martes, 2 de junio de 2020

Antes de que me olvide. Décimo quinta parte.



¿Alguna vez les conté que rechacé un auto nuevo, por un sándwich de milanesa?

Mi padre supo ser componente en una empresa de colectivos. Lo logró no por tener dineros sino porque era un excelente mecánico y, los dueños de los micros para no pagarle un extra por el trabajo adicional (en esa época era solo chófer), le propusieron ser socio y que los arreglara gratis. 

En el patio de casa siempre había un colectivo (o dos) para que él los revisara, pusiera a punto, ablandara el motor. Incluso, traían unidades de otras empresas para que mi padre les hiciera la mecánica.  Crecí trepando por los pasamanos, sacándole el aire a los frenos y jugando con las herramientas que había en casa.

Una tarde llegó el dueño de una unidad de una de esas empresas, en un hermoso coche nuevo. Era un Peugeot blanco, creo que un 504, divino. Yo, criada entre fierros, quedé impresionada por el auto, que brillaba y era el "último modelo" por aquellos días.

El hombre, de apellido Reales, de pronto reparó que yo tenía en la mano un enorme sándwich de milanesa, recién hecho por mamá. Mención aparte para explicar que, como ya saben por otros capítulos de esta serie de memorias, mamá cocinaba (y sigue cocinando) como los dioses, y que el sabor de sus comidas son únicas. Sobre todo, sus sánguches de milanesa!!!

Recuerdo que Reales, observando mi fascinación por el auto, me propuso un intercambio. Él me daba el auto, a cambio de mi sándwich. Si bien yo tenía entre 7 u 8 años, no era ninguna tonta y sabía perfectamente que no podría manejar el auto, que el señor me mentía descaradamente y que si yo entregaba mi delicioso sánguche perdería doblemente, porque me quedaría sin mi bocadillo y sin el auto. Pero, siempre hay un pero, el imponente aspecto de vehículo me hacía dudar. ¡Qué difícil es tener el corazón dividido entre dos amores!

Pasaron unos pocos minutos en que la extorsión me hacía pensar en que mamá me haría más sándwiches de milanesa, pero que nunca más podría tener un coche tan hermoso como el que estaba estacionado en la vereda de casa. Minutos que se me hacían eternos, entre la mirada de Reales y la media sonrisa de mi padre, que parecía esperar el momento de burlarse de mi credulidad infantil.

"No". Dije de repente. "¿No, qué?", preguntó aquel hombre que de repente se me hizo insoportable. Miré el vehículo por última vez y me fui adentro de casa, a que nadie se diera cuenta de la angustia que me había ocasionado aquella decisión. (Suena muy catastrófico, pero tener un auto era poder llevar de paseo a mamá, y ese era mi máximo anhelo).

"¿Tan rico es ese sánguche, que vale más que un auto?", le escuché decir, mientras tenía ganas de llorar, porque se me había esfumado la posibilidad de tener un auto (lo escribo sonriendo de lo terriblemente trágica que era en esos días, pero sinceramente quería mucho tener un auto de verdad!). 

Y la respuesta es y será si, tan rico era ese sándwich, tan valioso, tan especial y tan sagrado como lo es hoy, que tengo mi propio auto y he podidollevar a mi madre a todos los lugares que quiso (esperamos ansiosas que termine esta cuarentena, para poder ir a ver juntas un ratito el mar, o pasar un ratito debajo de los aromáticos eucaliptos de Camet)!!!

Imagen propia tomada por mamá, yo, con mi famoso sándwich de milanesa. 1979. Sierra de los Padres.

© Cristina Vañecek-Derechos Reservados 2020

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