domingo, 4 de agosto de 2019

Héroes.



A veces nos salva quien menos lo pensamos. Cuando no damos más, cuando llegamos al límite, cuando la mochila nos pesa tanto que seguir con ella a cuestas nos puede costar la vida.

Caminamos sin rumbo, a ciegas, llenos de incertidumbre porque debemos soltar, sí o sí, todo aquello a lo que nos aferramos durante tanto tiempo, lo que nos lastimaba pero, a su vez, nos daba seguridad.

Era nuestra incómoda zona del confort, nuestro espacio de autocompasión, el reducto secreto en donde nuestra alma se regocijaba en un dolor mortal, deteniéndonos en un instante temporal que eternizamos por tercos, por obstinados, por una irracional manera de sostenernos a algo, aunque nos hiciera daño.

Y aparece alguien que nos rescata, tal vez de un sopapo, quizás sin que nos demos cuenta, que nos prende la luz de a poquito, que nos muestra que detrás del muro hay algo más, que nos estamos perdiendo eso que pasa mientras dejamos que la vida transcurra.

Tenemos, sin saberlo, nuestro propio héroe anónimo y enmascarado, que mete mano en nuestra vida sin pedir permiso, que nos cuida desde lejos, que nos rescata de la muerte, tira la mochila a la basura y, sin saberlo nosotros, quedamos livianos y nuevos.

El héroe se va. O se queda observando.  O, simplemente, ignora la misión que tuvo en nuestras vidas y sin saber su nombre ni conocer su rostro, lo reconocemos por el perfume a paz que transmite. Aunque en su alma se debata la más atroz de las tormentas.

Imagen tomada de la web.

©Cristina Vañecek- Derechos Reservados 2019

No hay comentarios:

Publicar un comentario