domingo, 1 de julio de 2018

Duermo



Duermo. Tu dedo recorre mi espalda, desde el hombro hasta la cintura. Se detiene allí. Tu mano se abre y se posa en mi piel. Acaricia mi cintura hasta rodearme  por completo.

No duermo, pero finjo que si, para  que me despiertes o a que te acurruques a mi lado. Tu calor me invade y me tapas con la manta de tu cuerpo. Tu boca desliza un suave beso en mi hombro. Retiras un mechón de pelo que te impide llegar hasta mi cuello.

Ya no puedo disimular que duermo. Tus pies se mezclan con los míos, jugando a que son serpientes que se enredan en un paraíso de telas de algodón. Tu brazo me acerca a tu cuerpo, cuyo aroma actúa como una droga que me doblega, sin dejarme pensar en nada. Sólo sentirte como mi refugio, como mi paz, como lo que se siente cuando uno encuentra su lugar en el mundo.

Jugamos. Tu voz me susurra al pido palabras que ya conozco de antes, pero que parecen recién inventadas. Las escucho como si jamás me las hubieran dicho. Como si tuviera la inocencia que perdí en algún recodo del camino, como si me la hubieras devuelto en algún beso que sentí como si fuera el primer beso que me dieron.

Te miro.  Como si nunca te hubiera visto antes. Como si jamás hubiera mirado a alguien. Como si fuera la primera vez. Te miro como se mira a lo más maravilloso del mundo. Como a eso que el destino me marcó para que fuera mi principio y mi punto final. Te miro como si fuera la última vez que pudiera hacerlo.

Despierto. Y no estás. Y tú dedo no recorrió mi espalda y tu voz no me murmuró ninguna palabra al oído, ni tus ojos se quedaron colgados de los míos como tantas veces lo hicieron. Tu aroma no está en el aire y tu lugar de la cama está frío.

Enciendo la luz. Miro la hora. Son las doce de la noche de otro jueves que mi teléfono quedó en modo silencioso. Es otro jueves a la noche que titila la frase "llamada perdida" en mi celular, con un número que no tengo agendado. Otro jueves que borro el mensaje sin contestar.

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