Cuando no escribo, me nutro. Vivo mil vidas ajenas, rondando en las páginas de otros autores. Sueño los sueños que nunca soñé, a través de mil personajes que nunca imaginé.
Me nutro recorriendo palabras, viajando en el tiempo, escuchando canciones y consejos en esas esquinas lejanas que jamás recorreré.
Me atrevo a enfrentar tiranías, a buscar libertades. A sentarme junto a pianistas, montar a caballo con generales y ser quien cura, mata y acompaña.
Cuando no escribo, me alimento de otros escritos, de más palabras, de vuelos y caidas, de insomnios y despertares.
Cuando no escribo, sigo escribiendo, como si una sobredosis de palabras no me bastaran para expandir el mundo, porque necesito más, llegar al final y volver a vivir mil vidas, recorrer cientos de caminos y andar por todas las emociones.
Cuando no escribo, lloro mientras leo, me sumerjo en un mundo lejano en donde todos los sueños son posibles.
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