sábado, 16 de marzo de 2013

La moneda

Brillaba con todo su esplendor. Como si el sol dibujado en su sello fuese el mismo que el que la iluminaba desde el cielo. Como si toda la energía cósmica que lo alimentaba estuviera concentrada en la palma de su mano.

Apretó el puño para sentir esa fuerza dentro suyo. Dudaba sobre lo que tenía que hacer. Había un designio marcado, que se partía en dos. Dos caminos a seguir, dos rumbos desiguales, cuyo final ignoraba. Cerró los ojos. ¿ Y si la conservaba? No le gustaba aferrarse a amuletos ni a supersticiones. Pero hay un momento en la vida en que debemos depositar la fe en algo más allá de nosotros mismos.

¿ Cuál era el destino que se jugaba? Guardarla en un estuche implicaba hacerse su esclava, y esclavizarla a su vez. Pero también temía desprenderse de ella, y que con ella se fuera toda la fuerza que estaba sintiendo.


 Abrió en puño y volvió a contemplarla. Dudaba, pero comenzaba a tomar una decisión. Comprendía que la fuerza estaba en ella, en su interior, y que no la perdería para nada, más allá de lo que hiciese.


Cerró la mano y la llevo hacia su corazón. Apenas movió los labios, murmurando unas palabras secretas, ligadas a la libertad de ambas. Cumplió con una formalidad y la arrojó con toda la fuerza de su ser. Un deseo, un salto en el agua. Ya estaba hecho.

 Cada una rodaría por el mundo cumpliendo su destino. Cada una tendría su libertad.


El deseo, al fin, estaba cumplido

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