenaba los ojos con su imagen, pensando cómo habría sido la vida junto a ella. Muchas veces,  por las noches, se sentaba en el jardín, solo, en silencio, perdido en sus pensamientos .  Nadie sabía que la recordaba, que revivía cada momento, cada hora, los pasos dados hacia su encuentro, la sensación de plenitud al tocarla por primera vez.

En algunas ocasiones levantaba el brazo y simulaba hacerle una caricia. Imaginaba que una lágrima rodaba por su mejilla y con todo ese amor que no pudo demostrarle, se la secaba con un dedo.  La veía dibujar una sonrisa y que su rostro, habitualmente gris, se sonrojaba.

La extrañaba. Profundamente, intensamente. Pero no podía quedarse con ella. En la oscuridad, la bola azul, quebrada por nebulosas semejantes a algodonales, lo llenaba de culpa. ¡Se había acercado tanto a su sueño! Pero allá lo estaban esperando.

Su esposa se acercó con un vaso en la mano. Se sentó a su lado, convidándole la bebida. Él sonrió. La abrazó y se quedó mirando la brillante bola blanca en el cielo que, cada noche, le recordaba lo cerca que había estado de perderlo todo buscando alcanzar un sueño que aún sentía latir en el fondo de su alma.

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