domingo, 31 de marzo de 2013

Angelados




Ayer supe que Matías tuvo un accidente de moto, por el cual estuvo 15 días en coma. A pesar de lo que uno pueda imaginar, no se rompió nada, sólo tuvo unos rasguños y ese período de tiempo en el que su familia pasó una angustia terrible por desconocer cómo sería su evolución.

Al verlo noté algo familiar, en su voz pausada, en sus movimientos lentos, en su manera de volver a la realidad. Algo que yo misma viví hace un  tiempo, un renacer, una segunda oportunidad para mejorar o cambiar nuestros rumbos. Redescubrir el sentimiento de pisar tierra firme y saber que hemos venido a este mundo a ser felices, y a cumplir con alguna misión.


Descubrirla no es tarea fácil, porque ignoramos si tiene que ver con rescatarnos a nosotros mismos o con hacer algo por los demás. Aunque, llegado el caso, ambas tareas son complementarias, todo lo que hagamos por nosotros mismos, está íntimamente ligado a quienes nos rodean, a mejorar nuestras relaciones, nuestro entorno.


Tal vez suena extraño decirlo, pero la sensación que tuve ayer al ver a Matías, fue la de estar hablando con alguien con quien compartimos un secreto y un destino. Fue la de saber que ambos estuvimos en el mismo lugar, y ahora tenemos que cumplir nuestra tarea, interior y personal, para hacer que nuestra existencia sea mejor. Es admitir que el más allá existe y que, de algún modo u otro, somos esa prueba palpable.

Los que regresamos, los que permanecemos, los que podemos contarla, tenemos la misión fundamental de hacer comprender a otros que esta vida es una sola, que no hay segundas vueltas y que tenemos una sola oportunidad de ser felices por nosotros mismos, y que si no lo hacemos, un día, tal vez, nos podremos arrepentir de todo aquello que dejamos para "mañana" por falta de tiempo, por vivir apurados, por dejarnos llevar por la rutina vertiginosa de este mundo en donde figurar importa más que ser y hacer.



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