jueves, 13 de diciembre de 2018

Felices los dos.



Felices los dos.

Entró de casualidad a ese café. No solía hacerlo a esa hora, pero había tenido que salir muy temprano y ni había podido desayunar.

Mientras pedía algo para tomar, un hombre entró.  Le resultaba familiar. Lo miró disimuladamente mientras buscaba en su mente relacionar ese rostro con algún nombre. De repente lo recordó.  No lo conocía, pero era uno de los mejores amigo de aquél hombre con el que había vivido un romance secreto y había concluido hacía varios años, por la culpa que le generaba engañar a su esposa.

El hombre buscó un sector alejado de las puertas y las ventanas, se sentó y mientras esperaba su café, respondía mensajes con su teléfono. Sonreía.

Una mujer entró a los pocos minutos. Se detuvo en la puerta, buscó con la mirada y se dirigió a la mesa de ese hombre.  Él se levantó, la abrazó y la besó apasionadamente en la boca. No era la esposa del hombre y ella lo sabía.  Se escuchaba la risa de la mujer mientras el hombre le hablaba, acomodándose uno junto al otro.

Parecían novios. Y felices.  Ella sonrió. De repente algo la congeló.  No había podido ver el rostro de esa mujer hasta ese momento.

Recordó cada lágrima de ese hombre al que amó hasta la locura, porque tenía el mundo dividido en dos. Eligió a su compañera de toda la vida y se juraron no verse más.  Ellos lo cumplieron pese a todas las ganas que tenían de llamarse, de buscarse, de sentirse como cada noche en que sólo se miraban, hablando en voz baja.

La mujer se levantó de la mesa, el hombre pagó y se fueron abrazados, como si el mundo exterior no existiera, como si nadie los estuviera mirando.

El mejor amigo y la esposa de ese hombre, al que nunca más había visto,  se besaron en la puerta del aquel bar, sin pensar que eran observados.

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