domingo, 29 de septiembre de 2019

Adorno.



"Te pondría en mí mesita de luz", me dijiste, con esa mirada de romántico suicida, que sabe que nunca cumplirá ninguna de sus promesas vanas, que olvidará al día siguiente el nombre de esa mujer única con la que jamás había soñado.

"Sos demasiado para mí" te dijeron, con la resignación de quien no se anima a ir por más, ni piensa en crecer para alcanzarte y solo espera que no le exijas nada de lo que no está dispuesto a dar.

"No te merezco" te susurraron, con la clara idea de no cambiar, de no mejorar, de saber que tendrían que hacer un esfuerzo, pero mejor dejarte pasar, conformarse o esperar que vos renuncies a tus sueños, a tus logros, a lo que alcanzaste.

Y creemos que esas frases son conmovedoras, que nos hablan de la humildad del otro ante nosotros, lo que hicimos, ante los valores o convicciones que sostenemos pese a todo. Nos admiran. Pero no están dispuestos a salir de su incómoda zona de confort.

Y yo no quiero ser un adorno en la mesa de luz de nadie. No quiero a nadie para guardarlo en un cajón hasta que las ganas aparezcan. Quiero alguien con vida propia, con sueños, con metas, con ganas de crecer, de mejorar, de subir hasta donde sea por ser feliz.

¿Que a veces duele y nos provoca dolor hacer ese esfuerzo? Si, porque la felicidad no es un camino de pétalos de flores, sino uno de espinas, lleno de piedras que nos hacen caer, porque el secreto es aprender a levantarnos. Lleno de espinas, porque la enseñanza es cómo curar sus heridas. Lleno de precipicios, para que aprendamos a reconocerlos.

No puedo estar con alguien que solo me mire un rato y luego salga a la calle como si no existiera. Y tampoco quiero hacerle eso a otra persona. Por eso, la gran frase que debe conocernos debería ser "te quiero para estar juntos el resto de nuestras vidas y estoy dispuesto a todo para lograrlo".

No hay comentarios:

Publicar un comentario