domingo, 27 de agosto de 2017

Desaparecido.



Prólogo

Mientras escribo esto, la búsqueda de Santiago Maldonado está en pleno apogeo. Las peleas entre el gobierno y los grupos militantes de la oposición kirchnerista, junto con los grupos de la RAM (Resistencia Ancestral Mapuche) crece con cada marcha.

La violencia crece y la “grieta” se sostiene con quienes creen que Maldonado está escondido en algún lugar, sólo para culpar a Cambiemos de una desaparición en plena democracia (olvidando las más de 5.000 que ocurrieron desde el año 2003) y quienes acusan al actual poder de “chupar” mediante Gendarmería a un miembro de un grupo disidente, que reclama territorios ancestrales como propios para crear una “nación mapuche”.

Mientras escribo esto no sé qué pasó en realidad. Sólo sé que Santiago Maldonado está desaparecido y no hay un cuerpo para determinar su muerte (decretada por muchos que quieren “tirarle un muerto” al nuevo poder) o para saber en qué forma murió, si es que está muerto.

La incertidumbre es el peor estado en el que podemos tener a un familiar, a un ser querido, a alguien que se ha llevado su secreto y no nos puede decir dónde está ni qué le pasó.

Este texto sólo toma una teoría leída por ahí, y desarrolla una historia de absoluta ficción, basada en un hecho real y puntual: la desaparición de Santiago Maldonado. No  busca crear animosidad hacia un lado ni hacia otro, simplemente usar un hilo narrativo “posible” y llevarlo a la literatura.

Como Santiago, hay miles de personas desaparecidas en Argentina, gracias a la poca infraestructura y a la ninguna inversión que hubieron durante años en las fronteras de nuestro territorio, gracias a la corrupción policial y política que inundó al país y permitió la trata de personas. Como Santiago, por cuestiones políticas desapareció Julio López y, pese a todos los rastrillajes y búsquedas, jamás se supo que ocurrió con uno de los testigos en el juicio que se le seguía a Miguel Etchecolatz, uno de los torturadores de la dictadura militar que azotó a nuestro país durante el período 1976/1983, convirtiéndose así en la única persona que desapareció dos veces.

Sin más que decirles, y esperando que dejen su mente libre de prejuicios, les ofrezco mi obra y ojalá puedan atravesarla sin enojos, sino como una manera de abrir el debate y esperando que, en el momento en que la lean, sepamos qué pasó con este joven y por su propia voz.

Cristina Vañecek

1
Juan echó la última palada de tierra. Dio dos o tres golpes para aplanar con la herramienta el montículo, que sobresalía varios centímetros del nivel del terreno. A su lado estaba Tobías, un niño de unos 10 años, hijo de Juan, que miraba casi hipnotizado los dos metros de tierra fresca, recién removida, con ese aroma particular que tiene cuando llueve en verano.

-¿Qué pasa, chango? ¿Estás asustado?

El niño negó con la cabeza, pero sí, estaba asustado. Nunca había visto un cadáver, jamás había visto un entierro, no al menos, uno así, sin ceremonia, flores, cajón, cortejo, cánticos, lamentos. Nunca había visto manipular un cuerpo sin vida.

-¿Y por qué no vino nadie,tata?

-El hombre no tenía familia, era solo, ¿a quién le vamos a avisar, chango? Tampoco lo podíamos dejar a la intemperie, para que los buitres o las alimañas se lo coman. Mejor enterrarlo, aunque sea así, ¿no?

Tobías afirmó con la cabeza. Juan le hizo un gesto para que se levantara y lo acompañara otra vez a su casa. Mientras caminaban, varias veces miró hacia atrás, viendo cómo el montículo se hacía cada vez más pequeño.

2

La idea era hacer un corte de ruta y reclamar por los derechos de sangre de los miembros de la tribu. El chico blanco, un mochilero que había pasado por el lugar y escuchó los planes de los miembros de la comunidad, decidió acompañarlos. Le parecía legítimo el reclamo que ellos pensaban hacer.

Al rato de comenzar con el piquete, llegaron varios grupos de Gendarmería. Los miembros de la comunidad se habían preparado con piedras, se tapaban la cara con pañuelos para poder respirar en caso de que tiraran bombas de gas o lacrimógenas. Santiago se quitó un pañuelo que llevaba al cuello y lo usó de la misma forma. De repente se preguntó qué estaba haciendo ahí, si él solo estaba de paso. Pero ya no podía arrepentirse.

Ante el intento de desalojo de la ruta, los gendarmes forcejearon con los hombres, comenzaron los tiros. Los miembros de la comunidad comenzaron a retroceder. Corrieron, buscaron refugiarse en donde pudieran, detrás de arbustos, yendo hacia el río. El chico blanco corría al lado de otro joven, que lo tomó del brazo y lo llevó hacia una zona rocosa que podía servirles de escondite.

Esperaron un momento. Cuando sintieron que el ruido se había comenzado a disipar, el joven mapuche preguntó a Santiago:

-¿Qué tenés ahí?

-¿Dónde?-preguntó Santiago a su vez, mirándose el cuerpo.

-Ahí- repitió el mapuche, mientras sacaba un revolver de su cintura y daba un disparo sobre el hombro del chico blanco.

Santiago sintió un dolor punzante y un leve sangrado comenzó a surgir de su piel lastimada.

-¿Qué hacés?  Estoy de tu lado!

-Lo sé, pero ahora vamos a decir que Gendarmería te hizo desaparecer. Vamos a usar tu rastro de sangre para despistar a los rastreadores. ¿Sabés de dónde salió esta pistola?

Santiago negó con la cabeza.

-Del regimiento. Es un revolver oficial, que robamos hace un tiempo, en una incursión que hicimos de noche, cuando estaban los otros y podíamos hacer lo que se nos antojara.

Los otros era el anterior gobierno, que pactaba con los líderes de diferentes movimientos, para poder mantener el poder de algunos sectores, bajo amenazas y presiones al borde de la delincuencia. Protegidos por la corrupción, algunos miembros de la comunidad sentían que tenían el poder de hacer cualquier cosa, bajo la excusa de la lucha por sus derechos.

3

La herida había sido tratada con unos emplastos de hierbas que olían horribles. Siempre había un  miembro de la comunidad que lo vigilaba, no lo dejaban salir ni moverse de la casucha a donde lo habían llevado después de aquella trifulca. Al muchacho que le dio el tiro no volvió a verlo, le dijeron que estaba realizando reclamos en la Capital y dirigiendo la protesta por su búsqueda.

Los hombres le estaban agradecidos, porque a partir de su “desaparición”, ellos estaban en las planas de todos los diarios. Ahora, todo el país y el mundo sabían de su existencia y de sus reclamos para ocupar una porción del territorio que, decían, les pertenecían por derecho propio. Gracias a él, ahora los más famosos periodistas de los grandes medios nacionales, se preocupaban por conocer sus nombres, por contar sus historias, cada uno a su propia conveniencia.

Algunos decían que eran usurpadores, otros legítimos herederos, y el rostro de Santiago se reproducía en cada diario, revista, noticiero y programa de actualidad, reclamando su aparición y amplificando la historia que la comunidad quería dar a conocer. El proyecto de ocupación estaba en marcha y de una forma en que ellos jamás imaginaron.

Se lanzaban acusaciones al gobierno en reclamo por su desaparición, cosa que Santiago ignoraba ya que desde que había ocurrido el piquete no había tenido más contacto con sus objetos personales. No tenía celular, ni forma de contacto con el mundo fuera de las pocas personas que podían entrar a la casucha. Y debido a su carácter independiente y a su vida errante, no era extraño que sus familiares no tuvieran noticias suyas por varios días, incluso semanas, ya que muchas veces  estaba en sitios que no tenían señal telefónica, mucho menos de internet, o a veces el poco dinero que disponía no podía malgastarlo en  llamadas telefónicas.

4

Luego de un par de semanas, Santiago estaba totalmente recuperado de su herida, de la que solo quedaba una pequeña cicatriz. Quería salir de allí, volver al camino y continuar con su plan original de recorrer el sur del país. Comenzaba a ponerse nervioso y no veía la manera de poder cruzar la puerta, considerando a los dos guardianes que tenía en forma permanente, custodiando sus movimientos. Jamás lo dejaban solo, no tenía manera de huir.

Notó a través de una ventana que a varios metros de la casa, un grupo de hombres discutían airadamente. Hablaban en su idioma, de manera que Santiago no lograba comprender nada de lo que decían. Sólo una palabra se repetía, huinca, que significaba blanco, hombre blanco.

La discusión duró un rato. Luego algunos hombres se dispersaron, mientras un grupo pequeño iba hacia la casucha en donde Santiago aguardaba desde hacía 15 días una resolución. Las caras de los hombres no tenían buena señal, pero trató de pensar que siempre estaban con gesto serio.

Del grupo, entraron dos o tres. Uno le hizo una señal con la cabeza de que saliera. Santiago se puso un abrigo que encontró. Antes de salir, otro de los que habían entrado a la casa, sacó una bolsa de arpillera del bolsillo y le dijo que se la pusiera en la cabeza. No podía ver a donde irían, ni debía saber con exactitud en donde estaban. Una precaución por si, más adelante, era interrogado por alguna fuerza de seguridad. Nadie tenía que saber en dónde había estado esos días.

Santiago obedeció y salió por primera vez de esa casa guiado por los hombres de la comunidad. Caminaron un largo rato, hasta llegar a un arroyuelo. Pensó que debían estar bastante lejos del pequeño poblado conformado por varias casas, todas del mismo humilde formato que donde había estado alojado él.

Le quitaron la bolsa y vio que había otros integrantes de la comunidad. Entre ellos, el joven que le había disparado.  Cruzaron algunos saludos y comenzaron a charlar. El chico le explicaba a Santiago cuál era la situación. Que no lo podían dejar ir, ya que era buscado en territorio nacional. Que no se preocupara por su familia, porque habían hablado con ellos y les habían explicado lo ocurrido y que él se encontraba bien. Que debía seguir escondido por un tiempo, hasta que lograran su objetivo.

El joven no le explicó a Santiago que a su familia le dijeron que lo había secuestrado Gendarmería y que ellos no sabían nada de él. Y que si les pedían alguna pertenencia del joven, no se las dieran, porque seguramente las usarían para acusarlos a ellos de la desaparición. No le dijo que, durante las marchas en reclamo por su aparición con vida, cometían desmanes violentos contra distintas instituciones de seguridad que estuvieran bajo el control del gobierno. No le dijo nada que a él no le conviniera que Santiago supiera.

Algunos de los hombres se retiraron y quedaron Santiago, el joven que parecía ser el líder y un par más, que permanecían en silencio. Charlaban de cosas distintas, un poco de la situación de la comunidad, de política, de arte. Ya comenzaba a oscurecer, cuando el joven metió la mano dentro de su campera y sacó algo que brilló en la casi noche.

-Me caés bien, pibe, pero no me queda otra que hacer esto.

Le disparó a quemarropa en el pecho. Santiago cayó en el suelo, sin vida, pesadamente. El líder de la comunidad hizo un gesto y se lo llevaron, levantándolo de las axilas uno y de los pies otro, hasta una camioneta que habían dejado en un camino cercano. El joven miró la pistola, la limpio con un pañuelo y la tiró al arroyuelo. Era la misma arma que había usado para lastimar a Santiago la primera vez. La que había robado del regimiento de Gendarmería.

5

Juan salió de la casa al sentir los bocinazos. Eran dos de los custodios de Pablo, uno de los mandamases de la comunidad, a la que él había dejado de pertenecer hace tiempo.

Pero él le debía un favor a Pablo, cuando su hermano estuvo preso por robar en el almacén, para darle de comer a los pibes. Pablo lo hizo salir, aludiendo discriminación por origen y todo un palabrerío que Juan no entendía. Los hombres lo llamaron aparte. Tenían que deshacerse de un paquete y Pablo necesitaba que le pagara el favor. Bajaron algo envuelto en unas mantas, era un cuerpo. Juan no quería tener problemas, se negó, pero los hombres lo amenazaron con matarle a los chicos y a la mujer si no cumplía.

Metieron el cuerpo en un galponcito y dejaron a Juan solo. El mayorcito había visto todo, pero no entendía mucho qué pasaba. Vio a su papá colocar algo sobre una carretilla, tomar una pala y ponerla encima. Lo vio irse y decidió seguirlo. Al rato, el hombre supo que era seguido, se detuvo y esperó a que el chico lo alcanzara.

-¿Me querés ayudar, chango?

-¿Qué hay que hacer?

-Devolver a la tierra a uno de sus hijos.

Llegaron a un monte, lejos de la casa, y Juan comenzó a cavar. Cada tanto le pedía a su hijo que le alcanzara un poco de agua de un pozo cercano, o se sentaba a su lado a descansar. Cuando terminó de cavar, sacó el cuerpo de las mantas, lo colocó dentro de la tumba y lo cubrió hasta tener un pequeño montículo de tierra, apenas algo más elevado, por si alguien quería encontrarlo. Dio dos o tres golpes con la pala para aplanar un poco la tierra, que tenía ese aroma a cuando llueve en verano. Miró a su hijo, le hizo una caricia en el pelo y volvieron a la casa, pensando en quién sería ese pobre diablo que acababa de enterrar.

Fin.



1 comentario:

  1. Lástima que nunca supimos qué pasó realmente con Santiago, por más que la justicia haya dado sus conclusiones. Y claro que nos hubiese gustado escuchar por su voz, qué pasó realmente! (Pety)

    ResponderEliminar