domingo, 19 de julio de 2015

El vengador.








Te hicieron daño. Las personas en quien más confiabas. Tus amigos, tu gran amor. Te mataron en vida. Sentite que todo había terminado, que ya no había más oportunidades, que en las cuatro paredes que te encerraban iba a acabar todo.

Tu dolor creció día a día, se transformó en un tumor maligno, dañino, a punto de explotar dentro tuyo. Hasta que un día, un milagro, te dio la oportunidad de vengarte, de hacerles a aquéllos que te traicionaron, lo mismo que te hicieron. De que padezcan tus dolores, de que sufran tu decepción, de que transiten, paso a paso, el mismo camino traicionero.

Pero, en definitiva, tu venganza no ha de ser contra ellos. Tu venganza se vuelve contra tu propia persona. No los castigas a ellos, te castigas tú mismo. Porque lo que no perdonas no es a los que te mintieron, sino que tú les hayas creído. Te duele no haber dudado ni una sola vez. Te fastidia hasta el dolor no haber adivinado el mal que se gestaba a tus espaldas. Te molesta hasta lo más hondo de tu ser no haber advertido ni una sola mirada, ni un gesto, ni un tono de voz, que te hiciera notar que no todo era como tú pensabas.

No te estás vengando de ellos, sino del ser inocente que eras antes de ese hecho. No estás haciéndoles pagar a ellos la traición, la estás pagando tú mismo, caminando con ellos cada metro del recorrido, buscando el momento en que podrías haberte dado cuenta de que las cosas eran distintas.
Tu venganza se vuelve contra tí, porque retrocedes en tu historia para que, como en un juego de ajedrez, descubras por qué te hicieron jaque mate. Y, tal vez así, perdonarte, expiar tu pecado de inocencia y credulidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario