Tuve las alas rotas y el alma entre sombras. Me sentí triste, herida, sola. Viuda de mi propia soledad. El mundo se me hizo pedazos y me derrumbé, cómo cera al sol.
Tuve el corazón apagado, la mirada oscura, la voz en silencio. La piel seca, las manos frías y los pies sin rumbo. Me quedé en medio de la nada, y no veía el horizonte por ningún lugar.
Me metí hacia adentro, se le soltaron los demonios y me carcomieron por dentro todos los sueños. Tuve miedo de volverme oscura, de que la sangre no corriera mas por mis venas, de que la vida se quedará gris.
Y el tiempo, los días, las horas, hicieron su proceso. Poco a poco recuperé la voz, el brillo en los ojos. El corazón, despacito, sin que me fuera cuenta, volvió a latir.
Lloré. Lloré por esa que fuí. Lloré por la que quedó en el camino, con los sueños rotos y la vida a medias. Lloré cuando la dejé ahí, cuando me quité su piel y caminé una nueva huella. Le dije adiós a esa que amó tanto y le pedí que no me hiciera mirar atrás.
Aprendí a respirar de nuevo. A que la luz del sol no me lastimara. A no rezarle a la luna. Aprendí a esquivar las piedras, a saltar los pozos y a descansar en algún recodo del camino.
Y abrí los brazos al viento. A la paz. A saberme dueña de mi destino. Y abrí el alma a la posibilidad de volver a amar, a sentir, a soñar.
Imagen propia.
©Cristina Vañecek-Escritora Derechos Reservados 2022
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