sábado, 10 de noviembre de 2018

Zapatos.





 Elegimos una pareja de la misma forma en que elegimos un par de zapatos.

Muchas veces nos compramos sin pensar esos hermosos pares que vemos en la vidriera, que están de última moda, llamativos y relucientes, sin darnos cuenta del daño que nos hacen.

No nos importa, porque tenemos el calzado más bonito, que todos admiran, aunque debamos sufrir las consecuencias. Nos empecinamos en ponérnoslos  aunque nos hagan ampollas, nos lastimen o nos hagan doler.

Compramos esos zapatos más pequeños que nuestro talle, sólo porque nos gustan demasiado, sin pensar que debemos deformar nuestro paso para adaptarnos a ellos, cambiar nuestro andar y sonreír a todos mientras nuestro cuerpo padece los traumas que se van formando, sólo por no querer reconocer que nos hacen daño.

Creemos que con el tiempo se van a amoldar a nuestros pies, y que ese sufrimiento inicial vale la pena, porque hemos logrado tener algo que todos buscan. Esperamos demasiado tiempo a que se estiren y nos queden cómodos, cosa que muchas veces no sucede.

Hasta que un día aprendemos a buscar  un zapato que nos quede bien, que no nos lastime ni nos hagan
 ampollas, que no debamos deformarnos para poder andar con él, que no nos haga sentir mal ni que debamos adaptarnos a algo que nos produce la terrible incomodidad de fingir que estamos bien.

(Gracias Valeria por la foto!).

No hay comentarios:

Publicar un comentario