viernes, 10 de febrero de 2017

Las piedras.


Siempre que hablamos de piedras en el camino, nos referimos a ellas como algo malo, escollos, molestias que incomodan el andar, lastiman nuestros pies y nos hacen trastabillar o caer.

Las piedras están ahí, inmóviles, esperando que quizás alguien las recoja y las lleve a su casa, para marcar un espacio, para decorar un lugar o simplemente para enseñarnos algo. Ellas nos enseñan a tener cuidado, a que debemos mirar por donde caminamos, porque somos nosotros quienes guiamos nuestros pasos.

Ellas, las piedras, son objetos inanimados a los que cargamos con nuestras frustraciones, nuestros deseos incumplidos. Las hacemos responsables por no llegar a tiempo, por no haber alcanzado eso que tanto queríamos.

Pero las piedras esconden un tesoro en su interior. Una enseñanza. Quizás la caída que provocó su presencia fue para evitarnos un dolor más profundo o una decepción a futuro. Quizás, sin su intervención la caída hubiera podido ser mortal.

No debemos olvidar que hay piedras preciosas y que del carbón nacen los diamantes. Quizás, algunas piedras de esas que rechazamos, si tan sólo las puliéramos un poco, lograríamos encontrar una belleza extrema e inimaginable.

Quizás, nosotros seamos piedras en el camino de alguien. Depende de nosotros ser la que provoca el tropiezo o la que esconde un tesoro que solo espera ser descubierto. Ojala seamos diamantes y nunca escollos.

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