viernes, 25 de agosto de 2017

Cita a ciegas.



Subió por la escalera despacio. No quería hacer ruido con los tacones de sus zapatos, pero no pudo evitarlo. Sus manos rozaron la fría madera de la baranda, sin embargo las sentía humedas por los nervios.

No quería parecer tensa. pero lo estaba. Aún no comprendía cómo había aceptado encontrarse con él en estas circunstancias. Un desconocido absoluto, una sombra en un perfil, un nombre de fantasía, una irrealidad que cada vez que se comunicaban parecía mas tangible que cualquier otra persona.

Llegó al piso y se detuvo en el corredor. Miraba cada una de las puertas, preguntándose qué estaba haciendo ahí. Tuvo el impulso de dar media vuelta sobre sí misma e irse, ¿quién podría hacerle algún reclamo? ¿Alguien tan incógnito como ella?

Una voz interior le reprochaba su incipiente cobardía. ¿Entonces para qué había perdido tantas horas indagando sobre él? ¿Confesándole sus más profundos deseos? ¿Para retirarse sin saber si eran posibles?

Caminó los pocos metros que la separaban de la puerta B y golpeó suavemente, dos veces, una vez, tres veces. Todo el camino hasta ese edificio se repetía mentalmente la clave acordada para que él supiera que era ella y no otra persona. Una duda la asaltó. ¿Cuántas más conocían ese departamento? ¿Quién más había dado esos golpes secuenciados, en clave?

Sacudió su cabeza para espantar todas esas ideas. ¡No era momento de sentir celos por el pasado de un desconocido! Repitió la secuencia de golpes dos veces. La luz del corredor se apagó tal y como habían acordado.

La puerta B se abrio com apenas un suave chirrido de sus cerrajes. Una mano extraña, fuerte, cálida, tomó la suya y sin pronunciar palabra, la invitó a entrar. Ella dio unos pasos hasta que volvió a sentir el ligero ruido de las bisagras y el pequeño golpe de la madera al cerrarse la puerta detrás suyo.

Ya estaba ahí, no podía huir, aunque le había dicho que no ocurriría nada que ella no quisiera. Volvió a sentir la mano, esta vez sobre su espalda, invitándola a dar unos pasos más. Todo permanecía en sombras, solo sabía de esa mano que la llevaba a algun sector de ese departamento.

Trastabillaba un poco, sin saber qué tenía adelante suyo. Y se preguntaba para qué se había preocupado tanto por ponerse aquél vestido rojo, los aros haciendo juego y peinado de una manera especial, si realmente aquella cita era a ciegas. Eso habían pactado.

Notó que las cortinas estaban corridas y poco a poco su vista se acomodó a esa penumbra profunda. Vio su sombra, caminando en círculos a su alrededor. Él tomo su bolso, lo arrojó sobre algún sofá cercano y se detuvo enfrente de ella. Podía sentir el sonido de su respiración.

Pasó sus manos por los antebrazos de ella y siguió el recorrido hasta llegar a los hombros. Suavemente quitó los breteles, acarició con la yema de sus dedos la piel de aquella mujer desconocida.

Quedaron desnudos, frente a frente, oliendo sus mutuos miedos. Las manos de ella rodearon la cintura de él, buscando reconocer algún rasgo en particular de aquélla piel desconocida y, sin embargo, tan deseada.

Sus bocas se encontraron en un remolino de besos. La de él bajó por el cuello, tocando los puntos más sensibles, despertando en ella un fuego escondido y provocando en un espasmo que las uñas de ella se hundieran en la piel de su espalda.

Caminaron como si bailasen, con la música que les dictaba esa pasión desconocida y sin control. Caminaron estudiándose  cada parte de sus cuerpos con las manos, recorriéndose centímetro a centímetro hasta caer sobre la alfombra. O el sillón. O la cama. ¿Importaba el lugar en donde estaban cayendo, si en realidad caían uno en el otro?

Ella explotó de placer, pidiendo a gritos saber su nombre. El estalló con un gemido ahogado mientras una lágrima corría por su mejilla. Por un momento sus ojos se cruzaron. Ella suplicaba más. Él la besó de una forma infinita, delicada, sublime. La noche los envolvió para dar rienda libre al deseo.

Por la mañana el sol la desperto. Estaba desnuda. Por unos instantes se sintió confundida, hasta que recordó ese encuentro mágico e inesperado. De repente miró a su alrededor , sorprendida. Reconoció su cuarto, sus sábanas. Su ropa estaba doblada sobre una silla,  sus zapatos de tacón al lado de la mesita de luz. Su computadora estaba encendida. Un mensaje titilaba en esa red de encuentros con una pregunta:  ¿por qué no viniste?

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