martes, 8 de noviembre de 2022

Yiya.


 


Todo era perfecto. La mesa estaba servida de modo impecable, con delicias imposibles de resistir. Nadie pensaría que escondían un gran secreto, algo que solo ella sabría.


Tocaron el timbre. Su primera invitada había llegado algo más temprano. No importaba. Las reglas de la cortesía le impedirían probar algo antes de que lleguasen las demás.


Se dieron dos besos, uno en cada mejilla, sin tocarse, como si toda la vida hubieran practicado esa manera de saludarse.


Fueron caminando tomadas del brazo hasta el salón, mientras se comentaban chismes sobre sus familias. La invitada la miraba de una manera muy particular, como si escondiera algo, como si tuviera un secreto guardado. Intento sacarle de mentira a verdad, pero la otra solo decía que eran imaginaciones suyas.


Alabó la mesa, la preciosa porcelana española, heredada de su madre, la maravillosa disposición de todo lo que se lucía apetitosamente sobre el fino mantel bordado, con las servilletas haciendo juego. A la anfitriona se le infló el pecho de orgullo, sabiendo que nadie podría superarla recibiendo visitas.


Un nuevo timbrazo las distrajo. Dejó sola a su invitada en la sala y fue hasta la puerta, mientras pensaba en cuánto demoraría en producir el efecto esperado el secreto que guardaban aquellas masas.


Recibió a la nueva visita con la misma cordialidad, los mismos dos besos si tocar la piel y hablando de los mismos temas mientras caminaban hacia el saloncito. La primera ya se había ubicado en una silla, se levantó, repitió el ritual con la nueva invitada y todas hablaban y reían como si nada más importase.


De un vistazo notó que algo había cambiado. No pudo darse cuenta qué era, porque no quería alertar a las otras de su incipiente nerviosismo. Pero su mirada iba de sus invitadas a la mesa, esperando percibir aquéllo que había cambiado.


La primera en llegar sonreía como si se hubiera ganado la lotería. Se la notaba feliz, casi a punto de explotar.


-Traje unas masas para acompañar el té- dijo la segunda invitada.


-No hacía falta, yo preparé todo para que no se molesten- dijo ella, intentando pensar rápidamente qué era lo que había cambiado.


Se sentaron a la mesa y comenzó a servir el té.  Miró cómo sus invitadas se servían las delicias que había preparado. Solo esperaba el desenlace, para saber que había triunfado.


Se llevó la taza a los labios y sorbió lentamente, como si estuviese bebiendo una copa de champán. No podía esperar más a que las otras comenzaran para ver que el veneno hiciera su efecto.


De repente, sintió un fuego en el estómago, que le subía por la garganta y le impedía respirar. La fina taza de porcelana española cayó de sus manos, mientras agitaba los brazos y abría la boca, intentando que el aire ingresará a sus pulmones. Las dos mujeres la miraban caer, retorcerse en el suelo, mientras ella gemía intentando respirar.


Poco a poco sus ojos se nublaron, no veía nada a su alrededor y, un segundo antes de morir, recordó que la tetera no había estado sobre la coqueta carpeta tejida a crochet, a un costado del servicio, como la había dejado ella antes de ir a recibir a su segunda huésped, sino que alguien la había puesto en el centro de la mesa, sobre una de las servilletas.  Sus masas, envenenadas, aún estaban sobre el plato, como burlándose de ella.


Imagen tomada de la web.

© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020

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