domingo, 29 de septiembre de 2013

Religión



Todos necesitamos la fe para vivir, y cada cual tiene su propia fe, sus creencias ancestrales y profundas arraigadas en el fondo del alma y del tiempo, atadas a nuestras fibras más íntimas y clavadas en lo más hondo de nuestro ser.

Buscamos aferrarnos a algo que esté más allá de nuestra propia percepción y que nos genere una sensación de protección y bienestar, algo que nos ayude a convencernos a nosotros mismos que estamos cubiertos y bendecidos para emprender los más locos proyectos que tenemos.

Dios, Alá, Buda, Vishnú, Brahama...santos, vírgenes y mártires que marcaron la historia para enseñarnos algo, seres esenciales que nos alumbran el camino para tomar decisiones y encomendarnos a su cuidado en el misterioso sendero llamado "vida" que debemos atravesar.

Y, a riesgo de parecer profana, confieso que mi religión es el cuerpo del hombre que amo, que mi templo son las cuatro paredes en donde el universo se manifiesta en todo su esplendor, que mi altar es el rectángulo en donde lo adoro sin culpa, sin pecado, sin miedos a ninguna clase de castigos divinos. Que mi paraíso es el aroma de su piel, convertido en manta, abrigo y sombra, y que la bendición de sus manos recorriendo mi espalda es el milagro más sagrado que he conocido.

 Que en sus brazos descubro que el más allá existe, atravesando una galaxia ilimitada, volando juntos hasta el infinito, olvidando todo lo que nos rodea, estallando en mil estrellas y convirtiéndonos en soles, en nubes de gas cósmico que llevan su semilla a cada rincón del universo.

1 comentario:

  1. Es que así se siente el amor...incondicional y verdadero. Y ese amor es el amor de Dios, que se manifiesta aquí en la tierra.

    ResponderEliminar