sábado, 8 de diciembre de 2018

Confianza ciega.




Cerrar los ojos. Creer que del otro lado está eso que buscás.  Sentir que podés. Caminar por una cuerda floja, confiando que en el otro extremo te esperan.

De repente, un cimbronazo te sacude y estas a punto de perder el equilibrio.  Todo a tu alrededor parece moverse, como si los edificios fueran de gelatina. Tambaleas intentando no caer, pero no tenés de donde agarrarte.

De pronto miras hacia el otro extremo del cable, buscando su mirada para darte valor y confianza, así poder continuar tu recorrido. Y ves que es quien sacude el cable por el que estas caminando, riendo, como si fuera una travesura.

No tenés a donde ir. No podés retroceder porque te alejarte demasiado de lo que era tu puerto seguro.  Sólo te queda avanzar, viendo como juegan con tu vida, tus emociones, tu seguridad. No podés mirar hacia abajo, porque te caes. Sólo te queda respirar profundo y avanzar, muy lentamente.

Sólo querías su abrazo, el que te prometió tantas veces si tenías el valor de cruzar ese espacio que los separaba. El que anhelabas a cambio de vencer tus miedos y sería la recompensa a demostrar tu coraje y tu confianza.

Sentís que te traicionaron, pero a medida que te vas acercando, el zamarreo disminuye, se levanta y te extiende la mano. Queda poco. Levantás la vista y te sonríe como si jamás te hubiera puesto en peligro, como si nunca hubiera jugado a ponerte en riesgo.  Como si no te hubiera pedido que le pruebes tu fe.

Llegás. Te abraza y de repente sentís que el mundo vuelve a su lugar. Pero no le importó tu miedo, sólo saber qué eras capaz de hacer para merecer su amor. Te toma de la mano y se van caminando juntos, sin saber si tenés que sentirte feliz, porque algo muy dentro tuyo te dice que seguís en peligro. Pero cerrás los ojos y te dejas guiar, ignorando que más adelante hay otro precipicio que atravesar, para demostrarle tu amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario