Todos somos el villano en la historia del otro.
A lo largo de la vida, de la historia del mundo, cada uno tiene su versión de los hechos, de lo que sintió, de lo que vivió, de lo que toleró.
Cada uno de nosotros sufre los límites que no puso a tiempo, los puentes que tendió con las personas equivocadas, los caminos que compartió hacia lugares a los que, en realidad, no quería ir.
Y lo hace a pesar de una voz interna que le susurra que mejor no, que por ahí no es, que eso te va a quitar la calma. Lo hace porque aprecia algún gesto que ese otro tuvo, para devolver algo que recibió, por compromiso o para indagar a dónde lleva ese camino.
Luego, el tiempo nos demuestra que la voz interna nos indicaba algo que intuíamos, que sabíamos a un nivel tan profundo, que no teníamos una explicación racional y coherente para rechazar lo que se nos ponía enfrente.
Entonces, dimos el paso. Aceptamos esa cena, respondimos ese llamado, abrimos la puerta, acompañamos y nos dejamos acompañar, iniciamos el recorrido por ese sendero que nos llenaba de dudas.
En algún punto, nos dimos cuenta de que había algo que nos hacía ruido. No le dimos la importancia necesaria, y continuamos adelante. El ruido, poco a poco, fue creciendo. De una forma tan imperceptible, que no nos dábamos cuenta de donde venía, y lo normalizamos a tal punto que creímos que era hasta parte nuestra.
Pero un día, algo ocurrió. Un silencio, una luz, algo que nos hizo ver qué no queríamos seguir por ahí. Que el ruido era insoportable. Que el camino era tortuoso. Que no era por ahí lo que estábamos buscando.
Decidimos alejarnos. Pedimos espacio. Quisimos calma. Intentamos acallar el ruido que nos invadía cada célula de nuestro organismo. Y la única forma fue romper todo, porque el otro no entendía, no interpretaba, no podía comprender que estábamos poniendo un límite. Qué necesitábamos retroceder. Qué ya no queríamos compartir el camino hacia ningún lugar, al menos para nosotros.
Y nos volvimos el villano de la historia. Solo por querer salir de esa relación. Por no compartir metas. Por no opinar igual. Por pretender tener nuestro espacio en silencio. Por poner un límite a algo que sentíamos que nos estaba invadiendo. Por querer abrir las alas y cumplir sueños. Por haber entendido que ahí no era el sitio en dónde queríamos permanecer.
Por eso, somos malos. Los que no tenemos alma, corazón o sentimientos. Porque tuvimos que hacernos duros, a fuerza de buscar la paz interior. Porque tuvimos que imponer que nos respeten. Porque decidimos que ya no queríamos estar de ese lado del puente, ni compartir un camino que nos hacía caminar en círculos o sentíamos que no íbamos a ningún lugar.
Porque dijimos tantas veces algo sin ser escuchados, que tuvimos que gritar para que se entendiera la palabra "basta".
Yo soy la villana de muchas historias mal contadas. Y, seguramente, debo haber contando mal alguna historia, en la que otro fue el villano.
No es que seamos malos. Es que somos diferentes. Y, muchas veces, cuesta aceptarlo.
Imagen propia.
© Cristina Vañecek-Escritora Derechos Reservados 2024
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