jueves, 27 de diciembre de 2018

Solo.




Hoy estas ante tu mesa vacía.  En silencio. Con ese orden que tanto ansiabas tener.  Una copa de vino, el televisor puesto en un programa que no miras ni te importa, porque sólo está como sonido de fondo.

Te luciste con un plato gourmet, sabiamente elaborado, para que nadie más lo disfrute.  Te sientes un rey, sin embargo no tienes reino. Tus súbditos se fueron, mejor dicho, los alejaste.  Porque olvidaste que eran tu familia, tu núcleo, y los trataste siempre como escoria.

Ya no hay gritos en la mesa. Tus hijos no pelean por tonterías, ni hacen guerra de migas de pan. Nadie vuelca la bebida, ni rompe un plato por accidente. 

En el fondo estás esperando que alguien aparezca de pronto y rompa tu soledad. Una voz grita muy fuerte dentro tuyo que no, que está mal, que nada iguala a una mesa llena de personas que te aman.

Pero los alejaste, los hiciste partir poco a poco, discretamente, dándoles a entender que su presencia te resultaba molesta. 

Ahora estás solo.  Absolutamente solo.  Bebés tu vino, saboreas tu comida, y finges que esto es lo que querías.  Con la satisfacción propia del soberbio que no sabe reconocer que se equivocó. 

Solo.  Sin nadie que te de un abrazo.

Solo.  Sin que te digan cuanto te quieren.

Solo.  Con un frío en el alma que te cala profundamente y que tu orgullo no te permite reconocer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario