sábado, 10 de diciembre de 2016

Las temidas.


A ellas les temen. No se les acercan porque su rechazo o su amor puede ser letal. Letal en el sentido de exclusivo, único, exigente. Un amor que no permite caídas, que no perdona desvíos. 

A ellas les temen porque debieron hacerse fuertes, y casi nadie sabe como cuidar a una mujer que sabe protegerse a sí misma. Que tuvo que aprender a nadar entre tiburones, que cada mañana debe salir a enfrentarse con sus miedos, con sus sombras, con sus pecados. Una mujer que cada noche debe redimirse ante sí misma, confesarse frente a su espejo, y perdonarse cada error cometido.

A ellas les temen porque tuvieron que aprender a tomar decisiones, a definir situaciones, a no preguntar ni consultar con nadie que debe hacer, a donde ir ni que comprar. Tuvieron que vencer todos los prejuicios y torcer brazos, cambiar rumbos, modificar rutas por el simple hecho que nadie más estaba ahí para preguntar, para dar su opinión, para compartir la responsabilidad.

A ellas les temen porque se hicieron cargo de sus vidas, porque salieron a la calle con su grito de guerra clavado en las entrañas, porque ellas no podían ni querían darle lo mejor de sus vidas a quien no fuese digno de ellas.

A ellas les temen porque desconocen qué se esconde en lo más profundo de sus corazones, porque ignoran cuales son sus sueños más preciados, porque temen no poder responder a sus exigencias. Ellas, que se mueren por amar, que entregaron incondicionalmente su alma y su cuerpo, que se equivocaron y volvieron a empezar. Ellas, que saben lo que quieren y a donde quieren ir, les dicen las temidas.

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